martes, 30 de mayo de 2006

K

           Kierkegaard. Un encendedor rojo compartido, que quizás haya sido robado el uno al otro y unas hojas engrapadas tal como K lo hace. Fotocopias que no son tales, que ni siquiera me pertenecen (culpa de Hernández, una vez más: él sí que insiste).

            Kong (King). Un poco antes: K se para junto a mí y me toca el hombro y apenas reconozco a K por la sorpresa porque andaba buscando a otros que suponía que allí estarían, pero que no estaban. Y luego sé la verdad: K me ve entrar con expresión de ando-buscando-a-alguien y hace la triquiñuela de aparentar estar a mi lado y luego me saluda.

            Kipling. Luego del encuentro casual invito a K a un café. Más tarde K se marcha. Sé después que sintió remordimientos porque debía estudiar y no perder el tiempo conmigo. Mentiras, claramente. No se quedó al lanzamiento de la revista ni al vino de honor ni al resto de esa noche revuelta y conflictiva. Eso exime a K del oprobio generalizado. K se ríe y dice: eso me da lo mismo.

 

            Kubla Khan. Leo a K un poema pequeño de Emily Dickinson saliendo del metro. Se lo traduzco desde la edición (con hojitas de Biblia) que he comprado por una miseria en una feria*.

 

THE ONLY NEWS I KNOW

 

The only news I know

Is bulletins all day

From Immortality.

 

The only shows I see,

To-morrow and To-day,

Perchance Eternity.

 

The only One I meet

Is God, —the only street,

Existence; this traversed.

 

If other news there be,

Or admirabler show—

I'll tell it you.

 

            Keats . ¿Y cómo traducir ese «To-morrow» y «To-day»? Quizás poner algo así como «por-venir», ¿pero y el otro? Lo otro definitivamente que no es lo mismo. Recuerdo al mismo tiempo el último libro que me he zampado ilegalmente, una edición argentina de la Introducción a la historia de la filosofía de Hegel. Y lo otro, y él dice: «En tanto que el objeto es dado, el pensamiento, la conciencia, el Yo no son libres, existe algo distinto que el objeto; éste no es Yo; tampoco yo soy en mí, es decir, no soy libre».

 

            Kandinsky . Y entre medio de la madrugada, una entrevista leída a dúo a Eduardo Anguita cuando no sé qué premio. Él no quería ni fotografías ni nada ni que lo molestasen ni que le hicieran una comida en su honor los escritores. ¡Nada! Le entregan el premio en 1981 y él ya había dejado de escribir poemas en 1965. La Anguitología es imprescindible. U otra entrevista hecha a Panero que leo a K:

            «—¿Usted escribe para salvarse?

            —Sí.

            —¿De qué?

            —De la gente, de la gentuza».

 

            Kinski (Klaus) . En otro pliegue de la noche, mirar una reproducción enorme de La escuela de Atenas y encontrar a los filósofos allí pintados como si buscáramos a Wally perdido en el supermercado, o en Tokio. Otro libro Taschen de Chagall, que según K se contradice flagrantemente en sus apreciaciones conceptuales: las vacas al revés no cargan nada más que lo que ellas muestran, si es simbólico es por culpa del espectador.

 

            Khun . Todos estos párrafos carecen de lógica. Estoy falto de geometría, teología (pero no de buen gusto) como bien lo sabe el Estudiante Anselmo e Ignatius y como me lo recuerdan cada día varias circunstancias harto ridículas. Bien. Pero en lo único que cabe algo de inteligencia, cuando no de arrebato, es en el mensaje que le mando a Hernández a su celular por la mañana: «Sus ojos enormes toda la noche a mi lado». Y ellos me miraban con K detrás de esas bolas iridiscentes gigantes junto con casualidades que no son sino causalidades encubiertas de coincidencia.

            Todo lo que comienza como comedia de equivocaciones acaba como tragedia de Esquilo. ¿Cierto que no, K?

 

 

* * *

* Collins Albatross Book of Verse (750 years of English and American poetry, edited by Louis Untermeyer, with additio nal poems, including many contemporary works). Collins Publishing, Great Britain, 1961.

lunes, 22 de mayo de 2006

Bailando en las cenizas de los cadáveres

La «Brigada Anti Borgeana de Elucubración Lingüística», BABEL por sus siglas que tapan las calles de Santiago como stencil precarios y de monótonos colores, me ha mandado lo siguiente, de un modo harto extraño y que se acerca más a la fortuna que a la premeditación en lo que a su envío se refiere. Publico esto sabiendo que estaré ya en estos momentos en grave tensión con, por ejemplo, la «Internacional Salvajista de Expropiación Libresca» y también con la «Bacanal Anarquista de Intervención Literario-Epistemológica». Éstos últimos, BAILE según los panfletos que vuelan por el smog, son los que más pueblan mis pesadillas de estas noches. Los sé mirándome por donde vaya, máxime si he estado un par de horas donde los Abufom en Avenida Brasil, teniendo en mis manos y leyendo los pasquines que propagan en un rítmico inglés la abolición de toda forma de arjé, o si me he pasado buena parte de una noche conversando de literatura con Zeto Borquez, por dar un ejemplo.

Ahora, cumplo con lo pedido, con lo exigido:

Con Retratos reales e imaginarios de Alfonso Reyes en 1920, se abre en Latinoamérica la seguidilla de notables robos de los cuales la víctima nunca pudo redimirse, ni siquiera defenderse, dado su avanzado estado de descomposición.

Hacia 1896, fue publicado en París el volumen Vies imaginaires de Marcel Schwob. Ciento diez años después, el martes 16 de mayo, gracias al cheque de la siempre oportuna devolución de impuestos de uno de los padres de nuestros asociados, pudimos pugnar en idéntica condición, y sacar de su estante en la Librairie Française, las Vidas imaginarias.

El prologuista de esta irrenunciable edición argentina (Longseller, Buenos Aires, 2005), hace declarar a Borges, y éste dice acerca de Schwob y su libro: «Para su escritura inventó un método curioso. Los protagonistas son reales, los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de este volumen está en ese vaivén». Para exagerar, para que la sangre salte en grandes chorros negros, Borges publicó en 1935 su conocida Historia universal de la infamia. Lo edita con forma de libro, pues esas pequeñas biografías ficcionadas ya habían sido publicadas los días domingo en el diario Crítica. Dice entonces, tomando los gusanos que manan del francés, acerca de ese texto: «Una de sus muchas fuentes, no señaladas aún por la crítica, fue este libro de Schwob». Cabe en Borges una influencia mucho mayor que esta que él mismo declara. Marcos Mayer hace notar que «Funes el memorioso» posee un párrafo casi idéntico al prólogo de Vidas imaginarias, además de lo que «Biografía de Tadeo Isidoro Cruz» le debe a la mecánica ya mencionada.

Cien años luego de la primera edición del mentado libro de Schwob, se publica en Barcelona, sin ningún sesgo de vergüenza, el tomo Literatura nazi en América. Volumen que intenta imitar la retórica y el formato de un manual o diccionario de literatura. Vida y obra que se mezclan con aplicaciones fantasmales o mentiras directas. Autores invisibles de una tendencia también subterránea e irreal dentro de América. Toda una mentira y un robo premeditado a Schwob.

Bolaño, quien es el autor de tal libro, afirmaba después en un dodecálogo de 1997 para poder bien escribir cuentos: «sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges». La intención es clara. Esta denuncia también.

Ya en 1994, en un texto publicado luego en Tres, Bolaño escribe en Blanes: «Soñé que en las diligencias que entraban y salían de Civitavecchia veía el rostro de Marcel Schwob. La visión era fugaz. Un rostro casi translúcido, con los ojos cansados, apretado de felicidad y de dolor». Y luego, unos cuantos años después, muy campante, en una entrevista:

«—La idea de hablar de autores que no existen e inventarles toda una vida y una bibliografía, ¿la tomó de Borges?

»—No. En realidad, Borges la toma también de otros autores, por ejemplo Alfonso Reyes; de hecho, es el maestro de Borges, tiene un libro maravilloso sobre esto, Retratos reales e imaginarios, y a su vez, Reyes la toma de Marcel Schwob, Vidas imaginarias.» (Revista Qué Pasa, Santiago, algún mes de 1997 ó 1998).

Hay una suerte de vindicación, de reconocimiento del robo premeditado tanto en Borges como en Bolaño (y también en el título del libro de Reyes), eso es claro, pero no basta. Lo que dijeron los países americanos que cerraron sus fronteras a los judíos que querían huir de la Alemania nazi, lo decimos nosotros acerca de estos ladrones: ninguno (ya) es demasiado.

Hasta ahí llega el texto que les debo.

¿Por qué querer publicarlo aquí? Y bueno, que casos más raros se han visto.

A todo lo anterior no tendría nada que agregar, tanto por el miedo como por sus fuentes, que al parecer, son irrefutables, pero algo se les escapa: Papini y su monumental Juicio final (Giudizio Universale , Vallecchi Editore, Firenze, 1957). Texto para el que Papini se preparó toda su vida, si hemos de creerle a sus biógrafos, Victorio Franchini entre ellos. Y además, la novelita de Aira que ya ha sido comentada aquí, Un episodio en la vida el pintor viajero sobre ese personaje tan mencionado en Chile y a la vez, y por eso mismo, tan desconocido. No hay la más mínima posibilidad de querer saber si es cierto que Rugendas quedó desfigurado por los motivos que Aira relata. Su biografía se mezcla, gracias a tal libro, con la literatura, y ese es un laberinto del que no se puede escapar.

Ahora, ya envalentonado, les digo, los refuto: Los artistas menores plagian. Los grandes roban.

Las consecuencias de esta bravata son imprevisibles.

jueves, 11 de mayo de 2006

Los ojos enormes de María José y no quiero saber más

I. María José Viera-Gallo nació en 1971 y pasó en el exilio junto a su familia hasta los catorce años en Italia. Luego volvió y publicó sus primeros relatos y una columna muy popular —según dicen los entendidos— en un pasquín adolescente de El Mercurio. Todo esto, todo esto tan mínimo y que no dice nada de ella, lo he sabido por la solapa de su primera novela Verano robado (Alfaguara, Santiago, 2006). No sé más, nada más de ella, excepto que tiene unos hermosos ojos gigantes de los que me he enamorado.

II. He dicho que quiero conocerla, y eso es muy difícil porque María José Viera-Gallo vive en Nueva York, y debe gastar las suelas por las mismas calles de los follies de Auster. Está irremediablemente alejada de aquí.

III. Antes creí que podría enamorarme de otra escritora, de Andrea Maturana. Lo pensé no por sus ojos o sus tetas ni menos por su rostro que tiende al cadáver, sino porque ella dijo esto, así, copio: «Yo siento que de verdad el análisis posterior de un libro, como si es de una mujer o no, nueva narrativa o no, es para gente que está aburrida y no sabe bailar, yo no estoy aburrida y sé bailar.» Entonces Control+C y Control+V desde el archivo de enero de 2006: «La leí y quedé helado por lo aplastante de su afirmación. Otra muestra más del pragmatismo femenino, uno que esta vez es muchísimo más inteligente, que tiene el tono del sarcasmo y el filo propio de una pequeña escritora del no. Porque ella estuvo sin escribir desde 1997, año en que publicó El daño, un silencio que se vio interrumpido momentáneamente por la publicación de algunos cuentos infantiles y por su aparición en una que otra antología.
»Sobre la escritura Maturana dice: “Tengo épocas en que me viene y épocas en que no me viene. Y en la época en que no me viene no siento ninguna urgencia por escribir, y esta vez fueron hartos años. En un momento dado me pregunté incluso qué pasa si nunca más quiero escribir. No pasa nada, no me produce angustia, no está ahí el foco de mi felicidad. No es algo que yo necesariamente desee hacer.”
»Su silencio y su total despreocupación por escribir o no la hacen una Bartleby más, como también lo hace el título de su libro de cuentos recién publicado: No decir

IV. María José Viera-Gallo se me ha aparecido tres veces en la Revista de libros durante este año, dos veces en portada y otra no, con la crítica de su novela. Y en las tres ocasiones con sus ojos enormes y el rostro sin pintura, y los ojos bostezando: sus ojos son el caos. Quisiera soñar con ella. Y quizás besarle los párpados.

V. Larga vida también a la belleza de Amélie Nothomb.

VI. Me parece que la chica de la portada de Verano robado es ella misma. Lo pienso ahora viendo una miniatura. María José Viera-Gallo en su época yonqui con el pelo en melena y chasquilla de «chica alternativa de Ñuñoa» y mirando a la cámara aparecida de repente apuntando a sus ojos enormes y bellos y desorbitados por las anfetaminas y la clormezanona y el ravotril.

VII. Y es un libro difícil de robar, porque está todavía en las librerías con vigilantes y sistemas de seguridad ultrasensibles dentro de un mall con más vigilantes y luego tendría que correr y huir de la justicia por esos ojos… Como dicen los personajes de Lovecraft: ¡Qué hacer Dios mío, qué hacer!

VIII. A propósito: Lovecraft le decía a su madre a los ocho años en perfecto latín, citando a Cicerón: Nemo fere saltat nisi forte insanit, cuando la señora quería ponerlo en alguna academia de baile para que el enfermizo niño entablase amistades o saliese de la biblioteca de su abuelo: nadie baila sobrio a menos que esté loco.

IX. Estoy aburrido y no sé bailar. Y estoy solo sin que los ojos de María José Viera-Gallo me hayan visto, así que me acuesto a televidear.

martes, 9 de mayo de 2006

Un niño que sale de la cárcel y lo único que desea es afeitarse (1)

Un niño que sale de la cárcel y lo único que quiere es afeitars

El profesor francés Plateau descubre aquello del movimiento aparente: «la ilusión de movimiento provocada por la persistencia de las imágenes en la retina». Y luego el profesor, una vez descubierto el principio, «se lanzó como un tiburón a experimentar con diferentes artefactos construidos por él mismo, con el objetivo de crear efectos de movimiento mediante la sucesión de imágenes fijas pasadas a gran velocidad. Entonces nació el zoótropo» (2).

El visor distraído que prefiguró todo el barroco se presenta y se hace objeto, digo, ob-jeto, ahí enfrente, uno distinto del otro y ambos tendiendo a la unidad. Luego de 10.000 años todo volverá a juntarse: el abrazo de conciliación de los opuestos, ¿el valor de los consensos?

No sé por qué ahora recuerdo las críticas a Eisenstein porque finalmente sus tomas eternas extrañas y brumosas del Acorazado de Potemkin no ayudaban en nada a la revolución, id est, no eran políticamente útiles. El campesino dizque revolucionario no veía nada propiamente rupturista en una escalera altísima con un par de tipos tirados allí. Quizás lo recuerde por el texto de Vidaurre: el afán por los guiones más que por las formas. Que en ese intríngulis probablemente se juegue la salud o la muerte del cine, su porvenir o su catástrofe inevitable.

Santa Cruz juega como los niños, quizás sabe que no hay nada más serio que ponerse a jugar como los niños tan bien lo saben hacer —y sin que nadie los coaccione a tal pulcritud (3). Un juego de rol paranoico en que sus personajes una vez han escapado de los adultos, lo único que hacen es querer volver a ellos. El por ellos anhelo es enorme, aún mantienen sus fotografías. Desde la Caída lo único que queremos es restituir los poderes que alguna vez tuvo Adán, un paraíso perdido y nunca recuperado, las ansias del barroco y del espectador distraído que, cual dandy como Baudelaire, llegan al desierto que es un cementerio y no se sorprenden de nada, porque de algún modo todo lo han visto. El inconcebible universo se les ha presentado en su completud. Se es todos y nadie a la vez (como el imposible sacerdote de La escritura del dios de Borges), y ante eso, no queda más que el suicidio o la locura. El niño bien lo sabe, y matando por comida no hace más que repetir los gestos de los adultos idos, anhelados y casi olvidados, casi: es cierto que Dios ha muerto, pero su nombre nos sigue penando.

Los adultos quién sabe dónde estén, quizás en la cárcel. En un momento todos decidieron que lo mejor que podían hacer era desaparecer de una buena vez y dejarle el mundo a los niños, todas las ciudades, y entonces, Samuel despierta de su pesadilla sólo para entrar en otra peor. Está más solo que antes, donde madre y hermana están irremediablemente alejadas de él. Sus vidas corren por carriles paralelos sin nunca toparse. Cabría superar la geometría euclidiana entre esas tres vidas, para que las paralelas se tocasen en el hipotético futuro relativista. Unas tomas fragmentarias (4) y unas tomas que se repiten, que podrían haberse repetido hasta el hartazgo o mejor, que se hubiesen repetido hasta que la toma hubiese quedado perfecta. Digo, hasta que se cumpliese la perfección de ella, de su cometido: la vida de toda la humanidad sólo reitera en distintos planos actos nobles o pérfidos que ya se han hecho, la historia no es más que el intento porque en algún momento la Tierra sea el Reino de Dios. Hay que repetir hasta la perfección ferroviaria, y mientras nos mantenemos arrimados a una alga llena de brotes innecesarios pero vitales.

Hay tiempo perdido porque el tiempo probablemente no tenga nada que ver con el cronómetro humano. O al revés: sólo hay tiempo porque hay relojes que lo miden, que lo cercan y en ese acercamiento, su nombre propio y nuestro devenir cadáveres o monstruos olorosos.

Se dibuja una ciudad alternativa de la mano de un niño que también dibuja un graffiti del barbero asesino, que nadie sabe qué está vengando, quizás una violación quizás algo peor. Podría ser, como dice Lombardo, que los barberos sí tengan historias que contar pero se callen. Y callándose lo único que hacen es comerse sus inútiles navajas, cual si Nabokov deglutiese a su insufrible Lolita una y otra vez hasta que reventase. Ante esto, la guapa Altamirano mueve los hilos para que el barbero se quede solo, como si estuviese contándose sus propias historias al oído por medio de un mecanismo rarísimo. Y como dice Vidaurre, todos los demás personajes están allí para tentar, para tentar la calenturienta imaginación del espectador-distraído-dandy. Insinúan y nunca dicen, quisieran abrir la boca y contar por qué están follando en el baño pero nunca lo dicen. En definitiva el barbero es el que tiene la batuta del discurso, y junto con ello él es el único que puede contar algo, lo que sea. Quizás lo que cuente sea nimio y sin importancia incluso para él. Pero la navaja afilada puede caer perfectamente dentro del ámbito de las posibles inscripciones de la memoria. Cual pluma estilográfica ella, la navaja, se instala y presenta dándole estatus de hoy al pasado irremediable en el norte, donde algo pasó, ¿qué?, da lo mismo.

Las tres obras se quedan prendadas del tiempo, de sus mismos juegos y del reloj que corre arando con sus manecillas los segundos como si fueran granitos de arena (líneas en la arena de la playa, que se borran ahora ya, que antes estuvieron pero no más, no más). Si hay inscripción con esa navaja, si ella puede ser el instrumento de venganza actual que viene desde el pasado es porque, en la misma medida, los niños se juegan su presente en la anti perspectiva del pasado, de los adultos ausentes y nunca recobrados. Y Heidegger, que me susurra en un idioma incomprensible, que el pasado se nos está siempre poniendo delante, que no somos más que aquello que fuimos, que somos el pasado que fuimos antes de que el presente nos borrara hasta el arribo del inminente, pero inescrutable, futuro.

Hay unas nubes que ocultan los bosques, que le dan al camino un carácter fantasmagórico. Se diluye la bruma, llega un viento enrarecido. El reloj sigue corriendo y el tiempo no puede alcanzarlo. Ahora se ve, lo vemos allí parado: un niño que acaba de salir de la cárcel y lo único que quiere es afeitarse.


* * *

(1) Texto a propósito del evento Aparecer en lo cinematográfico el día 3 de mayo de 2006 en Cine Arte Alameda. Proyección de tres cortometrajes de la Escuela de Cine de la Universidad ARCIS: El tiempo perdido de José Luis Gómez, Recreo… ciudad de niños de José M. Santa Cruz, y, El navaja de Adela Altamirano.
http://aparecer.blogspot.com.

(2) Bolaño, 2666, «La parte de Fate», página 421.

(3) Cf. el cuento «Niños en sus cumpleaños» de Truman Capote (Cuentos completos, Anagrama, 2005), acerca de la “seriedad infantil”.

(4) Fragmentarias, pienso ahora, quizás por todos los problemas durante el rodaje que tuvo Gómez.

lunes, 1 de mayo de 2006

Oscura como la errada tumba del perdedor

En un principio era la acción dice Goethe. No muy lejos de la traducción cristiana que ve en el comienzo, en la imposible noche de los tiempos al verbo que funda. No muy alejado el verbo de la acción, pero ambas irremediablemente escindidas del primitivo logos que pone Juan (1:1):

Al principio (arjé) era el Verbo (lógos), y frente (prós) a Dios (theón) era el Verbo, y el Verbo (lógos) era Dios (theós).

Evidentemente a Heráclito le hubiese parecido excelente tal cosmogonía, si de ella no hubiese surgido la perfidia cristiana y junto con ella el robo indiscriminado de otros pensamientos, de los paganos, de los que no tuvieron ni recibieron la luz del bautismo.

En un principio decíase «ándate a la concha de tu madre», la cual no es una afrenta carente de cierta poesía o de encanto. Volverse a la concha de la madre vendría siendo la mayor ofensa posible y no por mentar el órgano materno, sino por venir a significar que el interpelado deba volver a ser nada, un feto idiota, que él se multiplique por cero y desaparezca de una vez por todas. Ándate a la concha de tu madre y deja de ser, hazte uno con la nada, pásate al lado oscuro de las cosas que no son y que nunca fueron. Luego, la frase se acorta, se banaliza, y ahora sólo significa ofensa en la medida de recordar sectores sacrosantos de la anatomía materna, pero más allá, nada.
Hago esta pequeña etimología recordando a todos los funcionarios de medio pelo pero también a los políticos chilenos involucrados en los errores de identificación de los cadáveres de centenares de muertos por la dictadura, esos que exhumaron del patio 29 del Cementerio General, tirados ahí con una pequeña capa de tierra sobre ellos (como lo hecho por Antígona), sin lápida, sin las palabras que los nominaran, que los diferenciaran.
Los familiares los han buscado por mar y tierra. Hay algunos que efectivamente acabaron en el fondo del mar. Otros acabaron como polvo, hubo quien alimentó a los perros, y todos concuerdan en haber hecho algo particularmente desagradable para los hombres de hábitos normales: morirse, como dice de Quincey.

En el siglo IV antes del impostor, en Grecia se daba inicio a la mnemotecnia de la mano del memorioso Simónides. La historia va así: el bardo hacía una declamación pagada sobre el poderoso militar tesalonisense Scopas en un ágape en su honor. Entre medio, cuando Simónides exaltaba a los dioses hermanos Cástor y Pólux, un sirviente le avisa que dos jóvenes jinetes le esperan en el patio. La sorpresa de Simónides debe haber sido mayúscula, y teniendo que interrumpir sus versos, salió y no encontró a joven alguno. Mas justo cuando dióse vuelta para volver a su trabajo, la mansión donde todos estaban festejando se derrumbó con grande estrépito y todos perecieron bajo el techo, de una manera tan brutal que el examen ocular no pudo arrojar ninguna luz a los familiares sobre quién era quién. Eso hasta que Simónides reconstruyó mentalmente las posiciones de cada uno de los muertos en la habitación gracias a su memoria. Sólo así los deudos pudieron saber cuál masa sanguinolenta había sido el padre, la hermana, el amante y poder con ello comenzar con los ritos fúnebres.
No hay cuerpo, no hay descanso. Aquí está su cuerpo, aquí está el cuerpo de su hijo señora, déle sepultura digna, póngale una lápida con su nombre, hágalo. Inscriba la fecha de nacimiento y la de muerte, la de muerte bien notoria. 17-XI-1949 — 11-IX-1973. Y luego el yerro, la puta shilenidad que se nos escapa por todos los jodidos poros, y ellos no son por los que usted lloró, es otro hijo es otro padre es el hermano sí, pero de otra familia, esas no son sus lágrimas señora, hay que devolverlas a donde salieron, ése no es su muerto.
Haría falta un Simónides forense ahora, acá.
El exceso de olvido y la falta de memoria constituyen a América Latina.
Hay otras cosas, pero de ellas no tengo recuerdo. ¿Basta con simplemente enunciarlas?

Todos esos huesitos que remedan un esqueleto humano no son míos. Esos no son mis muertos. Toda una generación de revolucionarios aplastados como plastas de mierda, vencidos, humillados y llenos de traumas post dictadura los que sobrevivieron y que ahora ya son millonarios*, unos imbéciles. Todos esos muertos sin trabajo de duelo lo mejor que podrían hacer es volverse a las conchas de su madre, anular el dolor, hacerlo blanco y neutro. Esos no son mis muertos perdedores, pero hasta el dolor como institución se somatiza.
Mi compasión es otra víctima de la dictadura. Otra detenida desaparecida.


* * *

(*) Con excepción, quizás, de los entrañables actores secundarios.