jueves, 24 de julio de 2008

Stranger Than Reality

1. Dice P. que El principito es peor que Juan Salvador Gaviota, porque el primero es impensable sin sus ilustraciones, sin ver al Principito con ese traje que luego usó Cerati.

2. Vuelvo sobre un disco viejo, pero vivito y coleando. Stranger Than Fiction (1994) de Bad Religión, luego de que Gernández me haga ver que tiene el mismo título que una película que le comento.

3. En ella, un auditor de impuestos del gobierno yanqui comienza a oír una voz femenina que relata lo que él hace. Se cepilla los dientes, contando los movimientos, y la voz británica lo sigue. Piensa volverse loco. Una siquiatra afirma que lo suyo es esquizofrenia. Sigue su consejo, y visita a un profesor de teoría literaria.

4. Hace un par de días, una madre golpeó salvajemente a su hija de once años, porque a la mocosa no le interesaba un carajo el libro que en el colegio le habían dado para leer. La azotó durante cinco minutos, para acabar empujándola contra un sillón. Al parecer las heridas internas, el estallido de su estómago en sangre, le provocó la muerte no mucho tiempo después.

5. ¿Qué era lo que la niña no quería leer? Un libro miserable, que no presentaba la más mínima complejidad para ningún escolar promedio --incluso sabiendo a qué promedio atenerse. La Porota de Hernán del Solar.

6. Imagino que si la pequeña hubiese seguido con vida, se habría negado sistemáticamente a leer las porquerías que el sistema escolar le imponía: partiendo por Juventud en éxtasis y acabando en La casa de los espíritus, pasando entre medio por El caballero de la armadura oxidada y Nosotras que nos queremos tanto. Ay la niña muerta que podría haber sido émula de Bartleby, o el opuesto de Montano.

7. Y al revés: qué habría de leer alguien para que mereciese una paliza.

8. A primera hora de la mañana, inspeccionó a mis alrededores en el metro. La mayoría nada lee, de ellos, la mayoría lee algún diario (de los gratuitos, y de los otros), y unos pocos algún libro. Denisse me hace notar que el tipo que lee Juventud en éxtasis (en una edición que se permite ser tan baja como su contenido) va en la misma posición y el mismo sitio que ayer. Un viejo sentado lee una Biblia con borde dorado. Y más lejos una mujer se afana con Coelho, según deduzco de la imagen que la solapa me devuelve.

9. Harold Crick (así se llama el auditor narrado) está en medio de un relato, de una autora magnífica que ha pasado por una década de sequía. Ahora ha vuelto a escribir pero no sabe cómo matar a Harold, y debe hacerlo, porque en todas sus novelas así ocurre al final. El personaje de Dustin Hoffman es genial cuando mediante un test, elimina posibilidades, sobre qué personaje no es Harold.

10. Peor que alguien que no lee, es quien lee porquerías. ¿Qué canon utilizar? Es una cuestión estadística, dado el enorme número de libros y autores. Es inevitable que de vez en cuando se lean basuras. La chica que lee sentada en un parque en una tarde invernal, puede parecer muy interesante, pero en el mismo momento en que el observador se le acerca, descubre que lee a Arturo Pérez-Reverte y toda la fantasía cae rápidamente en la dureza de lo real: esa mujer es común y corriente, no está leyendo a Pessoa, ni se emocionará oyendo poesía del romanticismo alemán, ni le importa mucho la diferencia entre la saga de Los reyes malditos y La Ilíada.

11. «La única manera de saber en qué historia está usted, es determinar en qué historias usted no está. Aunque no lo parezca, he repasado la mitad de la literatura griega, siete cuentos de hadas, diez fábulas chinas, y he determinado rotundamente que usted no es el Rey Hamlet, Scout Finch, Miss Marple, el monstruo de Frankenstein, ni un Golem. ¿Se siente aliviado al saber que usted no es un Golem?»

martes, 15 de julio de 2008

Tanto, tanto, tanto

Querer escribir sobre tanto sin poder hacerlo como se merecen. Por lo menos no
alcanzar lo importante, lo majestuoso que es el tema, sino
¾como mínimo¾ el
lugar y el modo en que los pienso y siento. En el tintero, en el espacio entre mis
manos y el teclado quedan docenas de párrafos queriendo inscribir, seguir en
esta bitácora. (No por nada este teclado es blanco, como si nunca se pudiese
salir de la aporía de la hoja intacta, del furor e impotencia que ella provoca)

En diciembre del año pasado lamentaba Ulises, hoy eso no ha cambiado. Sigue ahí esperando, tal que fuese un libro que no poseo, que aún ni siquiera hojeo. Al igual que Cortázar (el
Borges de segunda, pasado por agua, trasnochado en mala, dijo Aira) de 62 modelo para armar. Pero por otro lado, El mundo de Guermantes ya ha sido acabado, luego de sangre, sudor y lágrimas, pero por sobre todo, un inmenso tedio que me impedía acabarlo. Pero de un momento a otro, todo fluyó, como con los otros volúmenes, y me volví nuevamente tan indiscreto como Proust, y quiero saber todo lo que les pasa a los personajes. El Abadón fue exterminado hace
hartos meses. Y cómo no, me descoloca su fin, la forma en que Sabato intercala
escenas de las torturas en la dictadura argentina.

Comprensivamente, D. me ha regalado el cuarto episodio del Tiempo perdido. Ahora viene lo bueno, pienso, cuando noto ¾por un spoiler de Wikipedia¾ que éste parte con un follón homosexual visto por el joven narrador mientras espera a la señora de Guermantes. Y va
escribiendo sobre la cópula entre las orquídeas, e intercala sus vuelos en prosa, las frases que llenan los siete tomos, que podrían ser reunidos individualmente solamente para hacer otro libro aparte, extraño, un libro totalmente incitable, porque hecho de citas citables, de figuras: se haría el súper texto de la metáfora, donde no habría cabida a leer entre-líneas porque entre una y otra no hay espacio para una nueva voltereta retórica.

Comprendo que El libro del desasosiego es inalcanzable por el momento, todavía. Tanto como los 1001 libros que hay que leer antes de morir (de la misma colección de películas, discos y pinturas que experimentar antes de…). Un típico coffee-table book, para iniciar conversación, para hablar sobre lo leído, pero por sobre todo lo no leído aún. ¿Aparecerá él mismo ¾en tanto libro¾ dentro de la lista que contiene? D. afirma que sí, que eso sería lo lógico. (El mentado pragmatismo femenino, de seguro es casi imposible que alguna se angustie por cuestiones teóricas. Así, Pascal sólo podría haber sido hombre).

El sabiondo crítico Camilo Marks, recomendó hace un par de años Suite francesa de Irèné Némirovsky. Ni siquiera le puso nota al texto, como tampoco lo hizo hace poco con Altazor. Tardé mucho en poder conseguirlo, y cuando lo hago me devoró las páginas. Los capítulos pasan
raudos, tal como ha de haber sido escrito por la judía errante, huyendo al principio con sus dos hijas y esposo, y luego cada uno por su lado, y el de ella, finaliza en Auschwitz, en las cenizas probablemente. Su hija mayor, Denise, cuidó una maleta de su madre, que no se atrevió a abrir por lo doloroso que podría ser, pues sabía que cargada un texto, que ella pensaba, era un diario de vida de su ya famosa escritora madre. Pasan los años. Finalmente, y antes de entregarlo a una fundación de rescate de la memoria del Holocausto, lee el texto, y se da cuenta que el diario, era una novela. La transcribe sacrificando la salud de sus ojos. Se publica en 2005 ganando varios premiso europeos. Némirovsky no alcanza a acabar la novela, lo que leo es únicamente 2
de 5 partes en que la proyectó originalmente, siguiendo un plan sesudo, pero que fue modificándose de acuerdo al despliegue propio de los personajes. Lo que queda, finalmente, es un esbozo (la idea de texto original sólo es patrimonio de la religión o el cansancio, repite Borges).

Extraña es la sensación que queda al finalizar el texto. Lo completan cartas de la autora, esbozando lo que quizás vendría. Y su lucidez horrible, porque comprende, al momento de las primera leyes francesas antisemitas, que todo acabará en la muerte de millones. Entonces, en vez de seguir el lector elucubrando lo que sucederá más adelante con el militar alemán y Lucile, lo hace la autora, imaginando ella misma lo que podría ocurrir en el futuro, si la guerra (su fin) se lo hubiese permitido.

Como si Némirovsky cortase las alas de antemano al lector. De seguro jamás pensó que alguien leería lo que su hija cargaba en la maleta, que las acompañó en su huída más que la caridad del prójimo.

Pienso leyendo la entrada nazi a París, sabiendo lo que luego ocurrió, pienso y me pregunto por el mal y sus consecuencias inacabables. De pronto, una tarde, Alex de La naranja mecánica, afirma: «Pero, hermanos, este morderse las uñas acerca de la causa de la maldad es lo que me da verdadera risa. No les preocupa saber cuál es la causa de la bondad, y entonces, ¿por qué quieren averiguar el otro asunto?». Que se lea, y se comunique, oh, mis drugos.

martes, 8 de julio de 2008

La certeza del abismo

Para Nicolás Carvallo, oyendo su «Diván»
Me gustaría decir algo sobre nosotros, o por lo menos de mí.
Hay algo extraño en las formas de las palabras, o con precisión, en las
representaciones que las voces configuran, en los tonos en que se mueven por entre los
cuerpos. A veces me gusta pensar --para hacer obsoleto el tiempo, opacarlo en su
pasar-- que todas las voces son similares para el imposible oído imparcial, que las
diferencias son únicamente producto de la materia con la que chocan luego de
proferidas. Pero el camino de la reflexión es una pérdida de tiempo, claro, por eso
mismo lo practico cuando el tiempo es lo que menos importa.
¿Por qué no puedo hablarlo libremente? Como si se tratase de un suceso más
dentro de la vida, como comprar el pan o leer el diario un domingo por la mañana,
porque a fin de cuentas todo lo que ocurre, que a alguien le pasa, son fragmentos de un
vitral enorme que jamás veremos en su totalidad. En momentos se le intuye, se le puede
incluso divisar borrosamente en instantes cruciales, pero el resto del tiempo, la imagen
enorme no se muestra mientras se va construyendo.
Quisiera borrar este dolor. Al borrarlo, imagino, se iría una parte importantísima
de mi personalidad. Ya. Supongamos que ahora soy feliz, y me reencuentro con un tipo
perdido hace varios años. Físicamente nos reconocemos, pero al hablar él se
desconcierta: yo ya no estoy, me he ido junto con la llegada de la sonrisa a mi rostro. He
mutado en algo irreconocible hasta para mi madre. Los cambios.
Si no puedo decir algo sobre nosotros, contaré algo que nos ocurrió.
Cuando la conocí supe al poco tiempo que eso, que conocerla, se habría de
convertir en un hecho fundamental para el resto de mi vida. Si en el juego del propio
reconocimiento hasta creí comprender mi pasado. La imaginé entonces como una
lámpara, que me hacía comprensibles los sucesos que me habían hecho ser quien en ese
momento era. Pero todo se desvanecía de inmediato, porque cuando comprendía tal o
cual rasgo de mi carácter, por ejemplo mi alejamiento de la higiene, éste era
reemplazado rápidamente por otro, que no tenía por qué ser su opuesto exacto, pero que
se le superponía y hacía impensable que alguna vez reprochase públicamente el pelo
húmedo o la piel olorosa.
Recuerdo eso, pero hacerlo no es decir nada sobre ella, sino sobre mí. Y en lo
que a mí respecta, yo no le importo a nadie, ni a este cuerpo que me sostiene, que quiere
correr de la memoria. Torpe él, porque hacerlo implicaría moverse sin saber qué se
hace. Me quiero aferrar a la idea de la memoria como anclaje, de la maravilla del
pasado, a la grandeza de los fantasmas que nos persiguen. Un llanto que se muestra
como horizonte de comparación.
Hay que huir pronto, hay que dejar esto como está y ya. Correr y escapar de una
vez por todas. Habría que moverse en otras direcciones: desdoblarse. Partirse en dos o
tres partes y cada una que salga para donde quiera ir, donde sea pero no más aquí. Basta
del acá. Digo que este blanco no es un buen lugar para morir, nada más. No es un lugar
confortable, si ni siquiera se puede cavar una tumba como es debido hacerlo. Tú cavas y
aparece un cardumen entero y luego las focas que quieren devorarlas. Eso ya ha pasado
y lo sabemos, ¿por qué entonces la insistencia?
El recuerdo de otros sufrimientos antes sentidos, quizás nos ponga en la
expectativa, en la esperanza de un futuro sin más dolor. Quizás sea necesario fundar una
ciudad donde la muerte, su idea e incluso su palabra, sea erradicada de antemano. La
ciudad de los dioses. De los nunca engendrados. De los ingénitos.
La ciudad de los sin origen.
Te podría definir en una única escena: Tú devolviéndome el libro que te presté.
Te pregunto si acaso te sirvió, yo sé que sí. Me lo confirmas, pero agregas: «aunque no
es una buena edición».
(¿Dije en verdad algo sobre ti o sobre lo que a mí me pasó con tu acto?)
No sé por dónde tomar la frase. Si por el lado irónico, de que justamente
estábamos frente al escaparate de una librería donde estaba la edición buena del libro, o
por otro que no lo conocí nunca. Quizás debiera quedarme con la primera y dejar a las
interpretaciones para otras cosas, para otras personas en otras situaciones, algo así como
bajar la guardia frente a ti. Claro, si ya todo el daño estaba inflingido y ya nada más me
podías clavar en el pecho, ni una gotita de sangre más me podías chupar: ya lo tenías
todo. Sería sano conversar sobre esto, o eso pensé en aquel momento, pero para qué. Si
ya toda la mierda había sido lanzada y tu retrete estaba brillante a fuerza de mis mocos o
de tu llanto —de cocodrilo. Un lagarto gris que se mueve por las cañerías de Nueva
York o Los Ángeles. Dicen que hay de esos viviendo bajo los pies de sus habitantes.
Como el protoplasma diabólico que aparece en una película, que concentra todo el odio
de la ciudad, y que de un momento a otro va a devenir monstruo enorme que destruirá
toda la ciudad (primero) y el mundo (luego).
O no hablamos nunca sobre nosotros, y nunca nos conocemos ni siquiera de
oídas, porque vociferamos siempre sobre los otros; o todo es siempre una voz solipsista,
que refiere a sí misma, y lo mismo: o quedamos solos engullidos en la masa, o nos
volvemos un ombligo, vueltos hacia dentro. La mónada que deja escapar pero no entrar.
Quizás fueses el lagarto oculto que me rasgó la piel. Un movimiento necesario
para el cambio. Hay que ver el sol luego de la tormenta, la luz luego del túnel. Y en eso
insistieron todos. Como si no compartiéramos los mismos clichés, jugando a que yo
venía de Marte y no comprendía en absoluto lo de las heridas con cuchillo oxidado: yo
ya sabía que luego tendría que vacunarme contra el tétanos. O un Virgilio con faldas:
llevándome al centro del infierno y luego huyendo, desapareciendo. Entonces me quedo
ahí abajo y no sé regresar porque mi guía se hizo azufre. Habría sido divertido un
periplo así. Siempre y cuando tuviese la certeza de volver a encontrarte en otro lado,
sobre una colina pongamos el caso, materializándote desde una nube salida del suelo.
Como este vapor que nubla la vista y no deja escribir con tranquilidad. Sube y mueve
las hojas, a veces las calienta tanto que se diluyen, o no se diluyen pero la tinta se corre
y todo se vuelve confuso al intentar leerlo nuevamente. Quizás nunca sepas qué estoy
escribiendo. Quizás lo que leas sea un cuento infantil lleno de colores y de ositos
bailarines y no esto. Cabría una exégesis a fondo para poder leer algo, lo que sea, y dar
medianamente con la intención del autor. Pero no hay tiempo, lo sabemos. Ay, leer,
leer, leer. Ay, escribir, escribir, escribir. Ay estos pasos, esta música y la cadencia que
aletarga.
Es seguro que al final sólo habrá un barranco y abajo la nada. Eso es obvio,
todos los caminos acaban de esa manera. Pero hay que caer con los ojos abiertos y
gritando a todo pulmón como cuando nos subimos a una montaña rusa. Me lanzo y al
segundo recuerdo la sensación que sentiré en los próximos minutos. Sé cómo mi
estómago se contraerá, y sé que podré gritar por poco tiempo porque luego tendré la
garganta seca, tanto por los gritos anteriores como por el viento que me entra por el
hocico herido. Como cuando se saca la cabeza por la ventana de un auto a gran
velocidad, y por dentro todo queda seco. He tomado un camino que se me presenta
como inevitable. Escribir esto es tan necesario como ineludible. Poder salir de esta
blancura también lo es. Hay que moverse rápido so pena de quedar prendado para
siempre en la idea de salir y, dentro de ella, otra idea semejante y así, como un sueño
dentro de otro. Pero en el tiempo de la conciencia los segundos son otros, como cuando
hablamos de kilos aquí o en la Luna, porque hay diferencias notables entre uno y otro
lugar. Hay que advertir sobre la relatividad de los términos, pero por sobre todo hay que
advertir sobre la relatividad de los palabras. Sobre su imprecisión como de los choques
entre sus sonidos, los mugidos con los que nos hablamos, de la imposibilidad que
alguien entienda nada, de la inminencia de la soledad, y la certeza del abismo. ¿Digo
algo ahora? ¿Dije algo sobre ti, sobre el nosotros ya ido? Cómo saberlo. Que porquería.
Desvarío.
18 de junio de 2008