lunes, 13 de abril de 2009

Biografías mínimas

Pienso que no es necesaria una vida espectacular. Ni siquiera una plana e indolente. Tampoco es que la vida sea radicalmente necesaria. Quizás sólo quedarse en el páramo de lo posible y nunca en el de lo imprescindible.

Intento no emocionarme con el último capítulo de Heavier than Heaven, la biografía de Kurt Cobain escrita por Charles Cross. Pero resulta harto difícil. Lo bueno de las biografías es que es sabido de antemano que el protagonista muere, o le pasa algo que ya sabemos qué será. Como las repeticiones de las películas de semana santa: al final el tipo es traicionado y crucificado, y siempre es así. Lo mismo con la de Cobain, pero con el vértigo doble de un final de libro y la muerte fulminante de un humano. Tampoco es necesaria que la vida sea una montaña rusa de emociones para que esa vida sea como cualquier otra, quiero decir, igualmente intrascendente. Pero sí que es necesaria la velocidad para una biografía, para novelar una vida en quinientas o dos mil páginas. Y Cross sabe que hay que ponerle pimienta a cada una de las partes de su relato, aunque ello signifique descreer de la imagen que el mercado creó de Cobain. Al final se permite todo excepto volver de la muerte a rectificar las mentiras y yerros.

O de las patologías y manías, de las fobias y neurastenias de Proust. Resulta a veces embarazoso conocer los pormenores de su vida, tal como André Maurois lo pone en su En busca de Marcel Proust. No sin sarcasmo doliente, el capítulo “El fin de la infancia” trata de la muerte de los padres de Proust, cuando este ya pasaba la treintena. Aunque ya antes se respira el mismo tufillo rancio que expele Ignatius Reilly cuando se niega a abrir sus cortinas, aduciendo un rasgo proustiano en su yo. Aunque también son vergonzosos los detalles de la adicción de Cobain, porque fui adolescente y tuve una polera de Nirvana, porque alguna vez pensé que él era tan cool. Aunque claro que es cool joderse a Axl Rose, y mentir descaradamente en las entrevistas.

Cobain —aunque cualquiera vale lo mismo— se inventa una historia que se soportó únicamente en sus relatos, que fueron divulgados a escala mundial por su fama. A pesar de ello, es falso que haya vivido bajo un puente, pero tampoco eso importa mucho aunque el biógrafo revele la verdad. Porque una cosa es la certeza de esa mentira, pero otra muy distinta es esa mentira envolviendo a un personaje, y que ella sea coherente con lo que significó/proyectó como yonqui y rockero y figura adolescente: es más sencillo mantener esa falsedad porque le va bien al personaje. Y el relato de lo cierto se diluye en el mar de rumores, como si fuese otro más.

(Y quizás uno —el de afuera, el lector, el no-relatado— se sienta reconfortado por ser anónimo, por tener una personalidad promedio, por no ser notoriamente pervertido ni manifiestamente idiota. No como aquellos que son retratados. No recuerdo la última carta que escribí, pero sé que nunca serán publicadas, no así las que Marcel le escribía a su “mamaíta” y que ella respondía con a su amado “lobito” de veintitantos años)

Me cuestiono la importancia de la biografía. Como relato, esto es, como género literario. Y cuando lo hago no pienso sino en Papini y su Juicio Final y Schwob y las Vidas imaginarias. Y entonces inventarse personajes y circunstancias o circunstancias a personajes del pasado adquiere otro peso, y se puede llegar a imaginar un relato con personajes reales realizando hazañas desconocidas, disparatadas, ocultas ante el mundo que los seguía por otros motivos —por famosillos, por cantantes, por el espectáculo.

Encarnar una utopía o un tiempo distinto en los actos de personajes conocidos. Poner a Elvis en el origen del caso Watergate, sin importar si estaba vivo o drogado, por ejemplo. O inventar personajes que jueguen en bambalinas y muevan los hilos de la historia con Mayúscula: amanuenses invisibles de los actos fundamentales y de los mínimos.

1 comentario:

Carlos dijo...

Puedo reconocer una emoción que también es mía al cuestionar la biografía como cosa que importe. Pero los alcances que tiene la duda (ésta duda al menos) a veces es sólo abordable cuando en el relato de la propia vida, el relato que nos contamos siempre; aquél digo, que me dice que hace 5 minutos asi como desde que nací, sigo siendo innegablemente mismo, abordable decía, cuando se ha levantado lo suficiente como para poder pensar en ella y lograr aprehenderla. Y claro aquéllas historias que son promedio simplemente no son aprehendibles. Escribir por ejemplo es un hecho innegable, lo que se escriba es totalmente cuestionable.