lunes, 10 de agosto de 2009

Apenas si pueden llamarse

Stella Díaz Varín pegó una foto del Ché en su ventana y gritaba “viva el partido comunista” apenas ocurrido el 11 de septiembre de 1973. Se marcó con una navaja una A por el nombre de pila de Jodorowsky. El mismo cuenta que una noche mientras le esperaba, se tomó 3 ó 4 cervezas, hasta que aparece acompañada de un tipo de pésimo aspecto. Jodorowsky le reprocha que ande con tipos así, que debería meterse con otros como él o como un tal Nicanor Parra del cuál estaba prendado porque su lectura era reciente. Le dijo que ella debería ser musa de poemas como «La víbora» de Parra, y no hacerse acompañar de pelafustanes como su compañero. La tal Stella, colorina y harto rica, le espetó que ése poema le había sido dedicado en efecto, y que el tipejo a su lado era Nicanor Parra. Durante el mandato de Ibáñez del Campo y la promulgación de la “ley maldita” que hacía ilegal al partido comunista, ella y varios otros escritores (Lihn y Lafourcade por ejemplo) se tatuaron una calavera con un cuchillo partiéndola, como seña del odio y sus ganas de cometer un magnicidio que nunca ocurrió. Dijo la anciana que tuvo por meses su tatuaje hinchado. Durante la dictadura delatar era asesinar, pero no pensaba lo mismo Enrique Lafourcade que en cada columna de El Mercurio que podía le tiraba mierda a la poeta, hasta que una noche se atrevió a presentarse en la Sociedad de Escritores, pero escoltado por un púgil profesional. La poeta le prometió combos, sacarle la cresta apenas se lo encontrase fuera, cosa que cumplió. El boxeador al enfrentarse a esta colorina endemoniada, se hizo a un lado y dejó solo a Lafourcade quien recibió su dosis de nudillos, y luego, huyó.

En una feria de antigüedades encuentro un ejemplar de un pasquín poético, editado por compañeros en ese momento, de filosofía. Se llamaba Empédocles, y me divirtió mucho encontrarla ahí. Apenas la hojeé. Reconocí gran parte de los nombres de sus participantes. Recordé a uno que nos hizo pasar una noche de horror queriendo golpear a otro, sin querer marcharse, y todo porque había bebido pisco de más de 35º alcohólicos. Una vez llega mi hermana a casa, me pide ayuda para un debate en el que ha de defender a un filósofo presocrático. Y no se trata otro que Empédocles, el latero del amor y odio que unen y separan a discreción los cuatro elementos fundantes. En el momento no noté la coincidencia, sólo lo hice 8 segundos antes de dormirme.

Me enojo con Fernández. Pero no me enojo, y si lo hiciera no sería con él. Entonces me enojo porque a los poetas apenas les alcanza para poetitas. A los putos de la novísima poesía shilena les sobra el acné y la histeria y las bolas llenas como para poder hacer algo medianamente respetable. Si acaso tuvieran una pizca del ímpetu suicida de De Rokha. Que se metan la antología del recién difunto Alfonso Calderón, esa que ni conocen, la Antología de la poesía chilena contemporánea. Que se la metan por el ojete a ver si escupen aunque sea una frasecita decente, un verso digno, o en su defecto: un eructo inteligente. Aunque hasta sea dable pensar que todos esos indignos sean necesarios, dando vueltas en sus talleres y jornadas de vino y desbande, para que nazca uno como Alfonso Calderón. Que repito, murió hace dos días. Claro, son tantos y tantos, que toda la inteligencia que no tuvieron viene a parar en la cabeza de otros.

La pregunta «¿para qué poetas?» es inválida porque anacrónica.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

http://unapieza.wordpress.com/2009/08/05/753/

Karen Glavic dijo...

¿viste el documetal de la colorina la otra noche?
me encantó a mí, sobre todo el combo en lo hocico a lafourcade y el poeta del psiquiátrico.
hasta hice una teoría sobre como se abordó la locura en el documental, otro día te la cuento, tengo mucho sueño ahora.

ernestoernesto dijo...

¿en qué sentido dices que es anacrónica? ¿no hay poetas, dices? porque no vamos a decir que no son tiempos de miseria! ¿o sí?