martes, 4 de noviembre de 2008

La desventaja

¿Máquinas que puedan detectar sus errores y corregirlos?
En eso pienso ahora. En un software que una vez creado no necesite más del programador, sino que a sí y por sí se modifique en pos de la perfección de su funcionamiento.

También pienso en que me encuentro en la más absoluta desventaja ante Houellebecq. Lo pensé al día de haber acabado su novela. Se lo comenté a Denisse: que no hay nada peor que sentirse en desventaja frente a alguien, a alguien totalmente más inteligente, lúcido, perspicaz que uno mismo. De ahí que no pueda decir nada sobre M.H.

Como si bastara crear apenas un capítulo y que él mismo dé las coordenadas de los que le seguirán. ¿Un libro borgeano? Quizás lo habría pensado si hubiese conocido algo de cibernética. Quizás más un libro patafísico en el sentido mecánico del mismo: como la máquina para leer Rayuela.

No sé qué decir finalmente sobre Las partículas elementales.

O el engaño radical que he pensado cuando comienzo un nuevo libro: que éste que tengo no sea en absoluto el que X escribió, y por un motivo sencillo: lo han modificado a conciencia, alguien, con quién sabe qué intenciones. Comienzo un volumen de Proust y nunca podré saber si ése es efectivamente el que se leyó en su momento en toda Europa; porque no sé francés, porque ha sido intervenido, y lo que leo no tiene nada que ver con lo primeramente publicado.

Una vez Gernández medio ebrio intentó explicarme lo que Houellebecq pensaba sobre la clonación, sobre el futuro borrado de la raza humana tal como la conocemos. Discutimos, pero cuando acabé con la novela, comprendí punto por punto lo que esa noche balbuceó.

Esas aplicaciones (imposibles hasta el momento) que pueden mejorarse y actualizarse de manera independiente sólo hasta cierto punto, porque llega el momento en que ya estarían trabajando contra la misma plataforma que las sustenta. Así mismo quiere Houellebecq que la humanidad sea lentamente acabada, opacada por la nueva raza que de ellos provendrá. Pero es que toda forma viva que proceda de una cópula (de una reproducción sexual) está destinada a la muerte. La humanidad pobre y miserable, que en teoría ha evolucionado desde que bajó de los árboles, ya no puede ir más allá, o mejor dicho: el más allá de la humanidad prescinde de ella misma de manera necesaria. Y el paso siguiente es una nueva raza semejante en todo a la antigua, excepto por la forma en que son concebidos. Y ya no hay miedo a la muerte ni al envejecimiento, porque una vez el tiempo acabe ya habrá otro igual a yo listo para ocupar el lugar.

Dice Gernández: «¿Autoperfeccionamiento? Hay un cuento notable de Philip K. Dick al respecto. No recuerdo su título, pero es el tercero en Cuentos II. Trátase, cómo no, de un holocausto futuro. Rusos contra Yanquis que se enfrentan en oleadas de ataques atómicos hasta arrasarlo todo. Los eslavos, más bestias por naturaleza, van ganando la guerra por magnitud de la devastación, hasta que los gringos dan con inventar un aparatito que es como un cangrejo pequeño que, cuando detecta vida de algún tipo, gira sobre sí mismo y se abalanza sobre su presa sacando de su superficie decenas de afiladas cuchillas. Cientos de esos simpáticos seres provocan masacres gigantescas cuando entran a los bunkers de refugios. Ahora bien, la gracia del aparatito es que se autoprograma sólo para que, una vez que caiga en manos del enemigo, éste no pueda hacerse de su secreto, lo cual lleva a que los seres humanos pierdan todo control sobre estos cangrejos y..., bueno, léetelo y adivina tú el final. Sólo te adelanto que los Estados Unidos -es decir la nada- ganan la guerra.»

Borrarse teniendo en perspectiva un nuevo amanecer, que jamás veremos.

Recuerdo los seres con forma de araña que sucederán a los humanos, dentro de la mitología lovecraftiana. Y eso no es tan terrible como la propuesta de Houellebecq. Es pensar que esas máquinas comprenderán en algún punto, que su sistema base es errado, que de allí proceden todos sus errores de funcionamiento, y deciden autosuprimirse. Ni siquiera un reseteo que las mantuviera activas, sino el total aniquilamiento de ellas, dejando una nueva superficie donde ellas no podrían funcionar perfectamente pero sí unos sucesores adecuadamente adaptados.


Y acaba Gernández, el aventajado: «No se puede hacer nada contra Michel Houellebecq. Es mejor que todos nosotros, pero queda el consuelo de que probablemente está más triste y más desalentado que nosotros. Probablemente ya no folla, además. En realidad no hay motivo para sentir envidia.»

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