jueves, 19 de enero de 2006

Million Dollar Writer

«Tough ain’t enough»

Por lo pronto tengo la seguridad que esto no se convertirá en otro Por qué no escribí las novelas que iba a escribir o algo por el estilo. No habrán variaciones agotadoras del mismo fragmento ni nada que no sea razonable desde el razonable punto de vista de la gente razonable. Por eso yo mismo he de considerarme «razonable» para todos estos propósitos: seré mesurado y ordenado, metódico y lógico en todo momento que esté frente al monitor tecleando palabras. Aunque ahora que lo escribo vuelvo sobre un relato que facturé hace un buen tiempo, se separa en seis partes: A, B, C, D, E, Y. En cada fragmento el protagonista es Francisco Santiago «oficinista gris y parco» que acaba de terminar la lectura de ­Los miserables de Hugo. En cada uno ocurre lo mismo con diferencias ligeras, climatológicas. Sólo después me di cuenta que al poner como última parte la letra «Y» dejaba abierta la posibilidad de otra parte, la «Z». Pero es harto improbable que ocurra algo luego de muerto, aunque algunos sólo mueren para vivir.

Escribir sobre por qué no puedo escribir una novela y que ese texto resulte una novela, no es más que la confirmación de la muy posmoderna idea de que la literatura se juega su salud en su propia imposibilidad, imposibilidad radical de toda escritura de toda inscripción. Que la comunicación es un invento útil para relacionadores públicos y publicistas pero que no va más allá, que el mensaje no es más que lo que el otro entiende de él y nada de lo que el emisor quiso poner en él se mantiene esencial, puro, falto de contaminación exterior. Que la frase «Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?» tiene más sentido que lo que el Bibliotecario pensó.

Esto no es un apéndice a los Bartlebys que rondan por el mundo, pero sus preguntas siguen teniendo sentido, digo: ¿por qué Rulfo no volvió a escribir luego de los cuentos de El llano en llamas luego de Pedro Páramo? Vuela Monterroso en ayuda de una posible solución: «La mesura de Rulfo, que debería ser una influencia general, la falta de prisa de sus primeros años y su reacia negativa posterior a publicar libros que no considera su (a) propia altura, son un gesto heroico de quien, en un mundo ávido de sus obras, se respeta a sí mismo y respeta, y quizás teme, a los demás». Rulfo también calla porque se ha muerto el tío que le contaba las historias que escribió. Porque le tiene mucho respeto al silencio de la tumba y de los gusanos, hasta Rulfo respeta a los fantasmas que no quieren hablar. Comala está en silencio para siempre, nunca nadie ha hablado de ella y su recuerdo se disuelve como una nube de polvo en medio del desierto de Sonora.

«It’s the rule: always protect yourself»

Callarse es el máximo signo de mesura que pudiese existir. Bien afirmó Parra en un artefacto con Mr. Nobody: Stop writing, y póngase a leer. Lo normal es leer, ya lo dijo Borges, lo repitió Bolaño, lo normal es leer, es lo normal y hasta lo decente lo educado, lo invertido lo oscuro y terrible es escribir, escribir para escribirle una carta al padre que nunca será depositada en el buzón, escribir para descubrir que detrás del telón no hay nadie o que lo que hay soy yo mismo escribiendo. Es signo de decencia y razonabilidad el leer, signo de buena y próspera salud mental y espiritual. Lo monstruoso es escribir un poco más que la firma en los cheques, eso aterra anula y afantasma, y no porque todo esté dicho sino porque todo lo ya dicho pasa por la mano del que escribe: cientos de años de tradición lo cual no quiere decir nada más que por esa mano pasan millones de manos de muertos que escriben mirando detrás del hombro qué demonios está escribiendo. Escribir guiado por los muertos. Taparse la nariz porque el hedor es insoportable. Limpiarse el traje porque caen gotas de grasa putrefacta de los guías. Hay mucho dicho, quizás todo, eso no importa al que escribe porque a un enfermo las consecuencias y procedencias de su enfermedad no le interesan, él es un enfermo, está alienado respecto de su condición.

Escribir es bajar la guardia, bajar el brazo izquierdo y que de repente una boxeadora alemana a la que llaman «Oso azul» te tiré un puñetazo malintencionado, caigas y tu cabeza dé contra el taburete que te esperaba para que te sentaras y quedes paralítica respirando por una máquina. Es bajarse los pantalones frente al diablo para que éste te encule sin misericordia, porque tú te lo buscaste. Ésa es la regla, la única regla: siempre protégete. Que esa regla corra para todos y para todas las circunstancias de la vida. No olvidar. Publicad, archivad, recordad.

Escribir es mo cushlie. En sus dos acepciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué andai borrando los comentarios de HaroldCollins 81221697, el loco es terrible piola.

S.H.I.A.
Sección Heideggeriana de la Internacional Anasémica.