+ Fun Home, Allison Brechdel. Aprendo un nuevo término: slice of life. Éste ‘tragicomic’ pertenece al género: rebanadas/trozos de la vida, una autobiografía fragmentaria, o sincera. Quiero decir que es fragmentaria en el sentido literario, pero es plenamente completa si se la toma por el lado vivencial…
Brechdel relata su vida familiar temprana y adolescente junto a un padre —casi de entrada lo sabemos— homosexual y obsesivo-compulsivo. La mayor gracia de las referencias a Proust es que saco en claro que de haber existido otro marica tan grande como el padre de la escritora, éste habría sido el tal Proust. Y bueno, que también viene harto al caso la referencia al momento en que el narrador del Tiempo perdido se enamora de Gilberte por el exuberante jardín que le rodeaba: Brechdel se pregunta si acaso su padre no sufrió el mismo encantamiento con su madre, al enamorarse de ella por su entorno.
+ La Ciudad, Mario Levrero. En la feria cerca de casa encuentro una caja con libros a $500. Sólo sobresale un libro, el resto es novela policial pésima. Ése libro es La ciudad de Levrero, del que justo la noche anterior habíamos hablado con RF y F en un bar de viejos.
+ Los siete locos. Roberto Arlt. Ha de ser la cuarta lectura de esta novela. Es una mole. Es un uppercut maravilloso que anonada y sorprenderá incluso en la décima lectura. La tríada junto a El juguete rabioso y Los lanzallamas supone una saga sin pérdida. Las crónicas de Arlt son magras. Su obra completa es de naturaleza sobria pero de pretensiones pantagruélicas: su desborde sólo es equiparable a la de sus personajes.
+ A veces, la infinita separación entre obras inspiradas en lo mismo. Por un lado un cómic, y por el otro, también. Juan Vásquez, ilustrador chileno, con una adaptación deficitaria de La llamada de Cthulhu. Veo el facsímil por la calle y lo compro, sólo para decepcionarme en menos de 2 minutos. Podría decir mucho sobre el objetable (y excesivo) uso de las sombras y el grafito en los dibujos, pero apenas sé dibujar. Sé, por lo pronto, escribir sin faltas ortográficas, y Juan Vásquez no. Para el valiente: que revise la biografía sucinta de HPL con que abre el volumen. Y entonces, en el mismo punto de origen —pero en las antípodas respecto a calidad y profundidad, a seriedad y dedicación: Alberto Breccia adaptando gráficamente las pesadillas lovecraftianas. En 1973 el argentino innova sobre su mismo y gran trabajo previo, para darle un tono particular sus ilustraciones. Utiliza fotomontajes, collages, acuarelas y logra un ambiente ambiguo y propicio para el desbarajuste mental que provoca HPL. Excepcional es, por ejemplo, la viñeta de El horror de Dunwich cuando Wilbur Watheley muere despedazado por los perros dentro de la biblioteca de la Universidad de Miskatoni: Breccia alcanza el punto exacto de horror y literalidad respecto a la descripción que hace HPL.
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