martes, 27 de enero de 2009

Sci-fi Susan

Sontag se me ha convertido en la guía que dice qué pensar, y cómo —desde que leí su texto sobre Vivre sa vie, el filme de Godard. O no tanto, pero algo así.

Bien lo dijo alguna vez Pérez Soto (y de seguro lo ha seguido diciendo), que los psicólogos del terror del FBI pasaban por períodos que plasmaban en los filmes de moda.

La comparación de Sontag simplifica las cosas, pero no las reduce al absurdo. Si, en los filmes que comenta (ciencia ficción de los 50’s y 60’s), el científico está siempre alienado —o es un típico asceta— producto de sus investigaciones, tal enajenación es justamente lo que el héroe/científico quiere evitar al resto de la humanidad —además de la muerte. La «posesión» por parte de un otro.

Radical separación. Esferas y separadas. Separadas porque distintas. Salirse de sí no es sino decirse que no. Que no a todo, partiendo por omitir el «mí». Especie de engendros tipo Scanners que en vez de hacernos explotar la cabeza, nos diluyen el ego.

«La curiosidad intelectual desinteresada rara vez se presenta en una forma distinta de la caricatura, como demencia maníaca que separa de las relaciones humanas normales» (Pág. 279) . Y un ejemplo de hoy: Sheldon de la serie de TV The Big Bang Theory (2008).

«La imaginación del desastre» (en Contra la interpretación) también muestra un contraejemplo a los patrones de la ciencia ficción: The Creation of the Humanoids, 1964, donde el héroe que luchaba contra una raza que quiere hacer de todos robots (con un asterisco al lado del nombre), descubre hacia el final de la cinta, que él mismo ya es uno de esos especímenes. Y que tan mal no parece.

Si ya fue el temor a la guerra nuclear, a los soviéticos, al oriente medio, a los carteles sudamericanos; entonces los directores del terror en Hollywood le dan con las catástrofes ambientales, con el exterminio radical de la raza humana por parte de la naturaleza (entendida como antítesis de la humanidad no por propia “maldad”, sino porque ella ahora cobra venganza), o de otro agente literalmente exterior: meteorito o raza alienígena hostil.

Christopher Walken encarna a un padre de familia que ha construido un búnker resistente a los ataques atómicos, justo para el conflicto nuclear con Cuba-URSS. Brendan Fraser es el hijo que muchos años después (más de tres décadas), sale del refugio a ver si acaso la “guerra” que ellos suponían había comenzado, había encontrado resolución. Pero ellos vivían en Los Angeles de los ’60, y salen a esa ciudad de mediados de los ‘90. El desconcertado protagonista piensa incluso que ha ocurrido una invasión de extraterrestres turbios y peligrosos (Blast from the Past, 1999). Recién noto que el personaje de Fraser se llama Adam, y el de Alicia Silverstone (del cual se enamora), Eve.

«Así como la víctima rehúye siempre el horripilante abrazo del vampiro, los personajes de las películas de ciencia ficción se resisten a ser “poseídos”. Pero una vez realizado el acto, las víctimas se muestran eminentemente satisfechas de su condición (…) Simplemente, se han tornado más eficientes: el modelo por excelencia del hombre tecnocrático, purgado de sus emociones, sin voliciones, tranquilo, obediente a todas las órdenes» (Pág. 285).

Y los gestos y comportamientos que ve en aquellas viejas películas se repiten en las actuales, en esta época en que el peor enemigo es el suelo que pisamos y el aire que respiramos: los árboles del Central Park creando una espora que aniquila el instinto de supervivencia humana. Y otro más: todavía el héroe no es escuchado ni creído al principio, y es tratado como lunático (Jeff Goldblum en Independence Day, 1996, sin ir nada de lejos).

Los extraños modos que tiene para desenvolverse un desastre. A veces hay señales premonitorias, y cuando existen, sólo son comprendidas por alguien al que nadie cree. El suspenso falso hasta que sea creído o que ocurra la primera manifestación de la amenaza. Ya en el relato de Gilgamesh, la inminencia del diluvio se anunciaba por medio del movimiento de los altos juncos por el dizque viento. Señal sólo comprensible por el héroe.

Una de mis películas favoritas en el último tiempo. The Iron Giant, 1999. Cae un robot extraterrestre a la Tierra, golpeándose la cabeza brutalmente, por lo que cambia su configuración quedando como una máquina harto amable y pacífica, sobre todo pacífica. De inmediato interviene el FBI y todo se complica hasta el punto en que el robot, a causa de un ataque a mansalva, vuelve a ser la entidad asesina que originalmente era. El pueblo del protagonista será destruido en pocos minutos por un misil lanzado erradamente al robot. El gigante de hierro adquiere voluntad, decide salvar a ese mínimo pueblo estadounidense de mediados de los ’50, con beatniks y coca cola y rednecks. El héroe resulta ser la amenaza misma, lo que originalmente (y sin la intervención del afortunado accidente inicial) destruiría y quemaría; lo que debería ser combatido por los hombres, que esta vez, quedan minimizados mientras la máquina imagina ser Superman destruyendo con su propio cuerpo el misil: la terrible amenaza humana.

[Contra la interpretación y otros ensayos. DeBolsillo, Buenos Aires, agosto de 2008.]

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