jueves, 15 de enero de 2009

Lista negra

Me cago en el revival de la música pretendidamente de fogata: guitarra de palo y voz, y nada más. Que se joda Chinoy y Manuel García y Leo Quinteros, todos juntos alrededor de una pira animada por sus putas guitarras.

Suponer que se ha leído lo suficiente es motivo como para leer más que eso. Aumentar la cuota. Por suerte, durante el año, no les consulté a mis amigos cuántos ya llevaban leído. Probablemente habría dejado de leer de inmediato. Por ejemplo la Karen Glavic Maurer dijo haber leído como sesenta. Y claro, que aparte de ser ñoña-ñoña, los leía para su magíster. Pero igual no más se pasó de la raya.

Se comenten errores. Literalmente: se cometen errores. No soy yo ni nadie en particular, simplemente ocurren. Como haber leído Hombre lento de Coetzee, o haber sucumbido a ver el filme de Las crónicas de Narnia. Y no, no se puede poner una cancioncita pop al final de la película, por mucho que sea de Regina Spektor, ni mucho menos una con esa letra tan pendeja.

¿Y qué si de pronto, tal como vinieron, se van las ganas de escribir? Es cansador. Le digo a Denisse que es como un parto cada página. Y cada una es peor que la anterior. Borrones sobre manchas, caca sobre caca. Una interminable seguidilla de bocetos, de relatos con un mal comienzo y sin fin seguro, que se diluyen siempre al medio, en donde el ánimo deserta.

Hay un Felipe que es harto más centrado. Lee lo justo y necesario de antropología y de filosofía, y al parecer nada de ficción –lo cual justamente lo hace razonable. Me intriga algo que él leyó: Tristes trópicos de Levi-Strauss, semi novela de sus viajes por Brasil entre la década de los ’30 y ’40.

Durante mis vacaciones, un día descubro en Valparaíso el Swann’s Way de Proust nuevecito, de los ’60, enorme y con ilustraciones en acuarela. Le saco fotografías tras una puerta que también es vitrina. De pronto abren la puerta, y el dependiente me invita a pasar, que le saque fotos dentro. Descubro incluso una errata corregida artesanalmente con tinta.

Gernández también se descuadra. Dice haber leído cincuenta libros, pero con la salvedad: «Estimativo, y forzando un poco el concepto de libro y trasladándolo a pescás filosóficas y otro tipo de nimiedades teoréticas.» Por suerte puedo alcanzarlo en el libro más importante que leyó, porque también yo lo hice: Las partículas elementales del Houellebecq («El mejor, por razones que tú comprenderás sin que las explicite»). Y del resto, pues no hay demasiado que decir, salvo por dos ítems: la biografía de Timothy Leary, Flashbacks que necesito leer, y la sorprendente Las manos al fuego de José Gai (si su calidad estuviese directamente relacionada con su anonimato, debería volverse irreconocible hasta para su madre…)

Qué bodrio de película. Resulta extraño que pisoteen una sección tan importante de la infancia (literaria, y por lo tanto afectiva) de esa manera. Apenas recuerdo muy bien de qué va El príncipe Caspian, así que tomo el libro y reviso el índice y en pocos minutos tengo todos los detalles flotando dentro de los ojos, esperando que salgan en la película. Pero no. Durante la primera hora y veinte minutos todo es batalla, huidas, parafernalia yanqui. Y en el libro apenas los últimos capítulos están dedicados a la guerra. No hay nada que la salve.

Qué extraña es la sensación de dejarse flotar en el mar. Una ondita que se mueve lenta como un gusano entra por el oído. Leve. Quizás desee torpedear el cerebro. Y relajado como estoy podría quedarme horas, hasta que oscurezca, y para cuando quiera simplemente pararme y volver junto a Denisse, ya no encuentre suelo, y esté a millas náuticas mar adentro, perdido, solo, desesperado, feliz.

No leer ficción ha de ser una opción para algunos. Como por ejemplo el no leer diarios ni revistas. O no leer publicidad en las calles. O negarse a leer subtítulos de películas. Por ejemplo. Por ejemplo Abufom leyó 10 ó 12 durante dosmilocho. Pero densos, preparando las esquirlas y el fuego, v. gr.: La moral anarquista de Kropotkin, Proposición de un marxismo hegeliano de Carlos Pérez Soto, Investigaciones de antropología política de Pierre Clastres. Las esquirlas y el humo, el fuego y la sangre.

Coincidencias para quienes no conocen la teoría de los grandes números, pero coincidencia al fin y al cabo: veo Vivre sa vie: Film en douze tableaux de Godard. No sé bien aún qué mierda pensar. O eso pienso apenas acabo de verla. Pero al día siguiente, de manera adecuada y solidaria, Susan Sontag me dice qué pensar respecto a la película, a su montaje, a la separación imagen/texto/voz. Me dice qué pensar sin saber nada muy claro. Qué guapa era Anna Karina.

No hay problema alguno en no leer nada en absoluto, o por lo menos nada nuevo, ningún libro a partir de cero. Como Fernández que siguió con París no se acaba nunca de Vila-Matas, acabó uno de Arlt, leyó dos de Fante en verano. Dijo al respecto: «con suerte me lei mis fotocopias de la u pues entonces pasaba asi: tenia ganas de leer mis literaturas, pero como, de leer, tendria que haber leido lo de la u, no leia.» (sic)

Apoyo a conciencia, con garras y todo, que se masifiquen nuevamente los helados de máquina. Baratos y enormes. Extraña escena: entre el barrio del Mercado y Patronato, un día de mucho calor caminamos con Denisse. Nos devolvemos a ver una escena: gente dentro del local tomando/comiendo helado, sentados en tres bancas largas de madera, mirando hacia la máquina del que salen los zurullos gélidos. Una sala de espera a que se les pase el calor.

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