jueves, 15 de diciembre de 2005

I would prefer not to forg...

Releo luego de varios meses Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas (Anagrama, 1999).
Supongo que el lector conocerá, por lo menos de oídas, el origen del nombre Bartleby. En caso contrario, preferiría no darle yo esa noticia.

Al narrador de este libro parece gustarle sobremanera Robert Walser, del cuál nada he leído. Walser vivió entre los años 1878 y 1956 siendo su nacionalidad suiza. Publicó unos cuántos volúmenes que, al parecer, no desmerecían en nada al papel sobre el cual estaban impresos: Los hermanos Tanner, Der Gehülfe y Jakob von Gunten, entre 1907 y 1909. En este último año volvió a su tierra natal, quizás ése evento desencadenó en él la locura, una tranquila pero llena de alucinaciones. A comienzos de los años ’30 por su propia voluntad decide internarse en un sanatorio pasando «los últimos veintiocho años de su vida encerrado en los manicomios de Waldau, primero, y después en el de Herisau, dedicado a una frenética actividad de letra microscópica, ficticios e indescifrables galimatías en unos minúsculos trozos de papel».

Quien escribe a través de Vila-Matas remata con lo siguiente el bosquejo de Walser: «Alguien ha dicho que Walser es como un corredor de fondo que, a punto de alcanzar la meta codiciada, se detiene sorprendido y mira a maestros y condiscípulos y abandona, es decir, que se queda en lo suyo, que es una estética del desconcierto», retrato exacto de lo que Vila-Matas quiere decir cuando escribe esta ruta de la “literatura del No”. No es solamente el “dejar de escribir” así sencillamente porque de seguro tal enfermedad —comparable al mal de Montano— hunde sus ágrafas raíces en Sócrates y su legado puramente oral —suponiendo que Platón es un otro.

Walser ha de haber llegado al convencimiento de que escribir está de más, de que toda labor de inscripción es vana de antemano, es sólo la exposición ególatra de una peculiaridad, que, si el escritor fuese cuerdo, guardaría para sí, y se cuidaría mucho de mantener en el más absoluto secreto sobretodo para la posteridad: Kafka lo sabía pero Max Brod lo ignoraba en la misma medida en que él no era Kafka (me decía que le habría gustado citarse en un café europeo con Kafka, a conversar, yo le respondí que lamentablemente aunque hubiese sido ella, Kafka no habría llegado, “¿y por qué no habría llegado?” preguntóme un poco ofendida, “pues simple —le dije—, porque era Kafka”. Ella entiende, fin de la discusión).

Ayer he visto a algunos amigos jugar fútbol, entremedio había una apuesta de cervezas. Miro a Hernández y pienso gritarle que haga un autogol, creo que efectivamente se lo grité. Eso me trajo a la memoria un fragmento memorable del No que Vila-Matas podría haber puesto en su libro, uno sacado de una entrevista a Bolaño: «Mi experiencia como jugador de fútbol nunca fue del todo comprendida ni por los espectadores ni por mis compañeros de equipo. A mí siempre me pareció más interesante marcar un autogol que un gol. Un gol, salvo si uno se llama Pelé o Didí o Garrincha, es algo eminentemente vulgar y muy descortés con el arquero contrario, a quien no conoces y que no te ha hecho nada, mientras que un autogol es un gesto de independencia. Aclaras, ante tus compañeros y ante el público, que tu juego es otro» (*). Independencia, saber que se puede hacer todo lo contrario a lo que se desea, libertad, «quien es más libre es quien puede decir no» leo en ése libro antes de dormirme pensando en otros artistas del No lamentablemente dejados fuera: Cesárea Tinajero, Benno von Archimboldi, Jorge Loncón.
Ah Bartleby! Ah humanity!

* * *

Las Últimas Noticias, martes 4 de septiembre de 2001.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Mr Endon siempre jugaba con las negras. Si le proponían las blancas, se desvanecía, sin el menor rastro de irritación, en un leve estupor"

("Y las blancas abandonan", texto de Samuel Beckett incluido en "Murphy)

V-M