martes, 29 de noviembre de 2005

Monstruos en guerra

Estoy leyendo a la par dos libros facilitados por el único poeta que sí puede tener automóvil, básicamente porque lo utilizaré y además porque lo bautizó como Little bastard.
El primero es una antología de poemas escritos durante la Primera Guerra Mundial (¿por qué la escribo en mayúsculas?, malditas costumbres escolares), se titula Poemas de la Gran Guerra (1914-1918), edición bilingüe (los textos en su idioma original y la traducción al castellano), la compiladora es una tal María Eugenia Góngora. Es un libro que ese poeta compró por quinientos pesos, una cifra irrisoria. A la mayoría de los poetas no los conozco, pero se incluyen textos de Trakl, Stefan George y Apollinaire, lo cual ya es suficiente motivo como para leerlo.
Todos están cruzados por la ballesta de la muerte, en todos hay un sesgo de decrepitud, no en sus textos sino en el ambiente que crean. Me importa mostrar un poema de Apollinaire, se titula Mutación.

Una mujer que lloraba
Eh! Oh! Ha!
Unos soldados que pasaban
Eh! Oh! Ha!
Un guarda-esclusa que pescaba
Eh! Oh! Ha!
Las trincheras que blanqueaban
Eh! Oh! Ha!
Unos obuses que estallaban
Eh! Oh! Ha!
Unas cerillas que no encendían
Y todo
Ha cambiado tanto
En mí
Todo salvo mi amor
Eh! Oh! Ha!


Ésas interjecciones súbitamente me llevan sobre el Pequod, me llevan al departamento de Hernández haciendo largos monólogos improvisados a la usanza del siglo XIX. Pocos más puedo decir.

El otro libro se titula El oficio de escritor. Son todas entrevistas a, obviamente, escritores en los que se les sacan de sus casillas preguntándoles cómo escriben: sus hábitos, la cuestión del talento, su relación con la crítica y todo eso. Si se desea se le puede tomar como un manual para hacerse escritor, siempre y cuando pueda uno resucitar luego del suicidio que provoca leerlo. Pocas ganas quedan de hacerse escritor luego de leer tales respuestas.
La lista de entrevistados no carece de cierta lógica: E. M. Forster, Mauriac, Pound, Eliot, Pasternak, Miller (Henry), Huxley, Faulkner, Hemingway, Moravia, and last but not the least, Capote. Digo que no carecen de lógica, pero no sé a cuál responderan.

A la sazón sólo he leído las respuestas de Capote y de Hemingway. Citaré pasajes agradables. Primero Hemingway:

"Mientras mejores son los escritores, menos hablan de lo que han escrito ellos mismos. Joyce era un escritor muy grande y sólo les explicaba lo que estaba haciendo a los necios. Suponía que otros escritores a los cuales respetaba eran capaces de saber lo que él estaba haciendo cuando lo leían"

"— Estas preguntas relativas al oficio del escritor son realmente engorrosas.
— Una pregunta sensata no es ni placentera ni engorrosa. Con todo, creo que para un escritor es muy malo hablar sobre su manera de escribir. El escritor escribe para ser leído por el ojo y ninguna explicación o disertación debe ser necesaria. Uno puede estar seguro de que en el texto hay mucho más de lo que se leerá en una primera lectura, y, siendo el autor del texto, al escritor no le corresponde explicarlo ni dirigir excursiones por la región más difícil de su obra."

No sé cómo el entrevistador tuvo los cojones para seguir con su cuestionario. Bien por él.
Ahora Capote:

"— ¿Cuáles son algunas de sus extravagancias personales?
— Supongo que mi creencia en las supersticiones podría considerarse una extravagancia. No puedo dejar de sumar todos los números: hay algunas personas a las que nunca llamo por teléfono porque sus números suman una cifra de mal agüero. También rechazo ciertos cuartos de hoteles por la misma razón. No tolero la presencia de rosas amarillas, lo cual es algo triste porque son mis flores favoritas. No puedo soportar tres colillas en el mismo cenicero. No viajo en un avión con dos monjas. No comienzo ni termino nada un viernes. La lista sería interminable. Pero derivo una especie de curiosa comodidad obedeciendo estos conceptos primitivos."

"Yo he recibido y sigo recibiendo ataques, algunos de ellos sumamente personales, pero ya no me irritan. Puedo leer el libelo más injurioso contra mi persona sin que se me altere una sola vez el pulso. Y en relación con esto tengo un consejo que dar: nunca hay que rebajarse contestándole a un crítico, nunca. Las respuestas puede uno escribirlas mentalmente, pero nunca debe ponerlas en el papel."

Pobre Truman. Todavía te siguen dando como bombo en fiesta, ¿será porque aún se te lee a pesar de todo lo que fuiste?, y me dices al oído, tranquilamente: "cariño, te lo digo en serio, espero que no alcances nunca el centro del planeta Tierra y que nunca descubras uranio, rubíes y Monstruos Perfectos. De todo corazón, el que aún me queda, espero que te vayas al campo y vivas allí por siempre feliz"… pero ya es demasiado tarde Truman, ya fui muerto por uno de ellos.

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