viernes, 3 de noviembre de 2006

La memoria de Lovecraft

Noto que noto sin demasiado entusiasmo la manera de usar Lovecraft la cuestión de la memoria. Tratándola efectivamente como una cuestión, algo problemático, pero que en todo momento es la única posibilidad de salvación de sus protagonistas.
O también notar cómo siempre el conocimiento es algo que nos lleva al desastre más enorme: el saber como el punto de no retorno y un nunca más enorme e iluminado pero al que indefectiblemente todos los protagonistas nunca toman en cuenta. Pero da lo mismo, porque no pueden hacerle caso porque su toma de posición respecto al conocimiento es la del académico, y en ello ya toda una postura, una thesis: la del escéptico respecto al valor de muestra de la verdad del conocimiento: todo occidente metido en el muñequeo del larguirucho de Providence.
Digámoslo así: yo sé algo, y de pronto me doy cuenta de que tales conocimientos superan con creces lo que cualquier ciencia pudiese darme por su lado. Este conocimiento antiguo y primigenio ábreme puertas (de la conciencia, a otros saberes más terribles) que no hacen más que llevarme a la locura. Una pérdida de cordura que es irrecuperable, de un momento a otro el pobre idiota se pasa desde la medianía de la normalidad hasta el extremo opuesto, pero no del exceso de razón, sino el de la falta, o el de una que apunta a objetos imposibles: una nube verde que se reagrupa formando un pulpo gigante (La llamada de Cthulhu), la jalea protoplasmática original (En las montañas de la locura), el color que cayó del cielo, los escarabajos de Yuggoth que se comunican por cambios de la coloración de sus cabezas (El que susurra en la oscuridad) o el Guardián entre las dimensiones (A través de la puerta de la llave de plata).
El coste necesario por saber es la locura inmediata. No es que existan cosas que no se puedan decir, sino que existe lo que no se debe saber. Nunca.
Frecuentemente me asusto cuando sé de alguna expedición que parte a la antártica a taladrar las gruesas capas de hielo en busca de quién sabe qué productos. Sé con la más grande certeza que hallarán algo que cambiará la historia humana en un segundo: los seres con forma de barril con una estrellita de cinco puntas en la cabeza que poseen un par de alas retráctiles que se esconden por sus costados y que en un lamentable descuido crearon a la raza humana. Pero a la vez que lo creo me tranquilizo ahora, por primera vez, al saber que siempre los protagonistas pagando el coste de cordura necesario, salvan a toda la humanidad de conocer lo que a él le hace perderse: «he sido un vengador y con mi acto ahorré al mundo un horror que, si sobreviviera, podría haber causado una insospechable devastación en toda la humanidad» (1).
Y luego de la nefanda aventura sólo queda el olvido, pero «los recuerdos y las posibilidades son siempre más terribles que la realidad» (2).
Todo esto podría ser así. Tomar a la memoria como un antídoto posterior e imperfecto para los horrores estelares. Morirse y junto con ello olvidar todo lo vivido: la metempsicosis como ejercicio mnemotécnico, con unas grietas y manchitas de sangre seca producto del calor del ataúd: «La memoria es un hotel fantasma lleno de pasajeros que se agitan en sus piezas recorriendo rutinas autorrecursivas, contemplando el infierno que se posa en las esquinas, el infierno que es aburrimiento, soledad, desespero, suspensión de todo tiempo» (3).

Posdata:
Al lector paciente y benevolente recomiéndole el siguiente ejercicio: compare usted el párrafo inicial de La llamada de Cthulhu de Lovecraft, con el inicio de la «Doctrina trascendental del juicio (o analítica de los principios), capítulo III: El fundamento de la distinción de todos los objetos en general en fenómenos y númenos», de, ya se nota, la Crítica de la razón pura (B294ss., en la edición Alfaguara).

* * *
(1). El ser en el umbral.
(2). Herbert West, reanimador.
(3). Álvaro Bisama, Caja negra, Pág. 88. Bruguera, Santiago, 2006.

2 comentarios:

Gonzalo Hernández Suárez dijo...

Recuerda también, -de ese modo olvidadizo que pregonas-, que hay seres que mascullan en extraños estertores no carentes de significado, y que han aprendido a caminar ciertas criaturas que sólo debiesen arrastrarse.

¿Ha visto usted al shoggoth?

salgadoboza dijo...

Y mire usted qué extraño. Justamente he soñado con que a mi madre no le agradaba nada, pero nada, aquel al que llamamos 'shoggoth'.