jueves, 28 de junio de 2007

Cómo escribir sobre fantasmas

1. Todavía no logro comprender por qué Francisco Mouat me envía su libro. Antes ya me había ayudado buscando información sobre el arquitecto Luciano Kulczewski, del que los estudiantes roban sus firmas de bronce que señalan sus obras. Comprendo perfectamente que sea un acto de generosidad para con uno de sus lectores de sábado por la tarde, eso lo sé. Lo intrigante viene porque en su correo de vuelta, a un comentario mío, subrayara como buena frase: «Esperamos en la misma medida en que el futuro se nos presenta inescrutable», que le he enviado. Quiero hallarle el sentido a ella, la relación que tiene con su libro, con esta crónica transparente e inteligente, sugerente hasta el acabóse.

2. Parece algo sencillo. Julio Riquelme viaja desde Chillán hasta Iquique. Un viaje larguísimo en 1956 y hoy. Lo hace para asistir al bautizo de un nieto que ni conoce. No llega a destino. En 1999 descubren sus huesos en perfecto estado a diecisiete kilómetros de la vía férrea. Fue, lo que se dice por el norte, un empampado: un perdido en el desierto. De ahí la madeja se enreda y entonces Mouat escribe El empampado Riquelme (*) sobre los nudos, sobre el enjambre de enigmas que el caso presenta.

3. «Sin más compañía que la dureza de las piedras, el idioma del silencio y el espíritu de la pampa» (Pág. 39). Entonces, ¿por qué utilizar el pie (derecho) para afirmar su sombrero? ¿No habría sido más sencillo, por ejemplo, ponerlo bajo su cabeza como almohada? Todo dureza, lo más alejado de la comodidad, pero a pesar de ello ése es el lugar final de Julio Riquelme. Luego una suerte de cremación espontánea, diríamos en agradecimiento, porque la huesa amarillenta se deshizo al querer trasladarlo, los restos de carne seca ídem. Todo lo que quedaba de lo que fue Julio Riquelme, fue regado por el viento del desierto que ya antes lo custodió durante cuarenta y tres años.

4. Supóngase la tan mentada recapitulación pre-mortem. Julio Riquelme adquiere una lucidez desubicada —dada su situación extrema. Retiene su sombrero. ¿Para quién, para qué? (Si lo hizo para sí mismo entonces su lucidez deviene en signo de esperanza, o de locura desértica. Recuerdo la demencia provocada por la blancura antártica, los pingüinos de Poe rajando el silencio: Tekelili, tekelili, y los monstruos de Lovecraft imitándolos, despojando de cordura al espectador desprevenido). Quizás tuvo sueño y echóse a dormir, y ahí mismito se fue. ¿Pensaría volver a despertarse? Y lo hace, tomando su sombrero de ala ancha y cuero para seguir rumbo a la costa, alejándose cada vez más de la estación Los Vientos y de la vía férrea. Aquí, cada metro supone días de pérdida, entonces habría que preguntarse, ¿cuántos kilómetros hay que dejar atrás para desaparecer por completo? Una cifra opaca, claro, porque avanzar demasiado obliga a llegar a la antípoda de la antípoda, que no es más que el punto de origen, aquella antigua pretensión…

5. Riquelme quizás amasó un plan completísimo. Sus hijos no le necesitaban en absoluto, hace décadas que no tenían una relación cercana (ni lejana). Y él viajaba a Iquique al bautizo de uno de sus nietos. Bajó quizás en Los Vientos, y se dejó morir seguro (más o menos) de lo que sucedería una vez ido. ¿Pero de dónde la seguridad en la efectividad del plan? Y más aún, en su sincronización perfecta, esto es: que le hubiesen hallado en el desierto, pero vivo, ya habría implicado el fracaso de sus anhelos retorcidos. Pero la pampa es una boca de lobo, y un único paso revela el vacío, el infinito espacio que separa al perdido de sus cazadores.

6. Cuarenta y tres años de pérdida no beneficiaron a Julio Riquelme que quizás hubiese deseado un plazo menor, para acallar los rumores, para que su ex mujer se fuese a la tumba con otra idea suya, para que fuese recordado por sus nietos. Mouat le achunta al afirmar que es un gran mérito el que fuese hallado, pues si en cuarenta y tres años fue invisible, nada impedía que pasaran nuevos cuarenta y tres años. Y he aquí lo formidable del empampado —y por extensión del desaparecido. Que si su ocultación, voluntaria o no, provoca catástrofes inimaginables antes del movimiento (del pase mágico), mayores estragos ocasiona el que vuelva a la presencia, a presentarse con la imagen de la vigilia y ya no con los harapos del recuerdo. A partir de enero de 1999, Riquelme entra nuevamente en la bitácora de su familia, cosa formidable si es considerado el borramiento que había sufrido en 1956.

7. «Antes, de mi papá no se hablaba. Era como un hombre olvidado. Mutis por el foro. Ahora no se puede olvidar» (Pág. 66). Ahora no se puede sino hablar de él. El tiempo se mueve, y lo que era su recuerdo comienza nuevamente, desde el instante en que es encontrado. A partir de ahora se le recuerda de otra manera, como si fuese otro hombre que el desierto parió.

8. «Lo mataron (…) Se fue con otra (…) Se fue a Bolivia (…) A lo mejor robó plata del banco y se fugó, eso andan diciendo algunos (…) No quiso encontrarse con Celinda (…) Se cayó borracho del tren quién sabe dónde (…) Se cabreó, no más. Le bajaron los monos, se bajó y se fue (…) Se empapó (…) No era verdad que quería abuenarse con nosotros (…) Se volvió loco, dijo el diario. Le vino un trastorno medio raro (…) Lo mataron y lo enterraron, nunca más se va a saber de él.» (Pp. 68-69)

9. «Estos números hablan de una ecuación existencial: el hijo descubre a su padre muerto y verifica que su papá era en el momento de su muerte más joven que él» (Pág. 93). Tal que el hijo impaciente, estuviese en la sala de espera de la maternidad correspondiente. Eso, y nada más fue el trayecto hasta su sepultura.

10. Y el argumento, la historia de la desaparición de Julio Riquelme adquiere un vuelco novelesco. Como si en algún momento Mouat se hubiese puesto a leer a Aira —en el supuesto que Mouat escribiese así, en seco, sin la imagen real de Riquelme tirado en el desierto. En el penúltimo capítulo Mouat, o el personaje que él se hizo, consigue hablar con un hombre que compartió el tren con el Empampado, que le conoció en el viaje. Dicen que en un momento, quizás cerca de la estación Los Vientos, Riquelme pareció indispuesto. Pensaron que le dolía el estómago o la cabeza. De pronto, en la noche, abrió su maleta y guardó varias cosas en sus bolsillos, y salió del carro resuelta y rápidamente. Otros pasajeros, no sus compañeros, vieron caer un bulto por el lado del tren. Sus compañeros dieron aviso de su desaparición a los pocos minutos luego de no hallarlo por lado alguno. El tren se devuelve y no lo halla. Este testigo que ahora vive en Australia, jamás olvidó este suceso. A veces pega su vista a un cartel enorme de un esqueleto tomando coca-cola, que está en el desierto australiano. Digamos que Riquelme consiguió lo que nadie pudo. Marcó no solamente a este hombre sino al resto de sus siete compañeros de viaje. Todos, en algún momento de la noche le recuerdan, y se preguntan lo mismo que Mouat. Quisiéramos saber qué pretendió hacer Riquelme, si parecía resuelto a hundirse en la pampa oscura, si de pronto comprendió que su destino era el ambiguo decurso del olvido y la muerte? Recuerdo a un (otro) muerto que anhelaba la eliminación de su nombre. Borges habla:

No quedará en la noche una estrella.
No quedará la noche.
Moriré y conmigo la suma
Del intolerable universo.
Borraré las pirámides, las medallas,
Los continentes y las caras.
Borraré la acumulación del pasado.
Haré polvo la historia, polvo el polvo.
Estoy mirando el último poniente.
Oigo el último pájaro.
Lego la nada a nadie.
(1)

11. «Tengo una fijación, no sé muy bien por qué, con los perdidos, con los que desaparecen y no dejan huella, con aquellos sujetos que escriben con sus vidas una historia mínima que apenas alcanza a tocar a los pocos que están cerca de ellos, con suerte a su familia, sus amantes y sus escasos amigos; seres humanos que parecieran no afectar a nadie más en este planeta y cuyo destino no interesa socialmente. Ellos hablan a veces con más fuerza que ningún otro de la condición humana: por su fragilidad explícita, por la mayor libertad que solemos tener para saber cómo viven, porque viven sin mucho que ganar y casi siempre acaban perdiendo.» (Pág. 147)

12. Y por fin creo encontrar el quicio por el que Mouat creyó conveniente enviarme su libro. O quizás es todo parte del plan magnífico de Julio Riquelme, el mismo que el grafólogo nota en las manchas que existen en su identificación. Ineludiblemente en la espiral, y Capote me recuerda: «cuando uno se aleja del mundo, el mundo debería acabarse, pero eso nunca sucede. La mayoría de la gente se levanta por la mañana, no porque importe lo que haga, sino porque no importaría que no lo hiciera.» (2) Pero don Julio Riquelme no previó ni el futuro silencio de sus hijos, ni la pequeña obsesión de un escritor con su sino, ni estas líneas, ni la película que se planea. Y así, el pasado de Riquelme se mezcla con la actualidad ilusoria del lector de El empampado. Y lo que escribo no sería sin sus pasos precisos en su momento, pero inciertos e insinuantes ahora.

13. La obsesión (compartida) de Mouat no es tal, o con precisión, es más bien cierto estado de ánimo, un vaivén del humor o algo igualmente impreciso. Su fijación es idéntica a la que, con variantes, señala Melville con Bartleby o Kafka y su Soltero. Riquelme es la cifra de la nimiedad intrínseca de la humanidad. Usted y yo también. Sorprenden sus historias porque son el breviario de nuestra propia precariedad, del estar constantemente en la cuerda floja. Perderse, o dejarse, en el desierto no comportan sino distintas circunstancias: a fin de cuentas el desasosegado Bernardo Soares, o alguno de los autobiográficos personajes de Fernando Vallejo, habrían querido lo mismo, legar la nada a nadie, y con una fuerza demencial no desear nada, sino desear la nada.


* * *
(*). Ediciones B, Santiago, julio de 2002.
(1). «El suicida»
(2). «Profesor miseria» en Cuentos completos, Pág. 188. Anagrama, Barcelona, 2005.

sábado, 23 de junio de 2007

Cortorrelato apologético

De manera imperdonable, me he dado cuenta que no he escrito sobre Jorge Loncón. Apenas una mención, creo, pero cualquier excusa agrava la falta para con este gran escritor chileno.

Hace un par de años redescubrí uno de sus libros publicado en plena dictadura de Pinochet. En septiembre de 1983 acabó de imprimirse —en la clandestinidad supongo— Semi sordo y algo ciego, volumen dividido en tres partes: Cortorrelatos regerenciales, Largorrelato ingenieril, y Diálogo—Relato ministerial. Ya lo había leído hace más años, me había reído de las burlas contra el dictador de turno y creo que me había preguntado cómo demonios fue publicado sin que los esbirros militares acribillasen a editores, tipógrafos, correctores y autor —así sin más.

Cuando lo hube redescubierto, se lo pasé a Gernández que rió de buena gana, ya por las burlas, como por lo bien que Loncón escribe. Supongo que veníamos recién saliendo de Los detectives salvajes, o solamente éramos más pendejos, pero decidimos buscarlo. Gernández hizo nada. Yo gasté los ojos en el enorme directorio telefónico. Hallé dos Jorge Loncón. Uno con la «V.» luego del patronímico, lo que coincidía con mi presunción de que la señora Victoria Vidal de la dedicatoria, era la madre del escritor (el otro nombre que la antecede es Custodio Loncón). No recuerdo con precisión todos los detalles, sólo las generalidades, una memoria de la generalidad de lo general. Del olvido de los nombres y las lecturas, y con ello, de los escritores perdidos quién sabe dónde.

Uno de los Jorge Loncón, lo recuerdo perfectamente, vivía en la calle Perseverancia, de la comuna de Independencia en Santiago. No hay mejor lugar donde vivir que esa calle. Llamé a ambos. Uno contestó. Le consulté si acaso su segundo apellido era Vidal, y me llevé una decepción. El Loncón de Perseverancia jamás levantó su teléfono. Lo vi con la cabeza caída sobre su pecho, babeando mientras su brazo quiere buscar algo que llevarse al gaznate. No encuentra qué, y el sonido del teléfono le molesta tanto como para cortar violentamente el cable blanco tras el sillón raído.
Insistí por varias semanas. Luego se alargó a meses antes que trabajase el hastío.


Zweig, en su hermosa biografía de Magallanes, afirma que hay muchas incentivos para comenzar a escribir, muchas formas en que la pluma se lance. Para él, en un viaje en barco de Europa a Brasil, fue la vergüenza de sentirse miserable ante el mar (lo sublime kantiano, digamos). El motivo de Loncón puede ser similar, algo como la impotencia ante el horror de la dictadura.

En «Manifestación popular» todo el pueblo decide demostrar su desadhesión al Regente. La manera es extraña: riéndose. En pocos minutos toda la capital está a carcajadas, al cabo de unas horas la radio informa de los primeros desmayos en regiones extremas. Los servicios de salud no dan abasto y toda la población cae agotada o directamente muerta por las carcajadas: «En cuanto a Su Excelencia, el Regente, gobernó por muchos años más, muerto de la risa.»

La segunda parte, el «Largorrelato ingenieril» apunta —como el resto— al absurdo, al ridículo que no es necesario forzar. Y en esto hay algo del mismo material que utilizó Topor, el amigo de Jodorowsky y Arrabal, los del teatro pánico. A un pequeño pueblo comienzan a llegar grupos de ingenieros y constructores para en poco tiempo llenar el villorio de estadios. Hacia final del año ya existen nueve estadios construidos en menos de diez meses. Todo está bien en la población, hasta que el ingeniero jefe consigue la autorización para demoler la iglesia para levantar el décimo y último estadio. El pueblo se rebela e intenta linchar al ingeniero. Éste huye en helicóptero mientras abajo la gente quema los edificios en medio de un improvisado carnaval.

El largo relato final tiene la forma de una obra de teatro. Donde el gobierno tiene el PROYECTO IGRIEGA, para «educar niños incontaminados, puros, excelsos, que un día se conviertan en árbitros justos, inflexibles, insobornables». El Máximo (otra cara del Regente) autoriza el plan, y son enviados dos niños a una isla a comenzar su adiestramiento. Pero claro, en el trayecto hay problemas, sobre todo con uno que «tiene tendencia a pensar demasiado. El otro día me mostró un estudio que había hecho para demostrar la inutilidad de la tarjeta roja». A pesar de ello, las dudas técnicas y de reglamentación son subsanadas, y ambos jóvenes —Tory y Nero—, viajan hacia la ciudad.

Ahora Nero arbitra un partido. Tiene problemas y acaban golpeándolo, al igual que a Tory que intenta ayudarlo. Son ahora juzgados públicamente, con el cargo de haber iniciado el partido antes de que el bienamado Máximo llegase al estadio. Finalmente Nero es absuelto, pues se considera que Tory lo malinfluenció. Le obligan a dejar su pito y a hacer abandono de la sala:
«—Tu nombre no es Nero.
—Yo no me llamo Nero. Estoy vivo. Buenas noches.»


¿Qué decimos del poder cuando se asemeja a sí mismo, id est, al atronador barullo, o a las minas antipersonales? Sólo queda el recurso de la risa, pues como dijo Stubb de Moby Dick (y repite Aira): «No sé muy bien lo que me espera, pero, de cualquier modo, iré hacia eso riendo» —y antes también: «la risa es la mejor respuesta ante lo desconocido» —¡toma Lovecraft!

¿Dónde se encontrará en estos momentos Jorge Loncón? Me he hecho la pregunta muchísimas veces. Y al parecer ahora se dedica a la dramaturgia en el sur shileno según me han contado. Ahora, no hay motivo verdadero para querer conocerlo, pues probablemente sea tanto o más común que sus lectores (escasos, suponemos). Imagino que me le acerco, le digo lo mucho que me gustó su libro, y él con cara de nada. «Ah, qué bueno» agrega, y se aleja. Quizás ni recuerda la existencia de ése libro, porque ha vivido en una fosa desde entonces, porque (remedando a un personaje de Underground de Kusturica) la dictadura misma fue un subterráneo. Y de esto, apenas una palabra: una vez Pinochet en el poder, afirmó que el comunismo había dejado a Shile al borde del abismo, y que ellos darían un paso adelante… sic.

* * *

RÉQUIEM
Por Jorge Loncón
(De Semi sordo y algo ciego. Ediciones Minga, Santiago, septiembre de 1983. Página 15)

Cuando el carpintero se dio cuenta que —por razones de edad— ya no podía seguir trabajando y debía acogerse a jubilación, se suicidó.
El Regente envío sus condolencias a la familia y, en las exequias se hizo representar por un orador que, luego de un emotivo discurso, en donde exaltaba los valores cívicos del viejo, lloró escandalosamente.
Cuando el suceso húbose olvidado, el Regente hizo poner en circulación un documento en donde se alababa el espíritu patriótico del anciano y se instaba a los viejos a seguir el ejemplo. En fin, la solución que el viejo había dado a sus problemas, era una solución que contaba con la simpatía de la autoridad.
Terminaba afirmando el escrito que, por ahora, el suicidio de los viejos sería voluntario; más tarde obligatorio.
Lo visionario de dicha medida fue debidamente alabado en distintos círculos, los que hicieron llegar al Regente un listado de firmas apoyando tal política, que daría al mundo pruebas irrefutables de la operatividad del gobierno.
Ese día el Regente se tomó la tarde libre.

martes, 19 de junio de 2007

Greatest Hits: 2 Years In a Readtime

1. El 9 de mayo de 2005 fue publicado el artículo «‘Incipit Vita Nuova’ o ‘Grandes títulos de la historia de la literatura’», que fuera de ser el primero de Agradecido, se burlaba de ciertos títulos de libros. En él aparece Compraré un rifle (de Guillermo Fadanelli) que me parece horrible, pero que a Gernández le encanta. Casos más raros se han visto.

2. Cierto día de enero de 2006 recibí un cometario probablemente falso, una broma de algún lector al que le deseo la muerte. En «Pozo sin fondo» invocaba a Perec y Bolaño, cosa que le gustó a Vila-Matas, si he de creer la firma bajo el halago. A pesar de la duda fue buena la cuestión.

3. En esos mismos meses estaba tan pero tan mal, tan en un hoyo que todo pasaba sin importar nada. Y así escribía, y así escribí el primer texto que podría llamar novela. Sin terapia, con increíble dolor y luego feliz… un poco, ahora más.

4. Una vez llegó a mi correo un pasquín en PDF en el que descubro, en su primera página, un texto propio. Lengua calva al parecer se hace en Tel Aviv, y fuera de su lejanía geográfica me parece que tienen buen tino, pues eligieron una utópica recolección, donde un libro es a la vez todas sus posibles formas («Lo imposible y lo que no importa», enero de ‘06).

5. Y cuántos nuevos escritores he ido descubriendo en estos dos años, en esta centuria, en estos diecisiete años. Junto con Aira empezó la amistad con los bárbaros argentinos del Mate Tuerto (Cf. «La gimnástica», marzo ‘06). ¿Cómo escribiría hoy sin saber que, en efecto, hay otros que me leen sin por ello conocerme?

6. María Ruth Rossel fue la profesora que me enseñó a leer y escribir (que insistía en hacerse llamar por su segundo nombre, pues el primero le pertenecía a la Virgen, sic). Utilizaba un método básico de lenguaje de señas manuales, que todavía hoy, no puedo imaginar cómo me ayudó. Ella alguna vez dijo que deberían cambiarme a otro colegio, porque al parecer revolucionaba al resto de mis compañeros con preguntas inoportunas para un docente estresado, poco motivado o falto de vocación.

7. Hace poco mi hermana tuvo un sueño en el que Denisse (vestida como la Thurman en Kill Bill Vol. 1) le insistía en correr por medio Santiago, para dizque salvarme de una grave amenaza que ella desconoce. Hay otro hermoso sueño que sí es mío, cuando comí un baguette con cebolla frita preparada por Heidegger. Allí justo estaba comenzando mi amistad con P.

8. Otro en el que me veía en un prostíbulo magnífico. No comprendo bien por qué se lo atribuyo a Rabelais. Quizás por la enumeración de todas las cosas que me era posible hacerles a esas esforzadas trabajadoras del coño, las mismas que forman la bestia de dos lomos con quien pueda bien pagarles («Las putas asesinas de Rabelais», diciembre ‘05).

9. Lamentablemente no puedo olvidar las poco felices intervenciones, que en este blog, han tenido distintos grupúsculos de aburridos fanáticos. Digo, B.A.I.L.E. (Bacanal Anarquista de Intervención Literario-Epistemológica), B.A.B.E.L. (Brigada Anti Borgeana de Elucubración Lingüística). Y hoy por hoy, otros que recién muestran las garras, C.O.S.A.: Comité Ontológico Situacionista Autónomo.

10. Y el comentario sin duda más extraño y largo que he recibido. De un tal Humbert Humbert, que en «Anacrónicas» (septiembre ‘06) —una fantasía costera, seudo arte poética creacionista—, me espetó argumentos que supongo, son ofensas (el hecho de que dude ya confirma la idiotez que él me adjudica). Dice: «Sólo por esta vez Sr. Babeado le serviré de copista y aclararé su inagotable (y exasperante) confusión». Genial.

11. Podría poner todo lo que he ido colgando aquí en la máquina de Ramelli («El fantasma de la máquina», enero ‘07). O en otro invento igualmente patafísico, ahora que Jarry y Ubú me acosan de tan cerca.

12. Al revés: qué tal si Agradecido fuese el camino (la verdad y la vida). No que los libros sean pequeñas marcas en la vida, sino que los sucesos de la vida sean las anclas en el camino de la lectura, de las hojas idas, de los personajes leídos. Sólo por ello pudo Hugo decir «Nada importa morir, pero no vivir es horrible» hacia el fin de Los miserables. Yo diría: «Nada importa vivir, pero no leer es horrible».

13. Hacer la completa bibliografía de Benno von Archimboldi («Leer, nadar, comer aire o pan de molde», abril ’06) no es una labor tan extenuante como hacer la de Aira, que debería ser actualizada cada mes más o menos. Probablemente 1992 sea el año más fructífero para Aira. Noto en la solapa de un libro, que, aparte de El llanto y Embalse que he leído, y La serpiente que devoró Gernández; también publicó La prueba y La guerra de los gimnasios. Ahora, ¿cuál está primera? ¿Cuál fue escrita antes que todas, incluso que ella misma?

14. Buscar una genealogía novelística sería absurdo, una tarea anacrónica como la que más. Hay que dejar eso. De seguro ni Aira lo sabe con certeza: sus páginas se le han olvidado sin más, puesto que «Todo lo importante que le sucede a la memoria tiene siempre la forma del olvido más completo, de la aniquilación. En ese sentido, la vida es discreta: lo importante sucede allí donde aparentemente ha sucedido muy poco, casi nada, y a veces increíblemente nada.» (Embalse)

15. Volver a Proust es todo un parto, tal como iniciar con Joyce. Porque entre medio han pasado otros libros que asemejan un oasis. Quiero acabar de una vez con Ulises pero me han interrumpido Bioy Casares, Foster Wallace, Zambra, Coetzee, Simenon, Rey Rosa, Carver. Quién sabe cuántos más me interrumpirán la respiración por el resto de años que restan.

16. Quisiera acabar con esto, pero no puedo —dijo el bonsái. Que se acabe la historia y que un punto final enorme aparezca sobre toda las posibles manifestaciones de la escritura.

17. Quisiera saber por qué Nicolas Cage no ha hecho más películas como Leaving Las Vegas o Wild at Heart. Debería moverse más con su tío Coppola. Así como su hija lo tiene de productor ejecutivo de Lost in Translation. También por qué y dónde escribió Freud eso de que los irlandeses son inmunes al psicoanálisis, como citan en The Departed.

18. Los gestos, las dulzuras y sutilezas, las caídas y los martirios son estructuralmente idénticos, pero cambian entre ellos, se combinan internamente, provienen de otras fuentes y se dan en distintos escenarios. Todo es lo mismo que cambia constantemente. Lo que simplemente significa que la biblioteca no es infinita, sino que cíclica. “Todo es distante y diferente y parece inconciliable” dice Cortázar antes de grabar «Conducta en los velorios» en un disco de vinilo, que ahora oigo en mp3.

19. Si ya nadie lee y todos lo único que quieren es escribir. Y eso está bien para la industria, que si no vive de la publicación sí lo hará de talar más árboles. No le creo mucho a Al Gore, porque desde siempre el mundo ha estado al borde del precipicio. Lo que falta es comprender que la salvación del planeta es lógicamente anterior a la de la humanidad. Un vuelco geo/eco-céntrico que aniquile al antropo/teo-centrismo de la compra-venta.

20. Se avecina una tormenta de varios días sobre Santiago. Ya comenzó la ventisca que golpea mi ventana. Quisiera justificar mis días habiendo escrito: «Se ilumina la iglesia dentro de la lluvia de este día, / Y cada vela que se prende es más lluvia que golpea en el vitral // Me alegra oír la lluvia porque ella es el templo encendido, / Y los vitrales de la iglesia vistos desde afuera son el sonido de la lluvia oído desde dentro.» Pero Pessoa se adelantó («Lluvia oblicua» en Ficciones del interludio).

21. Hay que dejar de respirar. Rápida y desesperadamente. Me pongo como ejemplo, pues apenas cuatro inhalaciones he concebido al escribir estas líneas, ya que este blog poco más se merece: el postrer suspiro y un atisbo con el rabo del ojo.

lunes, 4 de junio de 2007

Las mujeres de Chino

1. Por el Enano roba “panplufas”
2. Nuestra foto
3. Y el infinito que se avecina


Así como las preferencias estéticas nos revelan —progresivamente— nuestra propia historia, de la misma manera podemos recorrer con la memoria a todas las mujeres que nos han acompañado, y comprobar que la decadencia es más propia de la humanidad que la evolución (si recordamos solamente las malas experiencias, que lamentablemente, siempre abundan).
Chino Moreno no tiene disco junto a su banda Deftones, en que no aparezcan chicas que algo provocan, que hacen sufrir o prometan la felicidad.

MOSCAS BLANCAS
En medio de una fiesta terrible. Donde la caspa del Diablo corre por todos lados, y los enfiestados anémicos, flotan por las habitaciones convertidos en moscas. Ése es el ambiente para que se olvide el número de teléfono —incluso nosotros mismos nos vamos, porque el alcohol manda la censura muy lejos—, aunque nos lo pida un rostro hermoso deformado por el jolgorio, una imagen bella destrozada y potenciada en millones de fragmentos como una bola de discoteca. Las lenguas se enredan, y «God I’ll even lick her fucking picture (…) Drink one more so I could go right in her». La conocemos, le decimos que sí, pero entonces sucede que la chica resulta una gran puta, o nosotros somos eso para ella, y no queremos volver a verla ni a oírla: nuestros malos deseos bastan como para marchitarla a distancia. «It’s not like I care (truly). But you’re that girl (with gold teeth). Who snaps at the walls (and won’t calm down)». Una chica que es un tiro por la culata, un blanco móvil al que todos apuntan —esas son las peores me digo; ya lo sé, me respondo sin mucho convencimiento, con algo de desidia o exceso de olvido…

NÚMERO EQUIVOCADO
Si me llamas, ¿qué te digo? Claro, si es que antes recuerdo quién cresta eres. La misma que te ha dejado tirado en medio de un descampado. Con seguridad tienes algo podrido dentro: «When I get back I will call. But don’t speak, don’t say nothing, in case we ever do meet again. Something’s wrong with you. Well I hope we never do meet again». Quizás Chino ya ha pasado la noche con la chica que le acosa. ¿Si tuviese otra mujer, por otros lados? Me ha sorprendido siempre esta frase: «I dressed you in her clothes», porque alejado de una, viste a la otra con esas ropas que no le pertenecen. Y en el disfraz todas las esperanzas del goce futuro. Sería follarse un maniquí, o al fantasma de un amante muerto. Es meterlo y meterlo imaginando un rostro ido o nunca poseído. Horror.

TIEMPO INVERTIDO
«I will waste each day in your arms. I really wish you’d make up your mind» te podría decir. Todo el tiempo del mundo no alcanza nunca para quedarse atrapado entre los brazos (o piernas) de la mujer elegida. Sabemos que ha llegado por el movimiento de las ramas, por cómo el viento sopla y por las figuras que adivinamos en las nubes. ¿Y si resulta que no era? ¿Que todo era un simulacro? Y bueno, que eso sólo podemos saberlo a posteriori, cuando le decimos que no vuelva a llamar, que no llame de ninguna manera. Gritarle con rabia que por fin ya supimos quién mierda era ella, así: «Well I know what you’re like. I’ve read it on the walls». Los signos se transforman y la ciudad es su cifra. Como Borges huyendo de aquel servicio fúnebre, y encontrando a cambio (y en un cambio), el zahir.

PORTUGAL ESQUINA ALAMEDA
Le he dedicado este tema a mi novia. Un día la hallé en una esquina y yo lo oía. Semanas después se lo conté y más se emocionó. «Cause you’re my girl, and that’s all right. If you sting me, I won’t mind». Quizás Chino sí permite que le hagan de todo. Total es su chica quien lo punza, y da lo mismo. Yo lo apoyo. Pero hay límites, como en todo. Tú misma eres eso, te lo digo con palabras prestadas: «You’re sweet, but I’m tired of proving this love». Y como no mías, no tengo por qué estar de acuerdo con todo el préstamo, porque el cansancio no me importuna.

DAGAS VOLADORAS
Asimismo a Chino le han devorado, como a todos alguna vez. El que esté libre de cicatrices que lance el primer cuchillo. Como, oigan Gernández, Carlos y Max, cuando fuimos a su concierto y le gritábamos: «Go get you’re knife and come in, and lay down, and kiss me». Una herida profunda, típica de puta asesina… «I’m her new cool meat. She pops the trunk. And she removes me. And a machine that takes pictures of us». Y en el opuesto de la rabia de Chino, miro esa imagen que la máquina ha tomado, y que ahora me has regalado adornando mi biblioteca (parece que recordaste que me gusta que me sorprendan con obsequios, como sale en esa lista de lo que me agrada). En la fotografía los dos parecemos tan bellos, quizás lo que estamos creando nos ennoblezca, nos haga dignos del paraíso al que visitamos tan constantemente. En esos contorneos lúbricos a los que nos entregamos felices, sudados y completos. Cada vez que oigo esta frase recuerdo nuestras camas unidas: «You move like I want to. To see like your eyes do». Y hoy, que una ola polar azota a Santiago, con tanto frío, te deseo a mi lado más.

LA BESTIA DE DOS LOMOS
Tú misma, mientras corre White Pony en el iPod recuerdas de inmediato el verano. Enero en mi casa, antes de que viniesen por segunda vez a Shile en febrero (la primera no pude ir. Deftones me vuela los sesos desde el ’98. No sigo a ninguna otra banda de ese movimiento horrible del aggro, del nü metal, ninguno. Ellos tomaron otro camino: el perfecto). Y un poco antes de que comenzáramos nuestra relación, ahora con nombre. Aunque igualmente recuerdas perfectamente a Massive Attack, y que la primera vez que viniste puse Mezzanine: y luego me dijiste que ése trip-hop era tan pero tan calentón… como si sólo se tratase de una buena elección musical, ya lo sabía, y caímos redonditos…

Si hacemos un recorrido por nuestras lecturas, ése camino no sería nunca tan certero sobre nosotros como las personas con las que nos relacionamos. Y dentro de ellos, con nuestras parejas. De quienes nos hemos enamorado, y que luego hemos destruido (o al revés). Como Carver, quiero preguntarme, ¿de qué hablamos cuando hablamos de mujeres? ¿De la esperanza de la belleza que es la promesa de la felicidad? ¿De la descarga libidinosa, de un orgasmo increíble que siempre está por-venir?

Y UN HACHA DE GUERRA
¿Dónde estará Chino Moreno en estos momentos? ¿Estará durmiendo acompañado? Yo estoy solo. Y él me ha dado poemas hermosos que acompañan una música que me hace explotar.
Con todo este frío y sin tu cuerpo aquí.
«I want to sleep if you are awake».

viernes, 1 de junio de 2007

El arbolito

Hay que hacerse la pregunta por cómo escribir sobre literatura. Aunque esa moda ya acumule polvo. O antes y mejor: hacerse la pregunta por cómo escribir sobre lo que le ocurre a los lectores, a quienes han sido escritos por otros. Con algún grado de certeza, Alejandro Zambra (Santiago, 1975, poeta y crítico, y supongo que no poeta crítico) ha de haberse hecho este cuestionamiento. O muchos otros. Incluido el anterior.
Intuyo otras cuestiones que atañen al problema ya mencionado. Por nombrar el evidente: ¿escribir sobre lo que ya se sabe, o no? No imagino a Dan Brown redactando El código Da Vinci con datos que ya manejaba a cabalidad antes de. Del mismo modo en que Bisama (Caja negra) y Baradit (Ygdrasil) sí escribieron sus novelas sin meterse en Wikipedia. En este corte a las cuestiones con que se enfrenta el escritor, en esta censura de sus problemáticas, crece Bonsái de Zambra (Anagrama, 2006).


El editor de texto no objeta el apellido del autor, intrigado busco, y dice mi Larousse: «ZAMBRA f. Fiesta morisca con bulla y algaraza. || Fiesta semejante de los gitanos andaluces. || Fam. Algaraza, ruido.» Y noto los posibles sinónimos que Word aconseja: gresca, bochinche, barullo, algarabía, escándalo, etc.


Dos personajes, cuyos nombres no importan, que se juntan y desencadenan una historia que, de tan sencilla, obviamente tenderá al espesor y la densidad, como majaderamente apunta la contratapa.
Dos estudiantes de literatura. Qué mejor modo de sacarse de encima la cuestión de cómo hablar de libros sin parecer ni demasiado siútico ni con ello poner palabras en bocas que no tienen nada que ver con ellos. Simplemente son dos jóvenes que leen antes de follar, o después.
Los dos se han mentido de buena fe. Se han asegurado, el uno al otro, que han leído En busca del tiempo perdido, cuando apenas lo han (h)ojeado. Irremediablemente llega el momento en que entre las sábanas aparezca Proust, y ambos se regocijan nerviosos ante sus mentiras previas. Dice Zambra que omiten emocionarse frente a los fragmentos conocidos. Ninguno de ellos dice algo sobre el té con magdalenas, ni sobre las flores en el escote de Odette. El libro se asemeja entonces al recuerdo borrado. Quizás sintiesen que de hecho habían leído a Proust, y que sólo ahora lo comprendían. Julio le dice a Emilia que siente que sólo ahora lee de veras a Proust. Y ella comprende: «La fantasía de ambos era al menos terminar a Proust, estirar la cuerda por siete tomos y que la última palabra (la palabra Tiempo) fuera también la última palabra prevista entre ellos».
En las primeras páginas ya se sabe que todo acabará mal. Todo lo que comienza como sitcom acaba como telenovela venezolana, claro. De ahí que Zambra no estire la cuerda por cien páginas y legue una novela sucinta e inevitablemente proclive al comentario, al afán de desciframiento o de completación por parte del lector. De antemano Zambra conoce los materiales con los que cuenta, y por ello puede incluir dentro de su texto otros muchos esbozos de historias que no importan en absoluto para lo que él quiere contar.
Con precisión. En la primera página se lee: «Al final ella muere y él se queda solo (…) Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura:» Literatura es que ambos lean un cuento de Macedonio Fernández, «Tantalia», y que tal como los protagonistas, cifren el futuro de su relación no en el crecimiento de una plantita, sino en el seguir calentándose con las frases que hallan en sus libros —aunque no lo declaren abiertamente.


(La referencia a Verlaine me mueve hacia la manida frase de Gernández: «el libro se cierra y queda el desierto». O a otra, aquella de que la carne está trémula por algo similar… La sentencia de Verlaine incluye preguntas imposibles de eludir. ¿Qué es el resto? Tolstoi en Resurrección dice: «Buscamos el reino de Dios y su verdad, y el resto os será dado por añadidura. Buscamos el resto y no lo encontramos jamás». ¿Y qué con la literatura? Lo importante es que Ella muere y Él no, donde al parecer la literatura no es más que los detalles, en el intersticio entre el comienzo del libro y su fin. Así, un microtexto y lo que él calla es justamente la literatura: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.» Todos los mamotretos que sobre Monterroso se han escrito, ¿son la literatura? Demasiadas preguntas para tan pocas páginas de Bonsái, pero pocas si se consideran los quicios que ella provoca con su lectura.)


Con afán comercial, la contratapa informa que Bonsái adolece de la idea borgueana de una novela: escribirla como si fuese el resumen de otra obra ya escrita. Por lo menos así actuó Borges con Menard, Quain y el Orbis Tertius. Zambra incluye todo un periplo, despachado en poquísimas páginas, donde Julio es citado por un anciano y famoso novelista (Gazmuri) para que transcriba su manuscrito. Luego el viejo rechaza su colaboración, pero Julio ya habíale contado a una mujer de ese trabajo, y se lo inventa completamente: escribe todos los días el manuscrito en el que supuestamente trabaja. Julio crea la mismísima novela que debería transcribir sin más referencia que una muy vaga que le dio el escritor. Llena dos o tres cuadernos con caligrafía enmarañada justificándose. ¿Qué novela escribe Julio? ¿La misma que estuvo a punto de transcribir u otra muy distinta? ¿Consigue Julio escribir como el viejo Gazmuri o se viste de otra manera? ¿Qué escribe Julio, acaso sobre Emilia que hace años partió a morir a Madrid?
Julio y Emilia quedaron para siempre pegados en la página 373 de Por el camino de Swann. Y luego todo se acabó, tal como estaba dicho de antemano. Emilia muere y Julio sigue viviendo, con mayor o menor fortuna o tino, pero sigue viviendo.
«Quiero terminar la historia de Julio, pero la historia de Julio no termina, ése es el problema» dice al fin Zambra. Y en rigor es cierto, pero también es todo una trampa concebida antes de escribir la novela. Bonsái nace tan muerta como Emilia que es cadáver antes de siquiera saber qué leía.
Se asiste al funeral de una historia, o al recuerdo de ése momento oscuro, pero nunca a los entretelones, porque no importan.
«Ambos sabían que, como se dice, el final ya estaba escrito, el final de ellos, de los jóvenes tristes que leen novelas juntos, que despiertan con libros perdidos entre las sábanas, que fuman mucha marihuana y escuchan canciones que no son las mismas que prefieren por separado».
Imagino que tampoco la historia importa, ni siquiera el escritor mismo ni sus protagonistas y sucesos, sólo el sonido del papel al leer, o el del mínimo árbol creciendo.