Estaba en una casa antigua. Cortinaje pesado y grueso que
dejaba poco espacio a la fuerza de la luz, aunque dentro no habían penumbras
sino claridad sepia. Hay varia gente del trabajo, con la cual apenas tengo
relación directa. Se trata de una reunión importante, tensa, decisiva creo. Por
lo mismo no sé qué hago aquí, pero estoy y en el sueño no me lo cuestiono.
Supongo que la reunión tiene un clímax, algo ocurre pero no lo recuerdo, o
simplemente salté al momento en que estoy junto a una mesa de arrimo viendo una
nota que le dejó Diamela Eltit a la gerente dueña de casa. Una dedicatoria en
un libro, unas líneas para enardecer el espíritu, algo como «fuiste lo que quisiste
y serás lo que quieras».
Luego, en otra parte del Sueño, me encontraba en la cima de
una colina que vista desde mis ojos parecía también una montaña rusa. Allá
abajo se veían casas, se intuía a gente también. Estaba montado junto a otros
en un bus enorme y antiguo, cuya cola apuntaba a este precipicio. De pronto la
máquina ya iba colina a abajo desbocado, sin control. Sin embargo a pesar que
su trasero iba adelante, nos encontrábamos frente al volante gritando a todos
para que se corrieran y no fueran atropellados. Bajábamos, pasamos entre chozas
y gente que saltaba fuera del camino. Yo no podía gritar más, y me desperté con
la garganta reseca. Pero extrañamente contento.
Al menos puedo encontrar el origen de la primera sección del
sueño: acabé velozmente Reinos de
Romina Reyes, prestado por un amigo con el que compartíamos el desprecio por el
libro. Leí para cuando fue publicado el cuento “Larvas” y “Reinos”. El primero
me pareció deficiente, escurridizo y leve. El otro es muchísimo mejor. Ahora puedo
decir que es el mejor del volumen. Pero el sueño viene de una imagen de “La
Karen”, donde un tipo recupera de un libro una nota que le dejó a una ex, una
nota que ella no leyó y que éste rasga en medio del cumpleaños de su antigua
polola, justo antes de que le planten un botellazo en la cabeza por un problema
inexistente o nublado por el alcohol.
Si había leído un par de sus cuentos, ¿a qué venía tanta
cizaña contra su libro, contra la autora? Porque al menos podría haber leído el
libro completo y luego molestarme en decir que era pésimo, como ocurre con otros.
Todavía no lo puedo confirmar, pero supongo que fue por la atención mediática a
un libro que no lo merecía. Y eso sí lo puedo confirmar: Reinos no soporta ni la mitad de las reseñas y críticas positivas
que recibió en su momento. Tampoco las negativas, intuyo. Es un libro que
resuma Bolaño y Zambra, aunque quién es nadie para criticar influencias a un
autor, aunque sí se le puede (quiero creer) exigir pudor. Que se quiere Bolaño
pasado por cerveza Báltica en Juan Gómez Millas, y Zambra perseguido por un
amor violento y con una angustia etérea. En Reinos hay mucha bruma, no hay movimientos ni gatillantes claros.
Lo cual puede ser perfectamente una forma de narrar, un velo que el lector
pueda descorrer (o no), y que muestra otra textura, un nivel insospechado a la
primera lectura. Pero acá no ocurre: hay manidas fórmulas tautológicas; frases
y disgresiones subordinadas; perlas puestas a fuerza en diálogos que pretenden
ser realistas; vueltas que no llevan a lado alguno. A pesar de ello, Reyes
escribe formalmente muy bien, mejor que quienes han publicado narrativa los
últimos 3 ó 4 años. Sabe manejar el ritmo de su historia, apura y da vértigo de
maneras muy bien logradas. El resto está constreñido al intento por la narrativa
patibularia de Lemebel, de una clase media que es miserable no por falta de
pertenencias sino por soledad y abandono unos de otros: hijos sin padres que
aún están vivos, cortinaje grueso que deja entrar poca luz, patios abandonados,
plazas en ruinas. Reinos es la
narrativa apropiada para un mundo en el que la alegría no llegó, pero nadie
quiere confirmarlo aún.
1 comentario:
Le daré un vistazo.
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