jueves, 16 de abril de 2009

Manifiesto atrasado

«Un libro es un gran cementerio donde los nombres de la mayor parte de las tumbas están desdibujados e ilegibles»

Proust, en algún cuaderno

Habría que decir algo sobre la poca sustancia de la realidad. Donde no basta el examen bastardo de golpear las: porque la dureza corpórea nada dice de la sustancialidad. Algo como, “hay tan poco ser en lo cotidiano como en las posibilidades del futuro”. Y cerrarse al accidente de siquiera decir algo cierto sobre la realidad. A fin de cuentas, ¿qué es sino los relatos que nos han dicho y que hemos aprehendido en la ceguera, en la confianza?

Contrastar el efímero ahora-aquí con la permanente insistencia del ya-ido. Y con ello, una afirmación simple sobre el núcleo del relato. Sentenciar que el corazón del texto ya ha sido, que (algo evidente) sólo es posible contar lo que ha quedado en el pasado. El experto proustiano de Little Miss Sunshine dice hacia el final del filme, que Proust pudo escribir aquel libro “que casi nadie lee” sólo por su pasado, por la inutilidad de su vida hasta el momento en que pone manos a la obra. Dice lo aburrido que sería dormir hasta los 18 años: sin todo el sufrimiento de esa época negra, no seríamos lo que hoy.

Cuento lo que pasó porque puede maquillarlo con la pintura del hoy, del mismo modo en que trazo las líneas. Y también —cómo no— porque no hay otra posible salida: Perec haciendo el inventario de Las cosas no lo hace sino desde que las cosas han sido subsumidas en categorías, en estantes que las adecuan a un posible decir, esto es, son escritas cuando Perec ya no está en su plaza, sino frente a la máquina de escribir; y nosotros frente a su producto ya acabado.

No se dice nada nuevo. Sólo se apela a mencionar lo evidente. Tampoco se demuestra lo evidente, porque la realidad es axiomática incluso en sus utopías.

Sólo es posible lo que es como posibilidad posible. No hay libros con forma de escalera, pero hay el volumen que afirme y el que refute tal idea.

Escribir en la potencia del futuro con el aliciente del pasado. Así y sólo así se entiende el haber que tener leído para poder escribir. Se pueden desmalezar caminos, abrirlos de plano o apenas reseñarlos, o incluso algo mucho más sutil, pero quizás se trate de cierta “apertura”, de escribir en el gesto iniciático. Escribir en la sorpresa del futuro y en la sustancialidad del pasado: paso doble que despierta al escritor de sopetón, sabiendo que sabe, como si hasta el momento nada hubiese leído o aprendido de sus antecesores —de los muertos.

Decenas de manchas de color puro, distintas y una al lado de la otra. Y una delgada varilla que sutilmente las roza en su movimiento zigzagueante.

El movimiento ha de ser sutil porque de otro modo todo acabaría en el negro absoluto.

El movimiento ha de ser sutil porque de otro modo acabaríamos escribiendo acrósticos o cadáveres exquisitos.

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