sábado, 22 de julio de 2006

Invernación

Caen sobre Santiago kilos de agua deshecha en gotitas. Quizás quede poco para poner en práctica las clases de natación, las de primeros (y últimos) auxilios y las condolencias.
Dicen que dios debe estar muy enojado porque no se entiende de otro modo tanta agua.
Y tanto frío. Hay cosas que hacer, hay que refugiarse en la cueva mientras continúe seca y con esos dibujitos tan monos que dejaron en las paredes los que estuvieron antes aquí. La única diferencia entre una porquería y el arte es el tiempo. El tiempo que se le dé, o el que se le quite, a otra porquería, a otra obra.
No me ducho en semanas. La mugre procura cierta nueva piel, una que me hace impermeable al desprecio de quien me patea los testículos. Unas costras rosadas me crecen tras las orejas. ¿Branquias? ¿Me vuelvo al mar junto a mis cthulhuideos hermanos?
Una rodilla se descompone. No hay herramientas por aquí cerca. La rodilla duele por el frío urbano. También se ha cubierto de moho por el ambiente cargado de humedad y porque la última vez que me caí lo hice dentro de un lago y nunca me sequé por completo.
Se podría decir que sufro de la misma dolencia por la que Heráclito enterróse en la tierra esperando que ella le quitase el exceso de agua que su pobre cuerpo tenía. Resultó eso falso, si le creemos a Diógenes Laercio: unos perros reconocieron a Heráclito y lo devoraron estando allí enterrado vivo.
Hay un ataúd esperando. Calentito y confortable como dice por algún lado, en alguna línea, en una hojita mojada que pocos quieren leer por cansancio y también por buen gusto.
Agradecido se toma una pastillita verde con un contenido desconocido. Dicen que contiene polvos para inducir un poco de muerte o que son contra la epilepsia. Dicen que si se toman de esas se pueden ver las figuras transparentes que vuelvan por entre medio de las piernas de las chicas más hermosas del universo. Y que se lograría atisbar el plano de la decimonovena hipotética dimensión.
Si hasta los osos se meten en sus cuevas. Hay algunos insectos que se meten en troncos podridos hasta que salga el sol. La cigarra por ejemplo.
Este discurso unilateral se evapora hasta que el despliegue primaveral caiga nuevamente sobre mi cabeza.
Hace mucho frío. Las manos ateridas y este computador funciona peor a cada byte.
Hay cosas que hacer. Tengo que moverme, tengo que respirar, hay que circular moviéndose, tengo que tengo que tengo que hacer.
Se mueven hacia las sombras este blog y junto con él yo. Él me arrastra. Agradecido sí que tiene voluntad propia: en eso me supera grandemente.
Me mete dentro de la caverna, me empuja y tropiezo con una roca, caigo y rómpome la rodilla. La misma rodilla, una y otra vez. Acá está todo lo necesario hasta que el sol decida regresar. Él cierra la gruta con ramitas recién cortadas y luego con una lápida que le robó a Lázaro: Agradecido no respeta ni a los muertos.
Nos leeremos pasadito el equinoccio. Espero.
Eso es lo que B.A.B.E.L. le dice a Agradecido que me diga al oído.