viernes, 6 de enero de 2012

ABC


Debo, como la penosa mayoría, el conocimiento de Adolfo Bioy Casares por mediación de Borges. Es él quien da noticia del extraño país de Uqbar, en una noche que era propicia para los juegos de espejos en la oscuridad. Digo penosa, porque su Obra se sostiene sin ayuda alguna, sin prótesis borgeana, ni ayuda de su matrimonio con Silvina Ocampo, ni nada más que su propia escritura.
Pasó el tiempo en que le leí con ferocidad: Diario de la guerra del cerdo, la saga policial de Bustos Domecq junto a Borges, Plan de evasión, Dormir al sol, los cuentos de Muñeca rusa y El lado de la sombra. Y también, La invención de Morel, que años atrás me avergoncé de no haber leído viendo un episodio de Lost donde le mostraban.
En Plan de evasión se prefigura el panóptico carcelario y otras muchas ideas afines a la sociedad de control, tal como luego lo haría Alan Moore en V de Vendetta. En La invención de Morel se adelantan juicios estético-técnicos-filosóficos, pero por sobre todo se consigue con creces un relato sin merma, sin fuga, que ha envejecido en años de reimpresiones pero en nada fundamental.
Tal como el protagonista de Plan de Evasión, el narrador de La Invención de Morel es confinado a una isla, en este caso huyendo de una condena nada explicada, pero perpetua, lo que le lleva a considerar que salir de la isla sea un absurdo. A ésta, de improviso, llegan visitantes. El narrador presiente su captura, un plan de las autoridades para deportarlo. No le encuentran porque no le buscan, y a cambio conoce a los visitantes a la distancia, a una en que él desaparece a pesar incluso de ponérseles en frente. Contar algo más sería spoiler.
En horribles años en que se publican historias que desmerecen al guionista de cine y al lector, en que existen vampiros que brillan y adolescentes idiotizados por ellos; en estos años de barbarie y poco decoro, es cuando mayor sentido tiene volver a los clásicos. Hay quien piensa que sólo Borges será recordado como un clásico argentino, a despecho de ellos hay que recordar a Bioy Casares (y a Arlt, obviamente).
En 1940 la novela “de peripecias” pasaba por momentos críticos, que se arrastraban un siglo atrás por lo menos, con la arremetida de la novela con afán de catálogo social (Balzac), de compendio mental y experiencial (Joyce, Proust), o con envolvente psicologismo (Dostoievski). Bioy vuelve a la tradición inglesa aventurera, y se despacha un texto clásico (sin ser peyorativo), sutil pero evocativo y poderoso en sus 'consecuencias', una novela en que fuera de ocurrir eventos, es amplia y generosa en lo que sobrepasa lo empírico: la sección final es un vórtice especulativo, que abarca desde la filosofía de la percepción hasta la elucubración mecánica; y el grueso es incertidumbre acercándose al vértigo, o la demencia.
En estos años de vergüenza literaria, el pasado nos puede mantener a flote, y quizás dar esperanzas de volver a crear buenos y envolventes argumentos, sin caer en parrafadas en forma de ladrillos con hojas, ni en ridículos pastiches que son el hazmerreír de las redes sociales. Baste repetir lo que el reticente y sabio lector Borges, dijo sobre la novela de su amigo: “He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta.”

1 comentario:

Ferragus dijo...

En los noventas, tuve la oportunidad de ver una entrevista realizada por Silvia Lemus al escritor en cuestión. Luego de esto, salí a la búsqueda de su obra La invención de Morel Una anécdota: al preguntarle si escribía en computador o con la clásica máquina de escribir, él extrajo una pluma fuente y mostrándosela contestó “esta es mí maquina de escribir”

Saludos.