viernes, 20 de marzo de 2009

Fragmentos

Recuerdo un verano en no sé qué playa del litoral central. Caminábamos con mi papá y quizás alguna tía. De pronto nos detenemos frente al comedor de un restaurante que da hacia la calle. Alguien ha llamado a mi padre. Es un compañero de trabajo que come con su familia, tras una reja que separa el recinto de la calle misma. Le extienden una copa de vino blanco. Yo pienso, estoy seguro que me la ofrecen a mí y también estiro mi mano para tomarla. Pero no era para mí. Quedé perplejo, me ruboricé de inmediato. Aún hoy tengo la seguridad que no estaba mal que me tomara esa copa, aunque fuera apenas un niño.

Recuerdo que dormía siestas cortas sobre un sillón rojo, nada de mullido, al contrario. Mientras por la televisión pasaban dibujos animados, o no.

Recuerdo que en el jardín infantil tuve un compañero que se llamaba Felipe Anguita. Yo lloraba porque quería llamarme como él. Pero no únicamente ‘Felipe’, sino que ‘Felipe Anguita’. Lloraba porque no podía, a pesar de que mi madre paciente y amorosamente me explicaba los motivos por los que seguiría con mi nombre.

Recuerdo que me prohibieron en casa ver “El Festival de los Robots”, porque la parvularia de mi jardín notó que todos mis dibujos de humanos eran bien poco antropomórficos: cubos de cabeza, rectángulos de cuerpo, manos como garras de metal.

Recuerdo que bien pequeño, me gustaba dormir con mis tías. Ellas tenían su habitación en el tercer piso: dos camas grandes separadas por un velador. Yo soñaba que ése velador era una puerta por la que se colaban enanos demoniacos, que venían de un lugar que podría ser una fundición o el infierno mismo. Tuve por años la seguridad de que esas pesadillas las había contado a alguien, pero mis tías lo niegan rotundamente.

Recuerdo que como buena parte de los niños, me gustaba sobremanera “Transformers”. Un día desperté con la certeza de que tenía una gomita de borrar con la forma y colores de Megatron, líder de los Decepticons. La busqué en toda mi habitación, por lo menos tres veces, en cada rincón, y no estaba. Bajé desesperado y en la cocina encontré a mi madre, y le pregunté que dónde estaba, ella dijo que yo no tenía tal figura. Pero yo le porfiaba, porque el sueño ha de haber sido tan vívido que, siendo niño, me era imposible concebir tal nivel de realismo en un sueño. Acabé llorando.

Recuerdo mucho más, pero el pudor es más grande.

3 comentarios:

Sra. Chayo dijo...

Gracias. Pero este es mi segundo libro, las motivaciones personales no las pondré en juego contigo.
Saludos

Matías Pailos dijo...

El comentario de arriba de descoloca un poco. De todas formas, lo que creo es que lo que está bien es la verguenza y el llanto, particularmente el infantil.

Playmobil Hipotético dijo...

así que usted ya le daba a los ácidos de pequeño, felipe anguita? qué buen nombre, por cierto.