domingo, 29 de enero de 2006

Lo imposible y lo que no importa

Un libro que sea a la vez un diario, un periódico, panfleto anarquista que vuela junto a las esquirlas de una bomba, un pasquín pornográfico francés del siglo XVIII, una revista que circule todos los martes dentro del periódico antes mencionado, el diario de vida de una puta mexicana, los borradores de un tratado filosófico, un álbum fotográfico de las vacaciones familiares de un paralítico, el plano de una ciudad enorme pero con poca población, la partitura de un músico anacrónico que compone una ópera, un manual de instrucciones de una computadora (manual), la página de sociales de un diario distinto, una carta de amor escrita a la futura viuda de un reo, la biografía de alguien que nadie conoció, una revista de modas, un Larousse sin ilustraciones, la libreta de notas de un periodista político, un libro de poesía no abierto en diez años, una versión escolar de Moby Dick, el booklet de un CD de fado, un libro de cirugía cerebral con imágenes explícitas, una agenda con todo el próximo mes copado de reuniones, un ensayo sobre «movimientos obreros del siglo XX», una versión gay del Kamasutra, una edición que celebre el centenario de Canadá (1867-1967), la lista de todos los animales del Emperador, un libro electrónico en formato PDF, el libro que nunca acabé de leer, uno cuyo autor haya sido visto por última vez salir corriendo de una farmacia, un libro de autoayuda que mezcle a Jung y Nietzsche, aquel que provoca pesadillas, uno que no se puede robar, el libro que sea solamente no que sale luego de la trigésima segunda coma de este catálogo.

Que a los animales los maten para comérselos, el reposicionamiento de la izquierda en la política chilena, las demandas de los deudores habitacionales, las ballenas cazadas por japoneses (se mata al individuo mas nunca a la especie dijo Melville), lo que tú pienses de mí, aprender a interpretar los sueños, oír música en vinilos, leer los más vendidos, ayudar a los abuelos abandonados, rezar por el futuro de la Iglesia católica, la donación de órganos una vez muerto, los problemas económicos de los micreros, que los flaites se maten entre sí, la consecuencia que no es más que la careta del anquilosamiento radical, sonreír cuando voy a comprar pan por las tardes, dejar de fumar, parecer decente, dejar de masturbarme, los que no les gusta la torta de milhojas-manjar, que el capitalismo devore el planeta, que los milagros se hayan acabado junto con las utopías humanas, ser antipático hasta la falta de educación, escupir sangre en la calle, mirar de soslayo lo que otros leen, no tener todo el dinero que quiero o que necesito, que el fondo no se vea nunca a pesar de todo, que mi padre muera, que miles de niños mueran en África por culpa del SIDA, las vindicaciones hueras de las feministas, los planes culturales del gobierno, saber si Allende se suicidó o fue acribillado por militares o por alguno del GAP, si existió o no el Plan Z, que Pearl Jam no vuelva a Shile, escribir lo que aquí no sale, entender lo que Hegel pretendió decir cuando escribió lo que escribió, vivir en Ñuñoa y votar por la izquierda, que Linux gane terreno sobre Windows, que la Biblia tenga un título tan cabrón, que los icebergs se deshagan dentro de cien años o mañana mismo, la tala indiscriminada de bosque nativo, la lucha de los indígenas mexicanos o de donde quiera que sean, vestirme con colores llamativos, tener una conciencia sin mácula, bañarme todos los días, si algún día escribo autoayuda mientras gane buen dinero, mantener en la memoria todo lo que me ocurra, morir desangrado en una tina con agua caliente, tomar pastillas sin medicación, no haber follado por el culo, no haber aprendido a tocar guitarra, saber si los celulares producen cáncer, tener que dar las gracias por todo y a todos, que hagan redadas y maten docenas de perros en Valparaíso, que los homosexuales salgan a manifestarse a la calle, que maten a un nazi, drogarme para que todo esté bien, ser inteligente frente a todos, ser genio durante cinco minutos una vez por día, que el talento no exista, tener más amigos que los de ahora, convencerme que de ésta sí puedo salir solo, volver a leer a Baudelaire, dejar de escribir ahora mismo.

jueves, 19 de enero de 2006

Million Dollar Writer

«Tough ain’t enough»

Por lo pronto tengo la seguridad que esto no se convertirá en otro Por qué no escribí las novelas que iba a escribir o algo por el estilo. No habrán variaciones agotadoras del mismo fragmento ni nada que no sea razonable desde el razonable punto de vista de la gente razonable. Por eso yo mismo he de considerarme «razonable» para todos estos propósitos: seré mesurado y ordenado, metódico y lógico en todo momento que esté frente al monitor tecleando palabras. Aunque ahora que lo escribo vuelvo sobre un relato que facturé hace un buen tiempo, se separa en seis partes: A, B, C, D, E, Y. En cada fragmento el protagonista es Francisco Santiago «oficinista gris y parco» que acaba de terminar la lectura de ­Los miserables de Hugo. En cada uno ocurre lo mismo con diferencias ligeras, climatológicas. Sólo después me di cuenta que al poner como última parte la letra «Y» dejaba abierta la posibilidad de otra parte, la «Z». Pero es harto improbable que ocurra algo luego de muerto, aunque algunos sólo mueren para vivir.

Escribir sobre por qué no puedo escribir una novela y que ese texto resulte una novela, no es más que la confirmación de la muy posmoderna idea de que la literatura se juega su salud en su propia imposibilidad, imposibilidad radical de toda escritura de toda inscripción. Que la comunicación es un invento útil para relacionadores públicos y publicistas pero que no va más allá, que el mensaje no es más que lo que el otro entiende de él y nada de lo que el emisor quiso poner en él se mantiene esencial, puro, falto de contaminación exterior. Que la frase «Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?» tiene más sentido que lo que el Bibliotecario pensó.

Esto no es un apéndice a los Bartlebys que rondan por el mundo, pero sus preguntas siguen teniendo sentido, digo: ¿por qué Rulfo no volvió a escribir luego de los cuentos de El llano en llamas luego de Pedro Páramo? Vuela Monterroso en ayuda de una posible solución: «La mesura de Rulfo, que debería ser una influencia general, la falta de prisa de sus primeros años y su reacia negativa posterior a publicar libros que no considera su (a) propia altura, son un gesto heroico de quien, en un mundo ávido de sus obras, se respeta a sí mismo y respeta, y quizás teme, a los demás». Rulfo también calla porque se ha muerto el tío que le contaba las historias que escribió. Porque le tiene mucho respeto al silencio de la tumba y de los gusanos, hasta Rulfo respeta a los fantasmas que no quieren hablar. Comala está en silencio para siempre, nunca nadie ha hablado de ella y su recuerdo se disuelve como una nube de polvo en medio del desierto de Sonora.

«It’s the rule: always protect yourself»

Callarse es el máximo signo de mesura que pudiese existir. Bien afirmó Parra en un artefacto con Mr. Nobody: Stop writing, y póngase a leer. Lo normal es leer, ya lo dijo Borges, lo repitió Bolaño, lo normal es leer, es lo normal y hasta lo decente lo educado, lo invertido lo oscuro y terrible es escribir, escribir para escribirle una carta al padre que nunca será depositada en el buzón, escribir para descubrir que detrás del telón no hay nadie o que lo que hay soy yo mismo escribiendo. Es signo de decencia y razonabilidad el leer, signo de buena y próspera salud mental y espiritual. Lo monstruoso es escribir un poco más que la firma en los cheques, eso aterra anula y afantasma, y no porque todo esté dicho sino porque todo lo ya dicho pasa por la mano del que escribe: cientos de años de tradición lo cual no quiere decir nada más que por esa mano pasan millones de manos de muertos que escriben mirando detrás del hombro qué demonios está escribiendo. Escribir guiado por los muertos. Taparse la nariz porque el hedor es insoportable. Limpiarse el traje porque caen gotas de grasa putrefacta de los guías. Hay mucho dicho, quizás todo, eso no importa al que escribe porque a un enfermo las consecuencias y procedencias de su enfermedad no le interesan, él es un enfermo, está alienado respecto de su condición.

Escribir es bajar la guardia, bajar el brazo izquierdo y que de repente una boxeadora alemana a la que llaman «Oso azul» te tiré un puñetazo malintencionado, caigas y tu cabeza dé contra el taburete que te esperaba para que te sentaras y quedes paralítica respirando por una máquina. Es bajarse los pantalones frente al diablo para que éste te encule sin misericordia, porque tú te lo buscaste. Ésa es la regla, la única regla: siempre protégete. Que esa regla corra para todos y para todas las circunstancias de la vida. No olvidar. Publicad, archivad, recordad.

Escribir es mo cushlie. En sus dos acepciones.

jueves, 12 de enero de 2006

Bi-ciclistas

Ayer cuando nos íbamos a casa de Lagos, vimos pasar una chica montada en una bicicleta. Le comenté que era una idiotez llamarles «ciclistas» porque en rigor manejan «bi-cicletas» y no simples «uni-ciclos», de una única rueda. Su respuesta fue la esperada: lo opuesto (a veces creo que se empeña grandemente en buscar las formas de rebatir cada uno de los puntos que expongo). Que el llamarse «biciclistas» tal como yo proponía era un error, de concordancia, porque —he ahí su grueso error— es una (1) persona la que maneja y no dos, por eso no podía ser «bi». El argumento para refutarlo es sencillísimo, pero contiene en sí el problema de no convencer a nadie —claro, como los argumentos de Berkeley según Hume dicho por Borges—: llamándose aquellos vehículos «bicicletas» por poseer dos ruedas, es obvio que quienes las manejen sean llamados «biciclistas». Nada tiene que ver que por ser llamados «biciclistas» eso indique un dúo manejando el aparato, sino que señala a las ruedas dobles. Digo que convencerían a nadie por el único pero suficiente motivo de la costumbre popular, del tácito acuerdo en la asignación de nombres, y eso decanta en el viejo problema de si existe o no cierta adaequatio entre significante y significado, tema que no será tocado por el momento.

Así, un «ciclista» no sería quien anda en bicicleta sino aquel que maneja la «unicicleta».

bicicleta francés bicyclette, del prefijo bi-, y el griego kyklós: círculo, rueda.

bi- latín bis: dos — Prefijo que indica cosas dobles.

El error semántico de Lagos consiste en creer que la designación, el nombre que recibe quien realiza la actividad (biciclista) tiene que ver más con él que con aquello que utiliza (bicicleta), aquello sin lo cual aquel no podría ser designado de ningún modo. Esto lleva a pensar en otro problema, a saber, si existe alguna labor que sea únicamente dependiente de quien la realiza, trabajo autárquico y solipsista al máximo, independiente de cualquier ente externo al trabajador. La tentación a afirmar que tal labor no existe es fuerte, pero intuyo argumentos que podrían mostrar que tal tarea podría existir o por lo menos ser posible, id est, pensable. En el caso que nos ocupa, el problema se disuelve en el mismo momento en que se acepta que el nombre correcto es «biciclistas», porque con esto se demuestra la falta de correspondencia significativa entre la máquina y su operario.

(Ahora que con las máquinas de más de tres ruedas sólo cabe pensar que sigan llamándose «bicicletas» por extensión, por una prolongación amable tal como decimos que eso es un «hombre» cuando estamos frente al David de Miguel Ángel.)

Sin embargo puede muy bien ser la razón de este error de asignación nominal el que los biciclistas profesionales corran en aquellas pistas circulares, en los velódromos. Digo esto porque la partícula griega kyklós —que no significa más que «círculo»— tiene como correspondencia directa en las lenguas de ella derivada a la palabra «ciclo», que nos trae a colación de manera inmediata la idea de todo-aquello-que-vuelve y junto con eso toda la retahíla sofística del eterno retorno de la serpiente mordiéndose la cola y todo eso. Aunque según el diccionario etimológico que consulto, el término «velódromo» sólo comenzó a utilizarse durante el siglo XX… la raíz del error se mantiene igualmente oculta, hay que dejar a los Furiosos Biciclistas santiaguinos con ese enigma, ellos son los llamados a vindicar tan embarazoso error que los afecta más gravemente que la prepotencia de los automovilistas. Yo, me quedo aquí, oyendo a Freddy Mercury cantando “Bicycle race”.

miércoles, 4 de enero de 2006

Pozo sin fondo

Tengo demasiado sueño. Pero si me duermo temprano despertaré en la madrugada, me pondré a leer, luego se despertarán mis padres y quedaré desvelado, pasaré toda la tarde en un estado que está entre el sueño y la vigilia y apenas comience la noche tendré demasiado sueño, pero si me duermo a esas horas despertaré en la madrugada, me pondré a leer, luego se despertarán mis padres (…)

Leo con desesperación La vida instrucciones de uso de Perec. Texto que supongo está a la base de una parte no menor de la obra de Bolaño. Digo “base”, pero quiero únicamente decir la base visible, el soporte rastreable por un lego, aquello que se me da primeramente, sin demasiado escarbar.

No quiero pasarme de listo, simplemente poner estas citas que darán cuenta de tales relaciones intertextuales. Aunque ésta es una tarea vana, porque siempre “hay relaciones” como bien dice Hernández citándome, creo.
Vean lo que la contraportada de La vida… dice sobre ella: «asistimos a la formación de un microcosmos constituido por una serie de “novelas dentro de la novela”».
Bien. El mismo texto pero en 2666 afirma que éste es «un libro que se construye como una novela empotrada en otra novela empotrada a su vez en otra novela».

Ahora, Rodrigo Fresán en un artículo para Página/12 sobre 2666 escribe que éstas cinco-novelas-en-una «se relacionan no como cajas chinas o muñecas rusas sino que parecen fundirse unas con otras», que Bolaño «como el miniaturista Borges— va construyendo y citando escritores y obras dentro de su propia obra de escritor». Esto último ya es más que conocido, por lo menos en lo que a Borges respecta. Pero también lo es en Bolaño. En alguna entrevista afirma que lo que él hace no es nada nuevo, y que ni siquiera Borges es el inventor, sino que éste lo tomó de Alfonso Reyes y éste a su vez de Marcel Schwob: todo es nuevo, lo fuido es lo soy, «entramos y no entramos en el mismo río, somos y no somos» (1).

«1. Soñé que Georges Perec tenía tres años y visitaba mi casa. Lo abrazaba, lo besaba, le decía que era un niño precioso (…)
57. Soñé que Georges Perec tenía tres años y lloraba desconsoladamente. Yo intentaba calmarlo. Lo tomaba en brazos, le compraba golosinas, libros para pintar. Luego nos íbamos al Paseo Marítimo de Nueva York y mientras él jugaba en el tobogán yo me decía a mí mismo: no sirvo para nada, pero serviré para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matarte. Después se ponía a llover y volvíamos tranquilamente a casa. ¿Pero dónde estaba nuestra casa?» (2)

Ya comenté el error que me llevó a Perec. Esto lo había leído hace ya mucho tiempo, ¿cómo no corrí a conseguir alguno de sus textos?

* * *

(1) Heráclito, frag. 49.
(2) Roberto Bolaño, Un paseo por la literatura.