jueves, 4 de octubre de 2007

La letra origen

Escribir desde la rabia puede traer dividendos jugosos. Económicos, se supone. O en general, escribir desde cualquiera de las pasiones —como objeto, ojalá despersonalizándolos, aunque nunca se sabe.


Borges escribía desde la impotencia. Con Abufom (P.) coincidimos en que ésa es literatura de las bolas llenas (de la acumulación de esperma, para más detalles).

Al igual que Bolaño, pero desde otro tipo de impotencia. La de saberse vencido de antemano. Porque por mucha estadística liviana, sabemos que moriremos.


Caso paradigmático el de Proust. Que escribió desde la posición del esnobismo extremo. Algo así como escribir para justificar sus banquetes —justificarlos con lecturas, presentaciones, desfiles de dandies.


Desde el fondo mismo de la rabia nos mandó sus gritos De Rokha. No por nada Los gemidos, que en algún momento fue alabada por Neruda, que luego olvidaría todo: su sorpresa, su comunismo, el escribir mismo.


De manera oblicua porque mediocre (en comparación), Cortázar nos quiere hacer creer en las sorpresas. Pero sorprendernos, lo que se dice sorprender (como suspender) no lo hace más que Perec. Así, Rayuela es incomparable a La vida, instrucciones de uso, cuyo sólo título remite a los manuales del argentino.


No me canso de citar a Zweig, que escribió alguna vez desde la vergüenza. En la infinita impaciencia que lo agobiaba, en un viaje en trasatlántico hacia Brasil, sintió vergüenza de sí mismo. Aunque también es posible decir que escribió desde el kantismo de lo sublime: las masas de agua le aterraron hasta avergonzarse de su comportamiento.


«Los libros pueden tener su origen en los más variados sentimientos. Se escriben libros al calor de un entusiasmo o por un sentimiento de gratitud, pero también la exasperación, la cólera y el despecho pueden, a su vez, encender la pasión intelectual. En ocasiones, es la curiosidad quien da el impulso (…) pero otras veces —demasiadas— impelen a la producción motivos de índole más delicada, como la vanidad, el afán de lucro, la complacencia en sí mismo.» (Zweig, Magallanes)


En la vanidad caen todos. Usted y yo inclusive, créalo. Aunque no sea en absoluto difícil.


En la desesperación debe haber escrito Kennedy Toole. Él mismo  era tan parecido a su Ignatius J. Reilly —es cosa de buscar su retrato en internet. Su madre era la misma que torturaba al personaje. Y ante las constantes negativas de las editoriales a publicarle, decidió encerrarse en su automóvil y asfixiarse. Aunque todo acto humano pueda verse desde el cristal del ego: el autor suicidándose únicamente para ponerle picante a su biografía, a hacer mito sobre sí.


En la misma línea, Gernández quiso escribir su Gran Obra, y enterrarla para dejarla a la posteridad. La imaginación no alcanza para especular sobre la repercusión que tendría en el futuro aquel texto hipotético —tan hipotético como su misma escritura, y el futuro en sí.


Escribir porque sí no es en absoluto denigrante. Porque en la misma letra se muestra lo que ella misma pretende esconder: como si se tratara de gritar un secreto, un rumor por todos conocido. En la Z hay un pivote que devuelve a la A, y en la misma medida, todo «fin» (explícito o no), es el comienzo de otra lectura, o si se tiene el virus, de nuevas páginas a ser rayadas.

1 comentario:

Confundido dijo...

Escribir desde la imposibilidad de hacerlo, y aun no hacerlo, cabe como alternativa?