lunes, 28 de noviembre de 2005

Renunciar al blog

¿Estoy a resguardo aquí? ¿Estoy totalmente seguro donde ahora estoy?

Es ya un día lunes, bien pasadas las dos de la madrugada y he ido a comprar cigarrillos. Miré en todas direcciones mientras caminaba hacia el servicentro-abierto-las-24-horas tratando de anticiparme al hombre que me mataría porque no quise darle cien pesos. Nunca lo vi, mejor así. El camino se me hizo demasiado largo, me di cuenta de ello sólo cuando venía de vuelta a mi casa.

Para llegar hasta los ansiados cigarrillos hay que pasar por una plaza donde por lo general hay tipos ocultos por las sombras drogándose tranquilamente. Esta vez no fue la excepción. Mierda, ¿por qué diablos debería haber sido ésta una excepción? ¿Acaso por el único puto motivo de que yo iba pasando y tenía miedo? Las cosas así no funcionan, y lo sé, y sé que me hago el olvidadizo con esas leyes que conozco y que no tienen por dónde invertirse para mi beneficio.

Pensé en algún momento llevarme el libro que estoy leyendo y fumar sentado en esa estación de servicio. Evidentemente no lo hice. Imaginé que no por comprar una cajetilla de cigarros tendría derecho a quedarme horas leyendo. Por suerte no lleve el libro: la música del video que pasaban estaba a un volumen demasiado alto para concentrase. Ahora escucho Pearl Jam. Hace pocos días estuve en su segundo concierto en este país. Primera vez que vienen a este continente, primera vez que los veo en vivo, esperé más de una década por ellos. Junto con Chandler, Capote y Chesterton, ése quinteto me han salvado la vida durante esta semana. Se los agradezco profundamente. Now I believe in miracles, aunque ya nada importa ¿cierto Lagos?

De los antes mencionados he leído en estos pocos días lo siguiente: Chandler, El largo adiós; Capote, Plegarias atendidas; y de Chesterton leí El hombre que fue Jueves. Todas ellas son novelas excelentes, me aliviaron grandemente y eso es meritorio para con cualquier cosa que me ocurra ahora: si me hubiesen llevado preso por lo que hubiese sido y eso me tranquilizara, pues intentaría que me llevasen nuevamente, una y otra vez.

¡Ay Truman! ¡El modo en que te conocí y te amé y ahora vuelvo contigo cuando ya no estoy con aquella que nos presentó! De ti ya leí Música para camaleones, y lo sabes, sabes que lo leí con furor y sin miramientos, lo devoré. Algún día volveré sobre A sangre fría, algún día leeré Desayuno en Tiffany’s y Otras voces, otros ámbitos, créeme que lo haré. E irremediablemente la recordaré, la memoria no tiene remordimientos, ella no tiene una conciencia que le diga lo que debe y lo que no debe hacer… que se joda mi memoria y todo lo que contiene.

El gordo de Chesterton. A ti te conocí por Borges, ¿no es eso ya suficiente? No, nunca lo es, nunca nada es suficiente lo sé. Este año ya me he robado dos libros tuyos, El candor del padre Brown y El hombre que fue Jueves. No me han descubierto en ninguna ocasión, por suerte los libreros de viejos no tienen la sagacidad de tus héroes querido gordinflón. También ya pasé por los Cuatro pillos, que según he podido comprobar tiene un título que varía indefinidamente de acuerdo a la traducción que se trate, pero eso te da lo mismo ¿no? Quizás sabiendo dónde estoy me recomendarías que me de-volviese al catolicismo, que allí sí que voy a encontrar consuelo a este sufrimiento, pero no, yo te miraría hacia arriba y estaría seguro que me estás jugando una broma, una más de tus infinitas ironías, ¡a ti no se te puede creer en absoluto! ¿Cómo pudiste escribir esa trama policial mezclando anarquismo, metafísica y toda una increíble alegoría del libro del Génesis? Me abrumaste, me suspendiste por todo un día y luego me dejaste caer, me hiciste feliz durante varias horas, y eso te exime del infierno de una vez y para siempre.

La leí, la última novela que Bolaño leyó antes de partir a juntarse con Mario Santiago y Cesárea Tinajero. Espero que no sea una analogía de lo que me pasará en unas semanas más, ¿cierto que no lo permitirías Raymond? Quizás mandaras a Marlowe a protegerme de mis demonios internos, al igual que él creyó cuidar a ese otro escritor mediocre. Pero ése también acabó muerto. Nunca había leído nada tuyo, lo siento, pero debo a Hernández que consiguiese tu libro (saludos a Quinecuño). Por unas cuantas horas quise ser como Marlowe, pero me di cuenta luego que yo de duro no tengo nada, de rudo y valiente de arrojado y todo eso no tengo ni una pizca. Podría haber sido un detective, pero uno salvaje y aún así me faltarían siempre los cojones para levantarme mañana a mañana, como ahora. ¿Te diste cuenta lo que hacías cuando compendiabas todos los tipos de rubia que existen, cuando aquel escritor hablaba sobre su trabajo, cuando volteabas toda la acción y me quedaba sin aliento feliz por haberte descubierto? Quizás lo sabías, preferiría que no, que ahora te sorprendiera que no me dejaste caer por un par de días, sólo por leerte.

Debería también acabar de una vez las novelas de Arlt que tengo (Los lanzallamas y El amor brujo), también a Pessoa. Pero esos no son mis libros, son préstamos que devolveré, algún día, cuando no tenga ganas de matarla mientras le hago el amor, o al revés, la cosa es matarla de un modo u otro. Costará harto volver sobre Kafka también. En momentos así parece que el universo conspira contra mí. Le dije alguna vez a Hernández que el mundo tiene una estructura de íntima tristeza, pero que sólo podemos notarla cuando nosotros mismos estamos medios-muertos, en el fondo del hoyo, llorando junto al mundo.

No sé por qué escribo esto. Simplemente llegué de comprar los cigarrillos con la primera oración en la cabeza. Luego pensé ponerla en el blog, aún no lo sé. Probablemente lo haga porque hace tiempo no publico, en todo caso ¿hay alguien que lo lea? La respuesta es obvia además de humillante.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ni tan obvia, aunque seguramente igual de humillante.
Miserables que leen a miserables. Un mundo de estructura triste correspondiente con sus tristes producciones literarias y sus medios tecnológicos de reproducción..., de escala lamentable.
Nadie puede ser como Marlowe porque él es demasiado real, y así simplemente no se puede ser. Hablando en la jerga que se estila hoy en día, podríamos decir que semejante exceso de realidad es excepcionalidad. Como la extrema hipocresía de la furcia hermana Bernarda, la honestidad absolutista de Marlowe es impracticable. Y sin embargo, ¡hay que ver qué ironía en cada línea! ¡Una saeta, cada diálogo! ¡Chita que se hace entretenido hablar así! Lamentablemente también es imposible lograr a plenitud ese filo mordaz. A no preocuparse entonces. Todos hemos querido ser como Marlowe (sobre todo si empezamos a conocerlo con El Largo Adios), y eso siempre provoca cierta decepción. Es posible, sí, emular ciertas actitudes, rasgos tenues, convertirnos en sombras discretas, y de esa manera convencernos de que el cinismo puede ser un buen bálsamo para las ocasiones en que la estructura del mundo, junto con nosotros, sale de su contenido latente y se hace molestamente manifiesta.
Se vive, así, de mejor forma con la autoconciencia de la miseria.
Cuídate y anda a clases.