jueves, 12 de enero de 2006

Bi-ciclistas

Ayer cuando nos íbamos a casa de Lagos, vimos pasar una chica montada en una bicicleta. Le comenté que era una idiotez llamarles «ciclistas» porque en rigor manejan «bi-cicletas» y no simples «uni-ciclos», de una única rueda. Su respuesta fue la esperada: lo opuesto (a veces creo que se empeña grandemente en buscar las formas de rebatir cada uno de los puntos que expongo). Que el llamarse «biciclistas» tal como yo proponía era un error, de concordancia, porque —he ahí su grueso error— es una (1) persona la que maneja y no dos, por eso no podía ser «bi». El argumento para refutarlo es sencillísimo, pero contiene en sí el problema de no convencer a nadie —claro, como los argumentos de Berkeley según Hume dicho por Borges—: llamándose aquellos vehículos «bicicletas» por poseer dos ruedas, es obvio que quienes las manejen sean llamados «biciclistas». Nada tiene que ver que por ser llamados «biciclistas» eso indique un dúo manejando el aparato, sino que señala a las ruedas dobles. Digo que convencerían a nadie por el único pero suficiente motivo de la costumbre popular, del tácito acuerdo en la asignación de nombres, y eso decanta en el viejo problema de si existe o no cierta adaequatio entre significante y significado, tema que no será tocado por el momento.

Así, un «ciclista» no sería quien anda en bicicleta sino aquel que maneja la «unicicleta».

bicicleta francés bicyclette, del prefijo bi-, y el griego kyklós: círculo, rueda.

bi- latín bis: dos — Prefijo que indica cosas dobles.

El error semántico de Lagos consiste en creer que la designación, el nombre que recibe quien realiza la actividad (biciclista) tiene que ver más con él que con aquello que utiliza (bicicleta), aquello sin lo cual aquel no podría ser designado de ningún modo. Esto lleva a pensar en otro problema, a saber, si existe alguna labor que sea únicamente dependiente de quien la realiza, trabajo autárquico y solipsista al máximo, independiente de cualquier ente externo al trabajador. La tentación a afirmar que tal labor no existe es fuerte, pero intuyo argumentos que podrían mostrar que tal tarea podría existir o por lo menos ser posible, id est, pensable. En el caso que nos ocupa, el problema se disuelve en el mismo momento en que se acepta que el nombre correcto es «biciclistas», porque con esto se demuestra la falta de correspondencia significativa entre la máquina y su operario.

(Ahora que con las máquinas de más de tres ruedas sólo cabe pensar que sigan llamándose «bicicletas» por extensión, por una prolongación amable tal como decimos que eso es un «hombre» cuando estamos frente al David de Miguel Ángel.)

Sin embargo puede muy bien ser la razón de este error de asignación nominal el que los biciclistas profesionales corran en aquellas pistas circulares, en los velódromos. Digo esto porque la partícula griega kyklós —que no significa más que «círculo»— tiene como correspondencia directa en las lenguas de ella derivada a la palabra «ciclo», que nos trae a colación de manera inmediata la idea de todo-aquello-que-vuelve y junto con eso toda la retahíla sofística del eterno retorno de la serpiente mordiéndose la cola y todo eso. Aunque según el diccionario etimológico que consulto, el término «velódromo» sólo comenzó a utilizarse durante el siglo XX… la raíz del error se mantiene igualmente oculta, hay que dejar a los Furiosos Biciclistas santiaguinos con ese enigma, ellos son los llamados a vindicar tan embarazoso error que los afecta más gravemente que la prepotencia de los automovilistas. Yo, me quedo aquí, oyendo a Freddy Mercury cantando “Bicycle race”.

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