jueves, 12 de marzo de 2009

Encuentros casuales

Houellebecq clama porque una cimitarra herrumbrosa le parta el lomo. Se esconde en los conventillos esperando que le traicionen, buscando una muerte deshonrosa.

Bisama espera una pizza tan grande como para una familia de marcianos con resaca. Tiene anchoas y muchas aceitunas. Como Bisama la intercepta, no les llega a los marcianos, que comienzan a destruir Valparaíso, par acabar desnudos en Reñaca.

Baradit en el concierto que NIN diese en Chile. Yo le vi. Y me lo cuento a mí mismo, exageradamente, omitiendo, mintiendo. Que andaba con una mina encadenada, que le lamía los pies con una lengua bífida. Que de la nuca le colgaba un cable USB encapsulado en músculo gris.

Bolaño está como él veía a Perec, como niño. Se ha subido a un techo, sabe cómo bajar, pero simula haberlo olvidado, y llora porque nunca más tocará tierra. Actúa de ignorante y perdedor como si se le fuera la vida en ello. Y lo consigue, por lo menos la parte en que se le va la vida.

Borges es atracado en una esquina que huele a orines de ebrio, a vómito, a mierda, a semen. Al lado de un cadáver de cascarudo, mientras otros vienen a devorarlos. Luego de El eternauta, se confirma: falta el gran relato de Santiago. Algo más que la crónica roja u ociosa de la farándula arquitectónica. Contarla.

Polhammer y su hermosa guayabera me saludan desde la mesa de un café del Drugstore. Abufom opina que es muy pinta monos. Yo creo que es probable. Pero es que tampoco se le puede apreciar bien, luego que Rodrigo Lira también fuese antes que él, jurado de “Cuánto Vale el Show”. Mientras a Polhammer recién le crecía el pelo, a Lira le nacía la calva y le crecían las patillas.

Lo más cercano de Borges que jamás estaré fue cuando vi a no muchos metros la cabellera blanca de María Kodama. Suponiendo que alguna vez tocó a Borges. Y en caso de que nunca mantuviese contacto físico con el tipo, me queda el consuelo, la cadena de saludos que va más o menos así: yo saludo de mano a Abufom, éste saludó alguna vez a su tío, que saludó una vez a Borges antes de una entrevista en Buenos Aires.

Lafourcade, cada octubre de Feria del Libro en Santiago está más cerca del suelo. Su columna se curva peligrosamente, haciendo que la espalda forme ángulo casi recto con el piso. Y cada año más viejo. Quizás mi abuelo estuviese igual de viejo. El mismo abuelo que de joven trabajó en su librería, de la cual consiguió la mayor parte de los libros con los que crecí.

Heidegger hace años apareció para nunca volver, en un sueño en que comíamos pan con cebolla frita. Y se fue. Pero recuerdo Ser y tiempo, lo leo en el recuerdo que deja, en todo el tiempo que demoró leerlo. Y no estamos hablando de entender. Y nadie menciona divertirse.

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