miércoles, 27 de mayo de 2009

Los invisibles

La desaparición ha de ser la mejor forma de constatar la presencia negada.


Habría que imaginar una constante en la producción de obras: la emergencia fortuita de la musa. O pensar radicalmente en la figura de la Musa puesta en el mismo lugar que al del esforzado trabajo del amanuense literario. Dicho de otro modo: el que sufre escribiendo o bien está siendo irónico o es que simplemente no tiene más que escribir.


Sólo hay explosiones de genialidad. De manera espontánea. Del mismo modo en que en cada generación humana sólo un puñado resultará decisivo, a pesar de que nunca podamos predecir dónde y cómo surgirán.


O también, torcer el recurso y pensar a las ya piedras de toque de otro modo. La Fenomenología del espíritu como una novela de ciencia ficción chamánica con tintes existencialistas y new age. Y la Metafísica como los apuntes de un rapsoda esquizofrénico.


Quizás de ahí el desencanto de Rulfo, y de toda la caterva que desfila por Bartleby y compañía de Vila-Matas. Vino la Musa, hizo lo suyo, y luego se fue. Apareció ese texto y poseyó al médium que la puso en papel, y luego, del mismo modo que llegó se fue. No por nada ese proceso es descrito en 2666 como una posesión, dizque demoníaca. Algo fuera del escritor toma control de su cuerpo, y la escritura nunca es propia sino de esa Musa, que quizás no sea más que un cementerio de bolsillo de los escritores caídos.


Si y sólo si es cierto que los escritores actuales lo que buscan es ‘reconocimiento’, entonces ahora ya nadie más quiere desaparecer. Y el acto del ghostwriter son sólo desesperados garrotazos tendiendo hacia la superficie de las becas los premios los mecenas. Nadie querría escribir una gran obra y que su nombre no traspase el umbral de la muerte junto con ella.


Perinola (en Parménides del insoportable Aira) es contratado por, Parménides. Sí. El mismito de la dos vías de conocimiento y la doxa y la aletheia y las yeguas que llevan el carro. Da lo mismo lo que pasa en las pocas páginas de la novela. Importa la escritura del estudiado poema atribuido a Parménides. Pero escrito, en un rapto, por su escritor a contrata Perinola. Pasa una década sin que escriba nada, porque Parménides quiere escribir un libro Sobre la naturaleza pero no sabe qué poner, y Perinola no sabe qué hacer ante la incertidumbre. Y nadie escribe, pero todos hablan y el tiempo pasa.


Las cloacas de la historia han de estar llenas de fantasmas con otro cuerpo. Y Perinola lo intuye, digamos que supone que su oficio es el punto de partida para otros similares en el futuro: famosillos, empresarios, que queriendo escribir pero no sabiendo cómo contratarán servicios idénticos. Y en este caso es peor, porque Parménides ni siquiera sabe qué escribir. En rigor sí lo sabe, pero no se puede escribir peri physis así como así, sin imaginar el Aleph o el Uno de pasadita.


Casi me saltan las lágrimas de la risa que me provoca Aira. Una vez más. Reconozco los parafraseos del poemita de Parménides en su novela. Perinola escribe los hexámetros desde el centro hacia fuera, y se da cuenta que la misma forma de su escritura le da contenido al texto: va construyendo ya teniendo el núcleo. Y se ríe, se ríe de lo evidente que es afirmar que el ser es y el no ser no es, pero nota que adquieren un tono tan denso y misterioso con la versificación que omitirlo sería un crimen.


Y uno que se quemó las pestañas y fundió unas miles de neuronas en primer año de filosofía.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Ellroy

Algo hay que decir sobre Ellroy. O mejor dicho, sobre el asesinato de su madre y Ellroy. De cómo la sangre da de distintos modos la vida, de que las vísceras de la madre no únicamente significan vida biológica y útero calentito, sino también que la sangre derramada en la acera puede hacer vivir de otro modo. Otras frecuencias de la existencia. La de James Ellroy en la órbita de dos asesinatos sin culpables.

Hay que relatar el horror del asesinato impune. Tal como también lo hace Alan Moore y Eddie Campbell en From Hell. Y Ellroy en La Dalia Negra y Mis rincones oscuros. Pero a Moore poco le importan los asesinatos de Withechapel en 1888 más que como recursos narrativos, como acelerantes para su trabajo. No como a Ellroy que de verdad le importan, le significan sufrimiento y haber salido de la cáscara.

No es posible hablar de uno mismo queriendo abarcarlo todo. Quizás sea necesario elegir un tópico, o un eje sobre el que comenzar a escribir: algo como un antes y un después de… O imaginar la propia vida como una novela, una novela negra, comedia, un drama de época, un roman à clef, o lo que sea. O apenas un cuento. O quizás un verso.

Lo más acertado que se puede decir sobre esta autobiografía ya fue escrito: «memorias que surgen directamente del infierno… Ellroy es capaz de bailar la conga mientras el abismo le devuelve la mirada»