domingo, 15 de mayo de 2005

Ruido de fondo

A expresa petición de don Pablo Abufom (trunco cineasta) publico lo que sigue:

Esto es lo que ha llegado a mí después que desperté:
Salía de la Universidad acompañado por otra persona más baja que yo, de contextura más débil que la mía, lo más probable es que fuese una mujer vestida de negro, pero yo nunca le vi el rostro: no sé si lo cubría todo el tiempo con su pelo también negro o con un manto de idéntico color.
En algún momento Heidegger apareció a nuestro lado, lo más probable es que estuviera con nosotros desde antes. Él nos guiaba a su casa que quedaba a pocos metros de la Universidad, a la cuadra siguiente en esas casas de techo alto que tienden más a lo largo que a lo ancho.
En el trayecto nada pasa, no hay intercambio de palabras.
Cuando llegamos a su casa, él abre la puerta y llegan a mis oídos acordes potentísimos de guitarras eléctricas y una batería a punto de estallar. Heidegger vive con un nieto adolescente que está tirado en un sillón del living escuchando esta música.
De inmediato nos invita a pasar a la cocina. Pasamos cerca del joven sin que nos preste atención, ni siquiera saluda a su abuelo.
En la cocina nos ponemos a conversar. Mi acompañante nada dice según recuerdo. Yo intento seguir el hilo de la conversación, intento recordar pasajes de sus obras que me aprobleman que me son difíciles de entender, se los comunico, le hago preguntas y él me las responde calmadamente. Pero yo no estoy calmo, a cada palabra suya más me exaspero más me irrito porque el ruido de fondo de la música del nieto de Heidegger impide que entienda la mitad de las palabras que él profiere. No estoy seguro si Heidegger habla en alemán o en un castellano forzado, tiendo a creer más en lo segundo. Él me habla, da respuestas a mis dudas, aclara problemas de traducción, me enervo me agoto en tratar de oírlo, pienso en proponerle que exija a su nieto que baje de inmediato el volumen de la música, pero nada digo, sigo intentando escuchar lo que me habla lo que nos habla.
Durante todo este rato no sólo ha hablado sino que se ha movido por la cocina. Toma unas cebollas y las corta de manera tal que cada capa de ella queda reducida a larguísimas tiritas blancas. Las pone en un sartén con aceite caliente y las deja ahí friéndose. Luego ha tomado unos panes como baguette pero de la mitad de su largo. Los parte horizontalmente y pone allí la cebolla frita recién sacada de la sartén.
Mientras comemos yo ya no pregunto él ya no responde. No estoy seguro si la música continúa mientras masticamos estos panes.
Hasta aquí el relato. Luego desperté o pasé a otro sueño pero a Heidegger su nieto y mi acompañante ya no los vi más
Algún día —quizás una noche— comeré nuevamente pan con cebolla frita.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo interpreto estas partes de la siguiente manera: el nieto de Heidegger eres tú mismo en la etapa más adolecente de tu adolescencia. Esa música ruidosa (que sonaba, confesaste alguna vez, a Limp Bizkit) es tu pasión por el death metal de los noventas, pero percibida desde la necesidad bibliotecarista de silencio en tus intereses filosóficos: algo así como que tu mismo te interrumpes la lectura.

Heidegger no tengo idea qué daimones es. Y el pan con cebolla sin duda es la amistad secreta de Adolf con Ludwig.

O Borges llorando.


(Por cierto, no se puede ser cineasta trunco antes de la muerte: no hables de mí como si fueras mi tumba)