viernes, 16 de octubre de 2015

Contar lo que no llegó

Estaba en una casa antigua. Cortinaje pesado y grueso que dejaba poco espacio a la fuerza de la luz, aunque dentro no habían penumbras sino claridad sepia. Hay varia gente del trabajo, con la cual apenas tengo relación directa. Se trata de una reunión importante, tensa, decisiva creo. Por lo mismo no sé qué hago aquí, pero estoy y en el sueño no me lo cuestiono. Supongo que la reunión tiene un clímax, algo ocurre pero no lo recuerdo, o simplemente salté al momento en que estoy junto a una mesa de arrimo viendo una nota que le dejó Diamela Eltit a la gerente dueña de casa. Una dedicatoria en un libro, unas líneas para enardecer el espíritu, algo como «fuiste lo que quisiste y serás lo que quieras».
Luego, en otra parte del Sueño, me encontraba en la cima de una colina que vista desde mis ojos parecía también una montaña rusa. Allá abajo se veían casas, se intuía a gente también. Estaba montado junto a otros en un bus enorme y antiguo, cuya cola apuntaba a este precipicio. De pronto la máquina ya iba colina a abajo desbocado, sin control. Sin embargo a pesar que su trasero iba adelante, nos encontrábamos frente al volante gritando a todos para que se corrieran y no fueran atropellados. Bajábamos, pasamos entre chozas y gente que saltaba fuera del camino. Yo no podía gritar más, y me desperté con la garganta reseca. Pero extrañamente contento.

Al menos puedo encontrar el origen de la primera sección del sueño: acabé velozmente Reinos de Romina Reyes, prestado por un amigo con el que compartíamos el desprecio por el libro. Leí para cuando fue publicado el cuento “Larvas” y “Reinos”. El primero me pareció deficiente, escurridizo y leve. El otro es muchísimo mejor. Ahora puedo decir que es el mejor del volumen. Pero el sueño viene de una imagen de “La Karen”, donde un tipo recupera de un libro una nota que le dejó a una ex, una nota que ella no leyó y que éste rasga en medio del cumpleaños de su antigua polola, justo antes de que le planten un botellazo en la cabeza por un problema inexistente o nublado por el alcohol.

Si había leído un par de sus cuentos, ¿a qué venía tanta cizaña contra su libro, contra la autora? Porque al menos podría haber leído el libro completo y luego molestarme en decir que era pésimo, como ocurre con otros. Todavía no lo puedo confirmar, pero supongo que fue por la atención mediática a un libro que no lo merecía. Y eso sí lo puedo confirmar: Reinos no soporta ni la mitad de las reseñas y críticas positivas que recibió en su momento. Tampoco las negativas, intuyo. Es un libro que resuma Bolaño y Zambra, aunque quién es nadie para criticar influencias a un autor, aunque sí se le puede (quiero creer) exigir pudor. Que se quiere Bolaño pasado por cerveza Báltica en Juan Gómez Millas, y Zambra perseguido por un amor violento y con una angustia etérea. En Reinos hay mucha bruma, no hay movimientos ni gatillantes claros. Lo cual puede ser perfectamente una forma de narrar, un velo que el lector pueda descorrer (o no), y que muestra otra textura, un nivel insospechado a la primera lectura. Pero acá no ocurre: hay manidas fórmulas tautológicas; frases y disgresiones subordinadas; perlas puestas a fuerza en diálogos que pretenden ser realistas; vueltas que no llevan a lado alguno. A pesar de ello, Reyes escribe formalmente muy bien, mejor que quienes han publicado narrativa los últimos 3 ó 4 años. Sabe manejar el ritmo de su historia, apura y da vértigo de maneras muy bien logradas. El resto está constreñido al intento por la narrativa patibularia de Lemebel, de una clase media que es miserable no por falta de pertenencias sino por soledad y abandono unos de otros: hijos sin padres que aún están vivos, cortinaje grueso que deja entrar poca luz, patios abandonados, plazas en ruinas. Reinos es la narrativa apropiada para un mundo en el que la alegría no llegó, pero nadie quiere confirmarlo aún.

1 comentario:

Ferragus dijo...

Le daré un vistazo.