martes, 6 de febrero de 2007

I/O

A Cleopatra

1: el olor a tierra mojada durante las tardes veraniegas (como a todos), el café con leche heladísimo, la televisión prendida durante horas sin por eso mirarla, el pelo largo de las chicas, las chicas, las chicas desnudas sobre mi cama, la lengua dentro de mi oreja y también rodeando otros lados, los pantalones ajustados, la cerveza, fumar en ayunas, no olvidar nada, Perec, Borges, los gatos ojalá pequeños, acumular libros sobre libros, que me sorprendan con regalos, comer durante la madrugada, escuchar música en las colas del banco, la memoria de mis cicatrices, todos y cada uno de mis libros, conversar durante horas con mis amigos, no saber para dónde voy, la perfección geométrica de Greenaway, que la gente indicada me acaricie el cabello, el nerviosismo adolescente que me acosa, imitar a Barthes, escribir y leerme como ejercicio onanista, los comentarios sorprendentes de algunos lectores, aquellos momentos de tranquilidad en que quisiera estar muerto a pesar de que todo está mal, el arroz graneado que hace mi abuela, descubrir y hacerme fanático de algo nuevo de algo mil veces nuevo, las explosiones de babaza blanca, que Darth Vader sea el padre de Luke Skywalker, el aroma ácido que nos queda en el cuerpo luego del coito, mi madre y mi hermana, la teoría de cuerdas, leer en la micro, caminar por Santiago en otoño, la puerta toda rayada de mi habitación, imaginarme encamado con cada guapa que conozco, que mi abuelo trabajase para Lafourcade, el polvo sobre mi biblioteca, el queso derretido, que Tool aún no se haga presente, las películas en VHS, las sábanas rojas, no comprender palabra de la Fenomenología del espíritu, como te mueves cuando aparecen las hormigas, dormir (y dentro de eso: abrazado a una chica/ en el sillón cama de la antigua casa de Lagos hablando hasta quedarnos dormidos/ luego de haber tomado unas cuantas cervezas), la cazuela de vacuno que hace mi mamá, mi buen tino ortográfico (algo por lo menos), la cordillera nevada que tan bien se ve desde mi casa, hacer clases a los alumnos de filosofía que seguramente saben mucho más que yo, mi Mac, mi colección de cartas de El señor de los anillos de JOC Internacional (1994, edición limitada con borde negro), la «seguridad optimista» que siento cuando tengo cerca a mis amigos, la felicidad de saber que hay tanto todavía por leer, mi Larousse ilustrado, la posibilidad del desasosiego y de la reencarnación, despertarme justo para almorzar, las faldas de K. (y en general, claro), la familia que me he armado y que confirmo cada día, cagarme de miedo jugando Doom (uno, dos y tres), tomar sopa en días de lluvia, saberme vencido y por eso un sobreviviente, saber que odio tantas cosas, el piercing de tu lengua (que sí se siente), que el catolicismo vaya de mal en peor.


0: lo diametralmente opuesto.


½: Lo cual demuestra que mi cuerpo está frente al tuyo, y el de los demás. No hay un abismo entre las carnes, como una cicatriz abierta recientemente de la cual aparecen sin cesar gusanitos transparentes. (Las polillas se mueven dentro de esta habitación de la misma manera que las arañas que alejo se agrupan y confabulan contra mí). Que ante todo me estoy separando del mundo a cada momento porque nada lo impide: se sabe que un cuerpo dejará de moverse sólo si otro lo frena: que ése obstáculo seas tú, es cuestión que ya debes decidir.

Santiago, 12 de enero de 2007


25 de enero. Post scriptum: La frase final luego de los últimos dos puntos ha perdido toda validez desde que fuera escrita. O con mayor precisión: desde que me sorprendiste con una rosa roja y dos blancas (todas fragantísimas) y un par de bombones pidiéndome ser tu novio. Que quede claro: ya decidiste, no hay devolución de la mercancía: tú misma viste arder la boleta entre tus piernas.

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