miércoles, 16 de junio de 2010

A quién le importa

1. El mundial pasado. Nos juntamos a ver un partido de Japón contra no recuerdo qué otro equipo. Junto a amigos, igualmente me sentí extraño, hablando de cuestiones de las que apenas sé, tanteando un terreno guiado sólo por el instinto del fútbol metido en la cultura de este país miserable.



2. Francia ’98. Junto a un amigo nos pusimos en cada partido al fondo de la sala de clases, tirándoles papelitos mojados con tubos plásticos. Ni por altanería ni por ningún afán intelectual contra el fútbol, simplemente (en ese momento) por molestarlos. Porque este país se había convertido en un lugar peor para vivir, para ver televisión, para leer diarios e incluso para caminar por la calle.


3. Justo antes de Francia ’98. Todos y cada uno de los seleccionados pasaron por el plató del jodido ‘Viva el lunes’. Jugando al “Si se la sabe cante”, bailando con putitas creídas modelos, hablando en monosílabos, re-demostrando la insustancialidad de la educación, logrando que le implorase a los Cielos que este país no clasificara para Sudáfrica.


4. Educación básica. La obligación, la presión colegial de partir todos los sábados a participar de un campeonato de fútbol entre los cursos. 3 ó 4 equipos por nivel, contra los equipos del otro. Los papás gritando instrucciones contradictorias al borde de la cancha, hinchando por hacer goles, que no le crea, que métele la pata. Las mamás y hermanos en la barra, metiendo bulla, entonando cancioncitas que supuestamente han de levantar el ánimo a los jugadores. Y cuando acaban, un desayuno preparado por los apoderados, en las mismas salas en que pasamos de lunes a viernes oyendo a un profesor hastiado y deprimido.


5. Educación media. Se juega porque sí, porque aunque presionen por hacer goles, ya a nadie le importa. Y de hecho no me importa. Y me importa tan poco que no hago goles, que echo las pelotas fuera del arco, y siempre convierto “casi-casi” goles. Nos reímos tanto, incluso de los boludos que quieren jugar a ganar, los que se pican, y los que quieren revivir los partidos dizque épicos de cuando niños.


7. Durante varios años jugué pichangas con amigos de la casa. Hasta que luego de centenas de partidos, me di cuenta –de pronto– que acabar el juego era similar a que terminase un encanto: ya no los soportaba, les notaba imbéciles, sin nada que decir aparte del fútbol y Street Fighter, y en esos años no sabía nada de eso. Hoy sé algo de juegos de pelea. Acabé alejándome para siempre de ellos, y sé que siguieron jugando, hasta bien grandes.


8. Fui al partido en que la selección clasificó a Francia ’98. Fue justamente el día de mi cumpleaños en 1997. No recuerdo qué pensé, ni cómo la pasé. Fui con el tío con que fuimos muchas veces al estadio, a muchos y distintos encuentros. No me sentí privilegiado por tener un ticket que muchos codiciaban, era simplemente un regalo de cumpleaños.


9. José Luis Gómez venía corriendo solo con la pelota, en un partido sin importancia. Venía solo, sin nadie en su horizonte más que el arquero, y entonces José Luis Gómez se arrastra por el piso duro, gira sobre sí, y cae llorando con el brazo quebrado. Uno de esos momentos en que duele el estómago de tanto reír.


10. Ahora lo mismo. Televisión peor que de costumbre. Conversaciones de almuerzo, en el metro, de radio. Cambios en los horarios de trabajo por los partidos. No ver los mismos, porque no importan en absoluto, porque créense tan críticos y caen redondos como la pelota que idolatran. Mejor, que nunca más reclamen por nada, si se comen este bolo de un solo bocado.


11. Todo se resume en banalidad e identificación primaria. Espectáculo vacuo y representatividad fantasma.