martes, 25 de abril de 2006

Leer, nadar, comer aire o pan de molde

Lüdicke: 1ª. Hans Reiter «tuvo que recorrer callejones perdidos de Colonia en busca de alguien que alquilara una máquina de escribir». El viejo que finalmente se la arrienda le cuenta que él también fue escritor. En una reseña firmada por un señor de apellido Schleiermacher, se lee:

Inteligencia: media.
Carácter: epiléptico.
Cultura: desordenada.
Capacidad de fabulación: caótica.
Prosodia: caótica.
Uso del alemán: caótico.


La rosa ilimitada
: 2ª. Que Bubis «leyó en dos noches, al cabo de las cuales, profundamente alterado, despertó a su mujer y le dijo que iban a tener que publicar el nuevo libro de ese Archimboldi». Luego la despierta nuevamente y le pide que no lo dejen solo cuando él ya no esté, le dice eso, y también: «Protégelo en la medida de nuestras posibilidades como editores». El profesor chileno de filosofía —avecindado ahora en Barcelona— Óscar Amalfitano, editó una traducción en Argentina, por allá en el año 1974. Su hija, la hija del señor Amalfitano, llámase Rosa. Casos más raros se han visto.


La máscara de cuero: 3ª. Para esta época Archimboldi quiso comprarle la máquina de escribir al viejo que se la arrendaba, y este se la ofreció a un precio razonable, de hecho, más que razonable. Para eso pide un adelanto al señor Bubis por un libro no escrito, pero el editor prefiere regalarle una Olivetti nueva. Se vendieron noventa y seis ejemplares. Quiera el inescrutable Demiurgo que el señor Bubis esté en su Reino. También: otra parte de la trilogía. Esta novela tiene un motivo, claro está, polaco. El catedrático Manuel Espinoza le regala una copia de esta novela, a una ocasional partenaire sexual pagada, llamada Vanessa, pensando que ella podría enganchar con el libro tomándolo como una novela de terror. Posteriormente, según se sabe, su amigo Jean-Claude Pelletier le reprocha su comportamiento, diciéndole: «A las putas hay que follárselas, no servirles de psicoanalista ni menos de profesor de literatura».


¿Cuándo comenzó todo esto? ¿En qué momento me hundí? ¿Dónde estaba que no me di cuenta?


Ríos de Europa: 4ª. Título que nos lleva a errores porque «en él básicamente se hablaba de un solo río, el Dniéper… El señor Bubis lo leyó de un tirón, en su oficina, y las risas que le provocó la lectura se oyeron por toda la editorial». El adelanto esta vez fue altísimo, tanto, que la secretaria del editor le preguntó (no una, sino dos veces) si esa cifra estaba correcta, «a lo que el señor Bubis respondió que sí, que era la cifra correcta, o incorrecta, qué más daba, una cifra… siempre es aproximativa, no existe la cifra correcta… Los grandes físicos, los grandes matemáticos, los grandes químicos y los editores sabían que uno siempre transita por la oscuridad».


Joder, duele. Joder, duele.


Bifurcaria bifurcata: 5ª. «Cuyo argumento, como su nombre claramente indicaba, iba de algas». «No le gustó al señor Bubis, tanto que de hecho ni siquiera la terminó de leer, aunque por supuesto decidió publicar la novela». Piero Morini la traduce al italiano en 1988, libro que pasó sin pena ni gloria por las librerías de su país. El mismo sino le depara a otro texto que lleva este título y que se mantiene inédito, por el bien de la comunidad.


Herencia: 6ª. «Voluminoso manuscrito… una novela de más de quinientas páginas, llena de tachaduras y añadidos y prolijas y a menudo ilegibles anotaciones a pie de página». Es la última visita de Archimboldi a su editorial para revisar, junto a la correctora, las pruebas de imprenta de su novela. Y coincide esto con la lectura y las risas por los lapsus cálami que hallan en los libros: «El cadáver esperaba, silencioso, la autopsia», «Con un ojo leía, con el otro escribía», «Excursiones de tres o cuatro días eran para ellos cosa diaria». Errratas. Cubriéndose las espaldas (y tapándose el culo), el astuto diagramador de cierto libro de Armando Uribe Arce, pone luego de su nombre: «Responsable también de posibles faltas ortográficas y/o tipográficas. Con todo, precisa: los yerros que aquí halles son obra y voluntad de don Armando (…) De otros errores, si los hay —y fuese necesario—, se responde en “mancomunada verdad”, supongo.» Supone bien tal caballero, pues el poeta escribe en manuscrita en la última página de su libro: «De las erratas se hace responsable el autor». Sic.


Va a venir un gigante enorme, un verdadero gigante y te va a matar. Un gigante ensangrentado de la cabeza a los pies y ya viene, ya viene. Se acaba de levantar.


La ciega: 7ª. «Esta novela trataba sobre una ciega que no sabía que era ciega y sobre unos detectives videntes que no sabían que eran videntes». Afirma el señor Pelletier que todavía le asombra, en este libro, «la manera en que Archimboldi se aproxima al dolor y a la vergüenza». Simón Abufom también bate su mandíbula por la multitud de registros narrativos que aquí despliega Archimboldi y que demuestra manejar al dedillo.


El mar negro: 8ª. «Una pieza teatral o una novela escrita en parlamentos dramáticos, en la que el Mar Negro dialoga, una hora antes del amanecer, con el océano Atlántico». La polémica surge cuando el ya fallecido profesor austrohúngaro David Hackenberg afirmase que se trata de una novela, pues siendo una obra teatral, ella estaría sumida en el infinito sótano de las obras imposibles de montar. Hernández le ha reprochado su «nula capacidad lectural entre líneas». Allá con él.


Letea: 9ª. «Su novela más explícitamente sexual, en la que traslada a la Alemania del Tercer Reich la historia de Letea… esta novela fue tachada de pornográfica y tras ganar un juicio se convirtió en el primer libro de Archimboldi que agotó cinco ediciones».


El vendedor de lotería: 10ª. «La vida de un lisiado alemán que vende lotería en Nueva York».


Todos los nombres son comunes y corrientes, todos son vulgares. Todos los nombres se desvanecen. Eso deberían enseñárselo a los niños desde que nacen. Pero hay el miedo.


El padre: 11ª. «En la que un hijo rememora las actividades de su padre como psicópata asesino, que empiezan en 1938, cuando el hijo tiene veinte años, y terminan, de forma por demás enigmática, en 1948».


El regreso: 12ª. Llega el manuscrito más de un año después de la muerte del editor Bubis. «La baronesa Von Zumpe no la quiso leer. Se la dio a la correctora y le dijo que la preparara para publicarla al cabo de tres meses».


La perfección ferroviaria: Nuestro título preferido junto a Hernández. Dicen que esas pequeñas tres palabras están anotadas con indeleble tinta azul en un retrete de la universidad. El mejor título para un libro. Si, es cierto lo que afirma Derrida sobre el título, sobre el título dado de antemano, ¿de qué irá este libro? Qué más quisiera que escribir una novela que justificara este hermoso título.


El rey de la selva: «Mientras el avión cruzaba el océano Atlántico Lotte se dio cuenta, con estupor, de que estaba leyendo una parte de su infancia». Una novela en la que «al final, en realidad, lo único que quedaba era la naturaleza, una naturaleza que poco a poco se iba deshaciendo en un caldero hirviendo hasta desaparecer del todo».


Santo Tomás: «La biografía apócrifa de un biógrafo cuyo biografiado es un gran escritor del régimen nazi».


D’Arsonval: De, evidente tema francés, fue éste el primer libro de Archimboldi que leyó el joven Jean-Claude Pelletier, evidentemente francés también. Todo hay que decirlo. Este joven, a los veintidós años, se da a la tarea vana de traducir este libro al francés. Al año siguiente, y tras algunas vacilaciones, una editorial parisina publicó su traducción, su trabajo, el primer peldaño hacia su doctorado o el primer escalón de su abismo (una de dos).


El jardín: Otra parte de la trilogía. Ésta de tema inglés, como lo puede saber cualquier visitante de Londres: un jardín de laberintos grises, como de ratas.


Sísifo escapando una y otra vez de Hades. Lo tima por enésima vez y se convierte en Sísifo no por la piedra imposible de subir sino por su desaparición descocada y tautológica.


El tesoro de Mitzi: Similar en argumento, o por lo menos en lo que de ésta deja entrever su lectura, a Bitzius. Aunque las diferencias son notables, sólo en el volumen de páginas, ambas comparten criterios similares, sino en los personajes, sí en la conformación de los mismos.


Los bajos fondos de Berlín: Una colección de cuentos, «en donde no escaseaban las historias de guerra». Fue publicada su traducción, leída por Piero Morini, en Roma en 1964. El promotor cultural mexicano, señor Almendro, más conocido en el ambiente como El Cerdo, intentó publicar este volumen, pero se halló con el inconveniente de que ya otra editorial (de Barcelona) tenía los derechos.


Bitzius: «Una novelita de menos de cien páginas… y cuyo argumento se centraba en la vida de Jeremias Bitzius, pastor de Lützelflüh, en el cantón de Berna, y autor de sermones, además de escritor bajo el seudónimo de Jeremias Gotthelf». Liz Norton la lee, y sale corriendo de la biblioteca de su universidad inglesa, salir al patio donde llovía, donde las oblicuas (gotas) se convertían en circulares (gotas) al contacto (al golpe, a la destrucción o el suicidio) con su paraguas.


Un triángulo impreso en la página 247. En cada vértice un nombre: Aristóteles, Platón, Heráclito. Ahora un rectángulo dibujado en un pizarrón de la universidad. En cada vértice un nombre: Aristóteles, Platón, Heráclito, Parménides. Y así. Sumando. O restando. Al final, un fractal que tiende al ridículo.


La cabeza: Después de esta novela, dijo el español Manuel Espinoza, «ya no hay más Archimboldi en el mercado del libro». Cosa un poco apresurada, en palabras del académico Dieter Hellfeld, pues lo mismo se había dicho cuando la publicación de La perfección ferroviaria y Bitzius, según un grupo de profesores berlineses en el último caso.


Lo único que decimos, en un balbuceo que deja entrever (o entreoír) una sola palabra: quiéreme, o tal vez una palabra y una frase pegada a su cola: quiéreme, déjame quererte. Pero el problema es que nadie la oye, o nadie quiere entenderla, hacerse cargo de ella. El miedo, sino a nosotros, a las consecuencias, es enorme (huge). Aunque en verdad, habría que tomárselo con calma (soft-landing).


Socorro.


Y no se puede ser más elocuente.

viernes, 21 de abril de 2006

Esa bruma insensata que no se disipa

Entre las páginas de La vida instrucciones de uso (1) fui dejando trozos cuadrados de papel blanco que, una vez acabado el libro y devuelto a su dueño, pasaron a mezclarse (¿peligrosamente?) con las páginas del primer volumen de las Obras completas de Borges. Otros siguen en el taco del que surgen, los tomo a todos y leo en el afán de pagar la petición de algunos lectores argentinos demasiado benévolos y medio obesos (hay quien aquí lee: obsesos) que desean saber qué con Perec.

1. En el capítulo LXVI, se anota que la señora Marcia posee un pisapapeles cónico cuya base mide menos de 1,5 centímetros, pero que pesa más de 93 gramos. ¿El mismo que Borges descubre por culpa de una crecida del Tacuarembó y que Enrique Amorín compra por pocas monedas?: «Esos conos pequeños y muy pesados son imagen de la divinidad, en ciertas religiones de Tlön».

2. La princesa de Faucigny Lucinge de «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius» es la misma del capítulo LVI de La vida instrucciones de uso, cuya fotografía se ve entre las páginas de una revista de sociedad. Entre la platería y el samovar que desempaca se halla la extraña brújula del mundo imaginario: «La aguja azul anhelaba el norte magnético; la caja de metal era cóncava; las letras de la esfera correspondían a uno de los alfabetos de Tlön. Tal fue la primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real.»

3. En el mismo capítulo, en la portada del «Boletín del instituto de Lingüística de Lovaina», un artículo de Henry Bachelier que no es otra que la Mdme. Henri Bachelier, que escribe un texto sobre Leibniz (Leibnitz), el mismo autor que Menard comentase en una monografía a propósito de su Characteristica Universalis.

4. En el mismo boletín: «Una carta manuscrita de Gunnar Erfjord». El hombre que le escribe a Herbert Ashe, por el que se descifra el misterio de Tlön y su enciclopedia.

5. También allí. «The Garden of Ts’ui Pên», que es el jardín de los senderos que se bifurcan, escrito por Albert para tal folleto. Stephen Albert el sacrificado, el nombre necesario para el envío de una clave, muerto por Yu Tsun.

Quisiera decir más, pero ese libro tampoco es mío, cosa que no quiere decir en absoluto que no me acompañe. Queda el recuerdo, placer de lo leído, lo leído que teje una trama de hilos de araña con la vida propia, un recuerdo que no hace otra cosa que hacerse vida. Razón tenía Platón con la reminiscencia, pensar (solamente eso) que en algún momento estuvimos frente a las Ideas y que ahora sólo intentamos reconocer en los objetos imperfectos sus reflejos imperfectos también. Perec se sube al tejado y grita desde sus recuerdos de infancia: «Yo no sé si no tengo nada que decir, sé que no digo nada; no sé si lo que tendría que decir no se ha dicho porque es indecible (…); yo sé que lo que digo es blanco, es neutro, es signo una vez por todas de un aniquilamiento una vez por todas.» (2)

No queda entonces más que la historia de los recuerdos, hacer la historia de un relato lleno de grietas que se intentan cubrir con palabras. Burlar al olvido a la nada al no ser, si es cierto que «los recuerdos son trozos de vida arrancados al vacío.»
Lo que se trama confabulando queda entre tinieblas donde se mueven las sombras.
«Lo indecible no está escondido en la escritura, es lo que mucho antes la ha desencadenado».

Perec juega con la matemática, con los puzzles y hasta con los horóscopos. Repite fórmulas hasta la instalación final de su propio texto (que no es más que la apertura de un horizonte de posibilidades para el arte: OuLiPo, Ou-X-Po) en alabanza de sus padres muertos: «la escritura es el recuerdo de su muerte y la afirmación de mi vida».
De él se puede decir lo mismo que sobre Rugendas escribe Aira: «En el juego de las repeticiones, en la combinatoria, hasta él podía disimularse, y funcionar oculto como un avatar más del artista. Las repeticiones: por otro nombre, la historia del arte.» (3)

La literatura, el juego de las repeticiones concientes y del plagio premeditado. Ivánov robándole a Ansky sus propias ideas, sus vivencias, quizás hasta las oníricas como en «Profesor Miseria» de Truman. Y luego Archimboldi copiando todos los argumentos desde el diario de Ansky: una carrera de postas caníbales. Lo importante, en este caso, es que se vea, pero que no se note, digo, me corrijo, leo de nuevo queriendo serme fiel: lo importante es que se vea (bien), pero que no se note (demasiado).

Perec se ha muerto por escrito.
Su escritura es su muerte y a la vez la afirmación de la inminencia de la nuestra.
Publico hoy pensando en el veintitrés de junio de mil novecientos setenta y cinco.

* * *
(1) Anagrama, Barcelona, 2003. Si no se le logra distinguir entre tanto volumen de colores chillones, la guía es la siguiente: Michael Douglas está en la portada de este libro que es una suerte de mosaico de 5x5 cuadros: en la quinta columna de izquierda a derecha, en el segundo cuadro desde arriba hacia abajo. La confusión no cabe.

(2) Y todas las demás citas: George Perec (sic), W o el recuerdo de la infancia. LOM, Santiago, 2005.

(3) Un episodio en la vida del pintor viajero. LOM, Santiago, 2002.

martes, 18 de abril de 2006

Hermenéutica de la cuotidianidad

Subo a una micro —el año pasado, quizás antes— y tras el chofer, en ese vitral de calcomanías que nos separaba leo:

¡ATENCION!
El Conductor de este
Vehículo puede desaparecer
en Cualquier Momento
1ts. 4:17

Textualmente anoto hasta las mayúsculas que quizás indiquen énfasis que no comprendo en una frase que no entiendo en absoluto. ¿Es el conductor otra faceta tanto o más ominosa que Pinchon o Salinger, de su idea, de la idea de desaparecer entre el centeno o el cemento apisonado de Santiago? Quizás el conductor tiene una genealogía que lo emparenta con los reyes británicos del siglo XVII para los cuales, el desaparecer en motas de humo, era algo frecuente. Y nadie lo sabe. Él esconde sus raíces. Es bajado una y otra vez por el ruido de su motor de las ensoñaciones que lo llevan frente a un oscuro lago escocés.

Many miles away something crawls from the slime
At the bottom of a dark Scottish lake.

Many miles away something crawls to the surface
Of a dark Scottish lake.

Many miles away there’s a shadow on the door
Of a cottage on the shore
Of a dark Scottish lake...
*

Varios meses después reparo en la ventana de otro bus. Esta vez cuido de memorizar la sentencia antes que anotarla, cosa que hago hace pocas horas para ahora citarla. Este bus se ha adscrito a la campaña del metro de la ciudad para impedir el vandalismo en los vidrios: rayados con puntas metálicas imposibles de borrar. Entonces, pegado en un afiche transparente en el cristal leo:

Te gusta mirar por ella
Entonces no me rayes

«Eso pasa cuando los diseñadores adquieren conciencia social» dice Trujillo en un bar de mala muerte, una noche mientras se ríe de la elite intelectual y de poder de nuestra universidad, de Chile.

«Eso pasa cuando los diseñadores adquieren licencias poéticas» me digo al quedarme en una pieza queriendo comprender el giro de la primera oración hasta la segunda. Exhortando a la tercera persona singular en el placer de divisar el paisaje hermoso que se extiende en cada viaje, troca a la primera persona implorando que por favor tú no me estropees.

Es claro: la ventana juega a la distancia conciente en la primera oración y luego de la epojé trascendental, de la suspensión radical hasta de la insoportable insistencia de ser, cae en la petición, en el ruego. Cayendo sufre y de ahí a la humillación hay un paso pequeño, católicos.

¿Qué pasaría si todos los conductores desaparecieran un día lunes a las ocho de la mañana en todo Santiago?
¿Qué si me dijeran que sí?
¿Qué ocurriría si los viajes fueran non-stop y no en autostop?
¿Qué ocurriría si no hubiese quien recogiese la mierda de elefante en África?
Sucedería lo mismo que cuando los ontólogos pudiesen hallar trabajo en el diario tal como los odontólogos. Nada más (pero nada menos).

Esto pasa cuando el salto cuántico del papel impreso a la hoja en blanco no es posible de justificación.

* * *
(*) The Police, "Synchronicity II".

martes, 11 de abril de 2006

Thomas de Quincey

Primero. Hernández o quizás tú mismo me dijiste que el autor de noble no tenía nada, por el contrario, tenía los talones peludos. ¿De dónde sacó entonces el «de» que le da cierto título nobiliario? Ha de haber sido un conejo sacado de su sombrero tal como lo hizo Balzac, que de socialmente noble tenía menos que el paquidérmico Ignatius Reilly (mierda, ¡físicamente ambos se parecen en demasía!). Por esto mismo cito: «si he tenido la ocasión de hablar incidentalmente de muchos amigos patricios, no debe suponerse por eso que tengo pretensiones de rango o de linaje. Doy gracias a Dios de que no». Y luego afirma que frente a las personas caídas en desgracia hay que tomar la más recia actitud católica: aquella de verlos en las mismas condiciones que nosotros mismos, que él mismo, el intelectual: discriminación positiva.

No hay más que intentos de imposturas grotescas. El romanticismo inglés fue de armas tomar, su ansia de temblor es enorme.

Segundo. La primera vez que el autor tomó opio —específicamente tintura de opio, id est, láudano— la compró a un boticario que muchos años después quiso volver a encontrar sin resultados positivos. ¿Hallarlo fue una alucinación previa al consumo del opio? Dice del farmacéutico: «a pesar de su condición humana, ha existido siempre en mi recuerdo como la visión beatífica de un boticario inmortal, enviado a la tierra con una misión especial para mí. Lo que me aferra a esta idea de concebirlo así es que a mi regreso a Londres lo busqué (…) y no lo encontré: (…) Creo que se ha evaporado». ¿Que se ha evaporado?

Un boticario, ¿un rostro más de la Idea Boticario, otro rostro como la del farmacéutico ilustrado que sólo lee los ejercicios perfectos de los grandes maestros? Quizás precisamente eso que nos atemoriza a todos, que nos acoquina y encacha sea el paso único y definitivo para la desaparición, tomando como forma unas volutas de vapor.

Y tercero. Finalizando lo del boticario pone esta nota acerca de la evaporación: «Evaporado: esta forma de dejar la vida parece haber sido muy conocida en el siglo XVII, pero se consideraba como un privilegio de la realeza, lejos del alcance de los boticarios. Un poeta de apellido algo agorero, Mr. Flatman (y que, al parecer, hizo justicia a su nombre), hablando de la muerte de Carlos II, hacia 1686, expresa su sorpresa de que un príncipe realice un acto tan vulgar como morirse, porque, según dice: "Los reyes deberían rehuir el morir, limitándose sólo a desaparecer. Ellos deberían esconderse, que es ir al otro mundo".»

El autor se contorsiona en pos de su texto. Muestra sus llagas y las abre. Se place en salpicarlas de sal y jugo de limón, les escupe y luego las cauteriza aullando de dolor (o de placer por el espectáculo que está dando)

Digo que podrías tomar las Confesiones de un opiómano inglés y con eso hacer tu tesis. Eso es lo que digo Carlos.

sábado, 8 de abril de 2006

El rechazo

POESIA.CL Proyecto RECHAZADO por FONDART

Razones esgrimidas por FONDART para este rechazo:El "Impacto y proyección artística, cultural y social" de la POESÍA en Chile (POESIA.CL) merece sólo 10 puntos sobre un total de 1000.
"EL PROYECTO NO CUMPLE CON EL CRITERIO DE PROYECTOS DE EXCELENCIA EN EL AREA DE CREACION DE ARTES VISUALES" (SIC).

Reflexión autocrítica: Quizás el proyecto debió incluir en una de sus etapas a algún contorsionista que se lanzara en pelotas desde un helicoptero utilizando un tutú como paracaídas.

* * *
Lo anterior es literal, sic, del sitio poesia.cl.

Reflexión autocrítica: quizás les faltó un poeta que en su juventud se tirase ácido en el rostro y luego escribiese versos "zen" en el cielo y luego prestado el culo al gobierno de turno. Quizás eso o que tuviesen alguien que escribiese los versos más maricones y tristes de esta puta noche.

O les faltó un Parra entre los colaboradores. Nunca se sabe la influencia de un casi Nobel.

* * *

Ojalá la página tuviera ahora un marcador de visitas.

* * *

Casos más raros se han visto.

¡Ay mamá Gabriela!

martes, 4 de abril de 2006

Amada Loreto

La vida es una mierda. Lo único que te queda es ser punk.
Lo único que debes hacer es buscar tu uapití (1).

Loreto, te lo repito: no hay verdad, sólo hay efectos de texto (2). El efecto de decirte que te quiero mucho y que desde esta lejanía que nos ensancha puedo abrazarte como cuando éramos unos niños. Cuando éramos más pendejos de lo que somos hoy, ahora, cuando me llamaste.

El efecto retórico de decirte que cuando hablas dices más de lo que quieres decir. De que cuando hablas, de tu boquita salen unas palabras que tú no entiendes que molestan pero que a otros sí que molestan, pero tú no te das cuenta y eso te exime de cualquier culpa, porque seguimos siendo los mismos pendejos que jugábamos en la casa de la Tita (¿supiste que los viejos tienen ahora un cocker spaniel en reemplazo del insustituible Zulu?).

Te estás alejando cada vez más del centro que podría estar representado por Santiago, Santiasco, la meca de la mierda de Shile. Aléjate para huir, pero no te escondas porque siempre alguien podrá hallarte. Como dijo Mike Patton: todo juego es divertido hasta que alguien sale herido.

¿Qué va a ocurrir?

Yo no le doy más de veinte años a occidente tal como lo conocemos.

¿Estarás cuando Estados Unidos se baje los pantalones frente al Islam? Joder, todo esto son meras utopías.

Me llamas y corro al teléfono y me río por tu pinchazo. Luego llamas de nuevo y oigo tu voz y nada se puede pensar. Hay momentos en que es mejor callar la voz de la conciencia.

Loreto, si no te llamo es porque estoy solo en esto. Es mi tumba y la de todos. Sean bienvenidos los que quieran hacerme compañía. El resto, que arda en el infinito infierno de la conformidad.

Te quiere.
R.


* * *
(1) Cf. La hierba roja.
(2) P. M., que no es Pierre Menard, no. Abufom, sácame de aquí.