domingo, 31 de diciembre de 2006

Sísifo

1. Partir con Perec en enero y saber que justo se cumplían veinte años de su muerte. Descubrir a Bartlebooth y el arte de los puzzles.

2. Sólo dos libros birlados: Hegel y Christie.

3. Buena parte de los diálogos platónicos me miran cada vez que abro la puerta de mi habitación. Me reclaman atención, pero hay que vivir.

4. Ídem Proust. Que demanda demasiada atención pero que atrapa, por ser yo un copuchento, que quiero saber qué con Odette y Albertine y Gilberta. De puro metiche.

5. Los versos en inglés me exigen perfeccionamiento en ese idioma. Lo consigo medianamente, para poder leer a Milton y a Keats y Dylan Thomas. En el libro que encontré en una feria a cambio del billete más pequeño de por acá. Sus hojas delgadísimas exigen un gentleman.

6. Espero, con ansias, que el furor me domine durante enero y febrero, para poder escribir como lo hice el año pasado. En este caso, sí que importan las páginas. Una carilla de Word tiene cincuenta líneas si se utiliza Times en tamaño doce. En ella hay un promedio de setecientas cincuenta palabras.

7. Hay algo raro en el ambiente. Se siente que pronto pasará algo. Este punto lo escribo el día antes de navidad.

8. Luego de muchos años me han devuelto el útil mamotreto francés-español. La dedicatoria (dirigida a mi madre) lo fecha en el verano de 1974.

9. El Emperador Aira me ha conquistado, y no he opuesto mucha resistencia he de decir. Mejor para mi divertimento.

10. Mi mamá antes pensaba que podía sociabilizar. Y me inscribía en cursos de verano deportivos. Sólo ahora he podido decirle lo mal que lo pasaba en esos lugares, sin hablar con nadie, imaginándome en otros lugares, deseando escapar. «¡Y esto era lo divertido!» le dije, agitando a Proust en el aire.

11. Ayer por la madrugada, por un momento, me hundí en un hoyo oscurísimo. A pesar de la compañía. Dije cosas horribles que no hirieron a nadie presente, precisamente porque ya me había marchado hace mucho rato. Fui y volví, por eso escribo.

12. Si Borges hubiese sido cineasta, Peter Greenaway habría sido su asistente de dirección. Y su Pierre Menard sería Tulse Luper. El afán de las listas, de la clasificación exhaustiva es cosa que también comparten. Ah, y también cierto rasgo ucrónico.

13. Mal número. Cioso y Pailos lo perdonarán. ¿De qué lado de la cordillera estamos? Gernández dice: quien afirme que está delante es un delirante. ¿Qué confabulación astral nos conectó? Algo tiene que ver la constelación «Delivery» en todo esto.

14. Mi querido Lector Adolescente afirmó durante toda la madrugada de navidad, que yo estaba irremediablemente intoxicado de literatura (sic). Por ahí hizo un brindis por Parra junto a una chica. Dije que por lo menos elegía todos los días intoxicarme con lo mismo. Se burló de la musicalidad (sic) del nombre «César Aira», y festinó con él. Nadie entiende nada.

15. Qué extraño ha sido este año. ¿Qué significa el rayado «NE TRAVAILLEZ JAMAIS»? ¿Por qué de pronto no hay nada por hacer? ¿Dónde está la oficina de “Atención al Cliente”? ¿Se pueden concebir obscenidades de tal tipo? ¿Qué es lo quisiera decir?

16. Ayer lo pienso, hoy lo anoto: conocer la vida de Archimboldi o la de Luper es idéntico a hacer un paseo por todo el último siglo europeo. Entonces, ¿de qué se ríe el borrachito?

17. En un principio era el verbo... En un principio había pensado escribir dos mil seis entradas, de acuerdo al año que acaba. Pero no. Nunca acaba un año, siempre es otro distinto y opaco el que comienza cuando abro los ojos y recuerdo (sin que lo sepa) que hay que respirar.

18. No hay caso con nada.

19. Sísifo sabe qué es lo que he querido decir.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Pornografía decimonónica

En Balzac, convengámoslo, falta acción. No hay muchas persecuciones en auto, ni edificios demolidos, ni magníficas conspiraciones que alteren el orden mundial. Pero sí hay mucho detalle, sobre todo hay detalles. El «sobre todo» hay que entenderlo de estas dos maneras: sobre todos los sucesos hay detalles, y, por sobre todo está el detalle. Que perfectamente puede iluminar, pero que en gran medida arrastra consigo el tedio y cerrar de sopetón el libro enorme de La comedia humana que me regalase hace un par de años Gernández.

Todo lo anterior puede ser aplicado a Proust. Por eso, y con mucha justicia, Pailos afirma que «la vida está contra Proust». Y esto porque ella se place en las generalidades, de esas mismas que Funes no podía captar. Y además porque tanto Balzac como Proust deléitanse con los detalles, y se ensucian las manos con ellos.
¿Podría realmente importar el color del raso que cubre el techo de la mansión burguesa de César Birotteau? ¿O los tipos de manjares que se consumen en casa de la Berma? Y de eso sacan toda una sociología, una tipología de la sociedad francesa.

Quizás, o, precisamente por ello la escuela historiográfica de Anales le tomó tanta importancia al obeso Honoré cuando se dieron a la tarea de documentar la Historia de la vida —dizque— privada. Necesitaban estadísticas, y la literatura balzaciana está constituida por ella. Recovecos de la conciencia que no son sino puntos de referencia en un bosquejo del mapa de todo Francia.
¿Interesa saber lo que hizo Bloom durante veinticuatro horas?
¿Importan los flatos y el origen de las manchas amarillentas en las sábanas de Reilly?
¿Quiero saber que Los Angeles es una ciudad para nunca visitar?
¿Sirve el recuento de los ciento diez asesinatos en Santa Teresa?

Detalles y más detalles que son un foco de aumento sobre ángulos que la mayoría no quiere visitar, ni siquiera saber que existen. Y en eso, la literatura se desenmascara y afirma que ella misma es una labor imperdonable, de hecho, execrable como la que más. Abrir un libro de Balzac comporta las mismas consecuencias que hojear a los diez años una Hustler o un manual de cirugía cerebral con ilustraciones a todo color.
Pasolini filmando Eugenia Grandet con John Holmes como protagónico.

¿Qué con los detalles estadísticos y pornográficos entonces? Tengo un lío enorme en la cabeza —se nota. ¿Dar detalles, sí, pero de datos que no existen, que se inventan para la ocasión? ¿Escribir de sucesos reales pero alejados del conocimiento específico del escritor? De ahí que Borges sólo escribiera sobre libros, y que en tal furor inventase lo que no pudiese justificar con una enciclopedia en la mano.

Escribir es entrar en la generalidad del lenguaje plano, uniforme y llano al que todos tienen acceso. Una escritura periodística. Escribir, en ése mismo lenguaje, dando cuenta de sus mismos recursos y límites equivale a ser moderno, o estar metido en la moda de parecerlo. Los trazos como palabras del horror de la respiración mecánica.

¿Simplemente dejarse de escribir, sobre lo que sea? Y en eso la tranquilidad de un problema menos. La cobardía me constituye, y sobre eso siempre quiero escribir. Para alejarla por un rato pequeño. Hacerle una mueca a la desesperación para que ella piense que no la estamos llamando a gritos, como sí ocurre.

«Los espíritus altamente analíticos casi ven sólo defectos: cuánto más fuerte la lente más imperfecta se muestra la cosa observada. El detalle es siempre malo.» (Obviamente, Pessoa)