jueves, 24 de diciembre de 2009

Tumores y cables coagulados

Lo vi para cuando NIN tocó en Santiago. Ni pensé en decirle algo, si ni siquiera había leído aún Ygdrasil ni menos Synco.

Jorge Baradit se para frente al micrófono presidiendo una misa negra, aunque se trate del re-lanzamiento de su opera prima. Y creo que en un par de ocasiones recordó ése concierto en Arena Santiago, porque ponía la pierna delante de su cuerpo, sosteniéndolo, mientras leía pasajes de un libro que le tapaba el rostro, como Reznor. Petulante e histérico parece así sin más. Un niño asustado que no puede dar cuenta de los horrores que ha creado, pero que lo intenta, y en ese intento vuelve a levantar nuevos panteones negros, otras formas de la maldad, e inquietudes perfeccionadas.

Cuando comencé a leer Ygdrasil puse The Downward Spiral en el iPod y ya casi sentía como mi existencia material se diluía entre los sintetizadores de NIN para renacer a otro tipo de vida, a una modulación alterna de la realidad, a su mismo borde donde se acunan los miedos primigenios y las Ideas platónicas, los monstruos bajo la cama, las vergüenzas y perversiones de la humanidad entera.

«Ygdrasil es un tumor», dice una y otra vez Baradit. Si así es, entonces Synco es el fantasma en la máquina, un oximoron reiterativo y un acrónimo recursivo; y Kalfukura es el sueño en latencia de la comunidad de hechiceros americanos en viaje de psilocibina.

Para la presentación de la edición limitada de esta novela (300 ejemplares con tapa negra, los primeros 30 foliados y con una parte del manuscrito en papel roneo), Baradit insiste en que no es escritor, de aquellos dizque profesionales. “A Picasso no se le puede exigir una línea recta” afirma certeramente, obviando las distancias de su metáfora. Pero a pesar de ello, su relato se mueve de manera veloz, y cuando se detiene es precisamente porque Baradit no hace bien las líneas rectas, y supongo, ni siquiera las pretende hacer: en Ygdrasil, Synco y la reciente Kalfukura se nota la artificialidad del diálogo —un registro ‘convencionalmente’ problemático— que frecuentemente hace salirse al lector de la vorágine de al narración, y preguntarse simplemente por qué habría dicho uno justo antes de ver drenada su psiqué por un tubo de cobre que se hunde en la columna luego de ser decapitados virtualmente. Y la mayor parte de las veces uno se callaría, porque la trama de sucesos que se tejen en sus novelas apuntan a experiencias que sólo con gran caridad podrían ser tildadas de humanas, o siquiera imaginables.

Mientras devoro Kalfukura anoto una frase que sirve tanto de loa como de ofensa: con un argumento de este tipo, un pelmazo como Dan Brown se manda un libraco de 600 páginas, lo que tendría como consecuencia un texto como story board, pero a la vez, con un argumento de este tipo, Baradit queda corto y le faltan unas 80 páginas más. No sin arrojo se ha dicho que Kalfukura fue lo mejor de la FILSA 2009, y aunque no es una mala novela, es por lejos la más débil de Baradit. Un bosquejo ampliado: de ahí que se sienta en falta. Pero que no se entienda bosquejo en sentido plenamente peyorativo: esta es una malla débil tejida con los mejores hilos, y en eso se nota el estilo con que Baradit quema su escritura. Hay un apresuramiento adolescente, una impulsividad suicida, una explosión de datos en la cara del lector, una palmadita a la corteza donde están los dioses primigenios, y un grito que se ahoga en medio de porquerías de procedencia indefinible. Y todo eso está bien, de hecho, mejor que bien, porque así es como/cómo Baradit vomita sus demonios. Por ahí dice —hablando de Kalfukura— que está seguro que si los chilenos sacaran fuera sus demonios, en esta tierra habrían menos terremotos.

1 comentario:

Ferragus dijo...

Recuerdo una entrevista a un grupo de talentos nacionales, en los que estaba presente Baradit. El texto los presentaba como la “Generación SCI-FI” o “Freak power” Quizá no sea amante de éste género, pero se agradece de manera infinita la diversidad creativa.
Saludos.