El estreno del filme Los Miserables, pone de relieve la extraña y lejana relación que mantenemos con la lectura. Ésta, llega bajo el mote de ser la adaptación del musical del mismo nombre. ¿Y Victor Hugo? Mal, gracias…
En la cuenta de twitter del crítico de cine Daniel Villalobos, se puede leer la siguiente anécdota: le llama una periodista pidiéndole una cuña sobre Los Miserables. Él aclara que aún no la ve. Entonces sobre el musical, le dicen. Villalobos cuenta entonces el final de la historia, horrorizando a la reportera por el adelanto. Villalobos, extrañado supongo, remata: pero si es un libro clásico. “No, la película está basada en un musical”, insisten desde el otro lado.
Pero hay que ser justos: de no mediar el interés editorial, ¿cuántos sabrían hoy, que El Señor de los Anillos es una obra de Tolkien y no es original de Peter Jackson? Este interés no ocurrió con El Código Da Vinci porque primero fue un boom en la industria literaria, para luego saltar al cine, lo mismo que ocurrió con los misterios policiales de Stieg Larsson, o que ocurrirá cuando se adapten las eróticamente nefastas 50 Sombras de Grey.
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