lunes, 23 de abril de 2007

Huir del parricidio

Recién salidos de la imprenta, llegan dos nuevos libros de Bolaño. La universidad desconocida y El secreto del mal. El primero, voluminoso y poético, mientras el segundo recopila archivos de su computador nunca entregados al editor: 20 relatos. Como siempre, Anagrama los hace inalcanzables.
Sabemos también, que Carolina la viuda, ha dado la venia para unas cuantas adaptaciones de sus obras: las Putas asesinas al teatro local, por Rodrigo Cabello; 2666 ídem pero en España y por un tal Álex Rigola. Una novelita lumpen a cargo de Alicia Scherson, para ser llevada al cine en Shile, al igual que El gaucho insufrible a manos de Omar Zeballos, y Los detectives salvajes, pero en México. En esta última, reina el misterio. No se sabe quién será el director. Dicen que existen tratativas con el espectro de John Huston, pero nunca se sabe con los muertos, sólo que se dedican a joder a los vivos, tal como Bolaño con nosotros. Habría que hacer algo con él, o por lo menos intentar el amague de odiarlo, de decirle que basta ya. Cansancio a la obra, una vez le escribí:

Hijo de puta. Nos cagaste en tus porquerías, y nos dejaste en medio de un oasis de horror que tiene como centro un desierto del aburrimiento. Hijo de puta. No quiero que publiquen otros dos libros póstumos tuyos. Que ardan donde mismo tú combustionas. Y nada más. Lo que resta que quede para los críticos de esa dizque generación. Generación espontánea desde la mierda absoluta y grandilocuente de latinoamérica. Yo aceptaría como Señor a Jesús, sin por eso dejar de alabar las estatuas de granito enormes de unos dioses cuyos nombres ahora no puedo pronunciar por el alcohol que me presiona, que me presiona justamente a escribir estas líneas trémulas aunque digitales.
Que tus putas asesinas se embarquen lejos de mí. Que sus vaginas medio peludas y desdentadas no me llamen cada vez que quiero dejar de masturbarme. Quiera el Arquitecto que eso sea pronto dentro de su Plan. Yo no pido más que la tranquilidad y el olvido (diría Jorge Luis), olvidar la presión sobre los hombros, que no soporto otro muerto más en ellos: desde Homero pesándome allí, y sin por ello aprender nunca a escribir: tres mil millones de cadáveres susurrando lentamente palabras que alguna vez dijeron, pero cuyo significado ya nada importa, porque su época ya fue, porque ya fueron, y en la historia quedaron: o ellos mismos son la historia, y como mínimos espectadores nos deberemos quedar: tú y yo.
No quiero que Lalo Cura sea la locura. Prefiero mil veces ser el asesino de 110 mujeres distintas en una ciudad fronteriza que a nadie importa. Villoro señala que los mexicanos que cruzan hacia arriba llevan estatuas de yeso de Bart Simpson: entre el lodo, la deshidratación, los cocodrilos y las balas de los guardias fronterizos gringos. El colmo del fetiche espectacular.
Cesárea Tinajero es la locura, dice un poeta mexicano homosexual en la casa de una guapa pintora divorciada y con un hijo. Otra lectura: el desastre es inminente. Y con ello se van nuestras últimas esperanzas de que algo funcione mejor, que los engranajes estén por fin aceitados. La bola del mundo cae por un derrotero oscuro, del cual sólo emergen gases grises que quieren imitar el aliento animal que nosotros impostamos.
Ya se ha muerto Pinochet. Que ahora se muera Parra, y junto con él, el Coelho de los siúticos: Jodorowsky. También Neruda, Mistral, Huidobro, De Rokha. Y después Bolaño, mientras todos nosotros gritamos esos nombres terribles desde la proa de un barco que a la velocidad de la luz avanza —sin timón—, hacia la nada.


En el día del Mamotreto 2007

jueves, 5 de abril de 2007

Ulises, 1922

¿Y es que solamente a la academia le está permitido decir algo sobre Ulises?
El mismo año en que el mamotreto de Joyce vio las prensas, también fueron Trilce de Vallejo, Desolación de Mistral, Los gemidos de De Rokha (sin quererlo, estos dos últimos están juntos en mi biblioteca, me doy cuenta ahora), 20 poemas para leer en el tranvía de Girondo, Andamios interiores de Maples Arce y The Waste Land de Eliot. La lista no deja de llamar la atención, pero no es de modo alguno antojadiza: Bolaño afirmó que quizás la mejor poesía del siglo XX se había escrito en prosa, y ponía como paradigmas de ello a Proust y Joyce.
Comienzo a leerlo sin muchas ganas, con la probable obligación de pagar el precio del regalo navideño. Me molesto, sin comprender palabra de la primera parte de la novela, donde aparece Stephen Dedalus: el sufrido protagonista del Retrato del artista adolescente. Y me acuerdo del hermoso cover que muchos años después haría Dylan Thomas. Me pregunto por Bloom, por dónde comienza su periplo, y nada, pero me alejo de las preguntas cuando en algún diálogo se lee:
«—La historia —afirmó Stephen— es una pesadilla de la que estoy tratando de despertar.
Un clamor se elevó desde el campo de juego. Un silbato vibrante: gol. ¿Qué pasaría si la pesadilla te diera un alevoso puntapié?
—Los procedimientos del Creador no son los nuestros —dijo el señor Deasy—. Toda historia avanza hacia una gran meta: la manifestación de Dios.
Con un golpe del pulgar Stephen señaló la ventana, exclamando:
—Eso es Dios.
¡Hurai! ¡Ay! ¡Hurrui!
—¿Qué? —preguntó el señor Deasy.
—Un grito en la calle —contestó Stephen, encogiéndose de hombros.»

Pero eso es después, poco más allá de cuando Buck Mulligan explica en pocas palabras la teoría sobre Hamlet que Stephen tiene, a un turista inglés:
«¡Bah! Ya hemos sobrepasado a Wilde y las paradojas. Es muy sencillo. Por medio del álgebra demuestra que el nieto de Hamlet es el abuelo de Shakespeare, que él mismo es el espectro de su propio padre.»


FRAGMENTOS INCONEXOS:
+ Sueño que robo el departamento de un viejo compañero de colegio. Me descubren y la vergüenza que siento es inmensa, que toda mi vida se ha ido por el traste. De pronto, en la desesperación pienso: «Ojalá estuviese soñando. Quisiera despertar.» Y lo hago, para que unos cuantos minutos después me dé cuenta de mi vigilia, y recuerde lo que quería dentro del sueño ya ido.
+ Caminamos con Denisse por una feria. Vemos algunos puestos de libros, sin encontrar nada interesante, hasta que veo un volumen cuyo título me puso los pelos de punta: La invención de la lentitud. Su portada estaba ilustrada con un velero. Evidentemente se trataba de una monografía sobre la navegación a vela. (Ese mismo día mi hermosa chica sufre de un dolor de muelas que la hace llorar. Recuerdo que en este blog publiqué sobre aquel dolor (pero mío) durante enero de 2006.)


«Ineluctable modalidad de lo visible»: El texto se pone frente a los ojos modificando las mismas palabras que quieren representar, las fábulas cambian de acuerdo al momento en que son leídas. Entonces, ¿qué había antes de la escritura? Si antes de ella no había historia, los dinosaurios nunca fueron y Jurassic Park es la mejor ficción hecha en-la-historia. La inscripción supone el pasado y prepara el futuro, además de ser el punch line de todas las andanzas de Bloom/Odiseo.

La escritura, la historia y el tiempo, que en la Divina Mente son términos análogos.
La escritura, la historia y el tiempo: necesidad de las imágenes, y del dibujo de las palabras que nunca se podrán decir (porque el trazo calla y la tinta es invisible).