miércoles, 31 de agosto de 2005

Perpetuidad de la lucha

Dice Pessoa o quizás Bernardo Soares: «Nuestros padres destruyeron alegremente porque vivían en una época que todavía tenía reflejos de la solidez del pasado» (1); y sigue la misma línea que Papini en el Hombre acabado en el capítulo L, “A la nueva generación”. Algo de ambos hay en lo que sigue.


Sólo, pero sólo después de los 14.600 días de vida sabremos con seguridad lo que valemos. Antes, todo intento de una definición es tarea vana, que no lleva sino a la desesperación o a darnos cuenta de que no valemos ni un mísero céntimo. Cuando los ímpetus de la primera juventud nos llaman a revelarnos contra los estándares vulgares de la sociedad, entonces creemos tener dentro de nosotros un fuego como el que Prometeo arrebatóle a Zeus, es entonces cuando se nos ocurren las tares más increíbles, cuando surgen a nuestra conciencia las labores inacabables, las obras magníficas —todas esas que no llevé a buen término, y no por falta de decisión o por flaqueza de mi recia voluntad, sino porque es connatural a esta juventud que siempre surjan nuevos proyectos, nuevas luminarias que nos encandilan y que nos hacen tomar un rumbo distinto. Así que irremediablemente movémonos entre variados proyectos cual si fuésemos Leonardo o algún prohombre digno de la veneración histórica, ¿y es que acaso hay otra? Y así como el joven quiso en su temprana juventud emprender la labor de componer, de tejer toda una enciclopedia, una que albergara todo el conocimiento universal, asimismo también quiso llegar a la santidad mediante métodos estrictamente científicos, porque claro, los milagros y los santos sólo pueden ser entendidos hoy a través del prisma de esa —supuesta— objetividad de procedimientos. Si destruimos si despotricamos si cortamos cabezas de yeso o de mármol si violamos a las hermanas si recordamos con angustia lo por-venir, si cabe que alguien afirme que la única iglesia que ilumina es la que arde es porque no somos nuestros padres. Allá ellos. Nacieron en la época en que todavía existían utopías, o por lo menos donde las utopías se desmoronaban pero todos lo negaban sistemáticamente, todos caídos sobre sus ombligos mirando tan lejos como la densidad de sus cueros se los permitían. Y hay quienes sólo quieren quemar, sí que los hay. Pero ante esto mejor sacar conejos del sombrero, usar otros mármoles otras lanas otras plumas otras imprentas, si es que existen. Pero ante esto, prevengo:

«¿Gay? O.K.

¿Derechos de la mujer? O.K.

¿Defensa del bosque nativo? O.K.

Pero no transformemos los derechos en ideologías.

Ya no aguantamos una bandera más.» (2)

* * * * *

(1) Libro del desasosiego, 3.

(2) Noreste, Año 6, Nº 31, dic. 2000, Pág. 3.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen truco. ¿Y la bandera de noreste? ¿Qué?

Anónimo dijo...

rodrigo. andres. fernandez. cerda.

facil media hora de leerte. sin miedo a que la gente me parezca libros que devorar. la gente, tu, en este caso. y tambien medio burlado por la abundancia de personajes. nos vemos, si es que, algo, pasillos, cafe, que es de tu vida, etc.