martes, 15 de julio de 2008

Tanto, tanto, tanto

Querer escribir sobre tanto sin poder hacerlo como se merecen. Por lo menos no
alcanzar lo importante, lo majestuoso que es el tema, sino
¾como mínimo¾ el
lugar y el modo en que los pienso y siento. En el tintero, en el espacio entre mis
manos y el teclado quedan docenas de párrafos queriendo inscribir, seguir en
esta bitácora. (No por nada este teclado es blanco, como si nunca se pudiese
salir de la aporía de la hoja intacta, del furor e impotencia que ella provoca)

En diciembre del año pasado lamentaba Ulises, hoy eso no ha cambiado. Sigue ahí esperando, tal que fuese un libro que no poseo, que aún ni siquiera hojeo. Al igual que Cortázar (el
Borges de segunda, pasado por agua, trasnochado en mala, dijo Aira) de 62 modelo para armar. Pero por otro lado, El mundo de Guermantes ya ha sido acabado, luego de sangre, sudor y lágrimas, pero por sobre todo, un inmenso tedio que me impedía acabarlo. Pero de un momento a otro, todo fluyó, como con los otros volúmenes, y me volví nuevamente tan indiscreto como Proust, y quiero saber todo lo que les pasa a los personajes. El Abadón fue exterminado hace
hartos meses. Y cómo no, me descoloca su fin, la forma en que Sabato intercala
escenas de las torturas en la dictadura argentina.

Comprensivamente, D. me ha regalado el cuarto episodio del Tiempo perdido. Ahora viene lo bueno, pienso, cuando noto ¾por un spoiler de Wikipedia¾ que éste parte con un follón homosexual visto por el joven narrador mientras espera a la señora de Guermantes. Y va
escribiendo sobre la cópula entre las orquídeas, e intercala sus vuelos en prosa, las frases que llenan los siete tomos, que podrían ser reunidos individualmente solamente para hacer otro libro aparte, extraño, un libro totalmente incitable, porque hecho de citas citables, de figuras: se haría el súper texto de la metáfora, donde no habría cabida a leer entre-líneas porque entre una y otra no hay espacio para una nueva voltereta retórica.

Comprendo que El libro del desasosiego es inalcanzable por el momento, todavía. Tanto como los 1001 libros que hay que leer antes de morir (de la misma colección de películas, discos y pinturas que experimentar antes de…). Un típico coffee-table book, para iniciar conversación, para hablar sobre lo leído, pero por sobre todo lo no leído aún. ¿Aparecerá él mismo ¾en tanto libro¾ dentro de la lista que contiene? D. afirma que sí, que eso sería lo lógico. (El mentado pragmatismo femenino, de seguro es casi imposible que alguna se angustie por cuestiones teóricas. Así, Pascal sólo podría haber sido hombre).

El sabiondo crítico Camilo Marks, recomendó hace un par de años Suite francesa de Irèné Némirovsky. Ni siquiera le puso nota al texto, como tampoco lo hizo hace poco con Altazor. Tardé mucho en poder conseguirlo, y cuando lo hago me devoró las páginas. Los capítulos pasan
raudos, tal como ha de haber sido escrito por la judía errante, huyendo al principio con sus dos hijas y esposo, y luego cada uno por su lado, y el de ella, finaliza en Auschwitz, en las cenizas probablemente. Su hija mayor, Denise, cuidó una maleta de su madre, que no se atrevió a abrir por lo doloroso que podría ser, pues sabía que cargada un texto, que ella pensaba, era un diario de vida de su ya famosa escritora madre. Pasan los años. Finalmente, y antes de entregarlo a una fundación de rescate de la memoria del Holocausto, lee el texto, y se da cuenta que el diario, era una novela. La transcribe sacrificando la salud de sus ojos. Se publica en 2005 ganando varios premiso europeos. Némirovsky no alcanza a acabar la novela, lo que leo es únicamente 2
de 5 partes en que la proyectó originalmente, siguiendo un plan sesudo, pero que fue modificándose de acuerdo al despliegue propio de los personajes. Lo que queda, finalmente, es un esbozo (la idea de texto original sólo es patrimonio de la religión o el cansancio, repite Borges).

Extraña es la sensación que queda al finalizar el texto. Lo completan cartas de la autora, esbozando lo que quizás vendría. Y su lucidez horrible, porque comprende, al momento de las primera leyes francesas antisemitas, que todo acabará en la muerte de millones. Entonces, en vez de seguir el lector elucubrando lo que sucederá más adelante con el militar alemán y Lucile, lo hace la autora, imaginando ella misma lo que podría ocurrir en el futuro, si la guerra (su fin) se lo hubiese permitido.

Como si Némirovsky cortase las alas de antemano al lector. De seguro jamás pensó que alguien leería lo que su hija cargaba en la maleta, que las acompañó en su huída más que la caridad del prójimo.

Pienso leyendo la entrada nazi a París, sabiendo lo que luego ocurrió, pienso y me pregunto por el mal y sus consecuencias inacabables. De pronto, una tarde, Alex de La naranja mecánica, afirma: «Pero, hermanos, este morderse las uñas acerca de la causa de la maldad es lo que me da verdadera risa. No les preocupa saber cuál es la causa de la bondad, y entonces, ¿por qué quieren averiguar el otro asunto?». Que se lea, y se comunique, oh, mis drugos.

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