martes, 24 de febrero de 2009

P & P

Nótase de inmediato que no son santiaguinos (le comento a Denisse): en vez de “Compañía” ellos decían “Compañía de Jesús”. Imagino a un sorprendido capitalino intentando ubicar la sacra avenida en su memoria. Aunque nunca tuvieron que consultar, o porque se ubicaron bien de manera natural, o por el mapa que Playmobil cargaba.

Probablemente sea un yerro estético, pero no parece muy bueno ser peronista, ni salir en todas las fotos haciendo con la mano la V de victoria. Así que no llores por mí Pailos, y comienza a escuchar Slayer, que no de únicamente Sonic Youth vive el hombre.

Y tampoco es inocente que haya sido mencionado un par de veces en la misma noche, el hecho de que Celine hubiese sido un nazi colaboracionista. Así como que Heidegger se follaba a una buena judía, o que Carl Schmit medía un metro y cincuenta.

La sorprendente extrañeza que les causaron los perros desmayados de Santiago. Yo los justificaba con una muy importante vida onírica: canes durmiendo en las calles de todo Santiago y que sueñan la ciudad, y quizás todo el mundo. De ahí que parezcan en desmayo, no es únicamente por el horroroso calor ni el cansancio del aburrimiento.

Pero luego, el sábado en la tarde, en la plaza donde fumaron un porro (ellos, los otros, yo no), los animales corrían de un lado para otro, con el desencajo mental de Playmobil que veía contrastada su teoría en medio de la voluta de nubarrones que tenía en la cabeza.

Federico es más calmo. De los tipos que pueden llegar a incomodar con sus silencios, o con sus silencios interpretados como análisis y aprehensión de todo su entorno. Y cuando habla, insiste y porfía, y le cuesta pero acepta al final —o es que sencillamente andaba raro. Como mi recomendación obligatoria, de que por lo menos ahora debían ser de la Universidad de Chile en temas de fútbol. Y no terminaba de convencerlo el por qué no de Colo-Colo: porque el terreno fue donado por Pinochet, una tierra donde antes hubo un vertedero. Y olvidé decirles que también el dictador —por eso y por otras cosas— es presidente honorario de ése club.

Lo cual no significa que Facundo ande arriba de las mesas bailando en pelotas. Aunque estoy seguro que lo ha hecho. Pero es distinto, y el balance entre ambos denota que la astrología funciona, o la amistad, pero en menor medida, el mutuo conocimiento, los recuerdos compartidos. Como Lima y Belano, continuando las frases que el otro dejaba a medio camino. Pero Facundo sonríe más, o está menos cansado de la humanidad y hasta puede que tenga más paciencia para con el resto, o todo se lo toma por la joda y cuando algo le carga lo manda a tomar por culo. O todo lo contrario.

Extraña coincidencia. Playmobil llega con una polera de The Clockwork Orange y yo con una que la remeda.

Y la forma en que la ñ se pierde en la lengua porteña, desintegrándose en la una vieja n junto a la vocal. Ninios en vez de niños…

Habría que darle un premio a mi suegra por el banquete pantagruélico que nos brindó en el almuerzo del sábado. Delicias marinas. Jibia, a.k.a. el loco de los pobres. Reineta frita, que quizás sea como el pollo del mar que dijo Facundo. Una sopa de mariscos que levantaría hasta a Borges de la tumba. El vino y la cerveza. Y yo que pensé que luego de eso no comía más. Con los almuerzos de ella siempre pasa lo mismo, hay que decirlo. Pailos dixit: “Parece que hoy no ceno”.

Si supieran lo que es moverse en metro en la mañana, no pensarían tanta eficiencia del servicio. O las micros con gente colgando hace un par de años. Pero no lo vieron y está bien, la visión del turista está tan sesgada por lo novedoso como la del nativo por lo reiterativo del lo mismo que el recién llegado se sorprende. Y justo en eso, el nativo comenzará a ver de otra forma lo cotidiano: los perros desmayados por ejemplo.

Y yo que hace tantos años quería leer Mantra de Fresán, y me encuentro con que lo consideran un idiota, un buen cronista pero poco más fuera de eso. A pesar de su amistad con Bolaño.

En todos lados se cuecen habas: qué extraña historia del tipo que desfigura a su mujer con ácido, y él se suicida, y su hijo escribe la novela que cuenta el dolor de su madre, sus operaciones reconstructivas, y la perfidia siniestra que esconde cualquier escritor.

Hasta último momento no supe si desearle a Playmobil que encontrara lo que buscaba en su viaje al desierto. Porque quizás lo que encuentre sea algo totalmente distinto, porque el desierto es extraño, como el de Ciudad Juárez. Donde se mezcla la voluntad de desaparecer y la obligación de no ser encontrado. Siempre cabe la posibilidad de ser tragado por la pampa, y reaparecer en huesos y jirones de tela veinticinco años después. Pero para qué ponerse pesado.

Hay muchos autores entre medio. De uno y otro lado, y que hay que leer. Una lista que deberíamos hacer a 3, 5, 7 manos. Sumando a los ausentes a la reunión: Idez y Gernández —por lo bajo.

De verdad creo que cuando viaje a Buenos Aires, me recibirán con un enorme trozo de vaca muerta, pero no por ser simpático ni nada de eso. Sino por haberles mostrado una parte de la ciudad que los turistas ignoran. Si querían salir del centro de Santiago, viajamos justo a uno de sus extremos. Y luego siguieron por la costa, para finalizar en el desierto enorme, donde la gente no se pierde simplemente: se empampa.

Qué extraños pueden resultar las consecuencias de la lectura. Desde la locura, hasta amistades que funcionan sin nunca haberse visto la gente antes. Sirve para que se lleven un par de libros, o para que manden otros. Para encontrar similitudes entre pokemones y floggers, o sinónimos para los términos que no comprendemos a uno y otro lado de la cordillera. O para sacarme una gran duda: que no todos los habitantes masculinos de Buenos Aires se han tirado a un travesti. Cuestión que cualquiera cree luego de ver los sketches humorísticos de «Rompe portones».

Les mostré la nueva estación de metro hecha por clamor popular; les conté de los cordones industriales que se movieron durante Allende; nos reímos de la contradicción en los términos de la «logia secular del Divino Maestro» en avenida Brasil; sopesamos visualmente un excelente culo femenino; ahora saben que en los edificios alrededor de La Moneda aún se notan las marcas de las balas del 11 de septiembre de 1973; conocen la idiota separación que Plaza Italia supone para la ciudad; y les conté el último capítulo de Lost que ellos recién verán cuando vuelvan a su país, y éste sea apenas una mancha de humanos al otro lado de la cordillera.

Ya se alejaron, ya viajaron y volvieron a casa en avión y bus, y no en carreta tirada por equinos por suerte. Porque eso sería «como viajar en el tiempo: en el trayecto, hecho al paso rápido de sus caballos, alcanzarían carretas que habían partido en otras eras geológicas, quizás antes del inconcebible comienzo del universo (exageraba), y aun a ellas las pasarían, yendo hacia lo verdaderamente desconocido.»*

(*) Aira, Un episodio en la vida del pintor viajero, LOM, Santiago, agosto de 2002)

4 comentarios:

Carlos dijo...

Extrañaba su paso anecdótico, simple y honosto de la sucesión de las cosas. De aquellas cosas que se nos a traviesan en la vida y las confundimos como nuestras, resultando la confusión de no saber a quien le ocurrió; olvidamos y recordamos en éstos momentos que el mundo y el cosmos no se hizo para nosotros...

un fan.

Anónimo dijo...

Ya matamos a la vaca. Ahora véngase.

Playmobil Hipotético dijo...

Amigo: no encontré lo que buscaba, hay que reconocerlo. Pero sí encontre un camino para encontrarlo, uno que es sinuoso, despoblado, montañoso y que sí termina en el desierto pero no en el mismo que yo pensaba sino en otro. Creo que voy a empezar a trabajar en Herbalife.

pd: cuando lo vea nuevamente a Pailos (neceistamos vacaciones de nosotros, como se imaginará), arreglaremos como le mandamos el libro del hijo de Baron Biza, que es el del acido en la cara de la madre.

julieta eme dijo...

¿por qué P y P? ¿Pailos y Playmobil?